jueves, 22 de diciembre de 2022

Nadie está definitivamente perdido


Millones de personas en toda España estarán hoy pendientes del sorteo de la lotería. Esta tradición va más allá de ideologías, creencias y nacionalismos. Casi todo el mundo participa. Pocas cosas hay más “españolas” (con excepción quizá de la paella y la tortilla de patatas) que el sorteo del 22 de diciembre. Los premios se reparten por todas las ciudades y regiones. La actualidad va por aquí, pero yo me fijo en otros asuntos que atraen mi atención. 

Varias personas han compartido conmigo el impacto negativo que les ha producido el caso Rupnik. No sé si todos los lectores están al corriente. En todo caso, pueden informarse fácilmente en este enlace. No me gusta hablar sobre situaciones que no conozco de cerca y mucho menos enjuiciar a personas, pero parece que se trata de un caso confirmado de repetidos abusos sexuales y de conciencia por parte de un jesuita esloveno, muy conocido en todo el mundo por su imponente obra artística (más de 220 proyectos, algunos de gran envergadura) y por sus tareas de acompañamiento espiritual. Este caso se suma a otros muchos que van saltando regularmente a los medios de comunicación social. Comprendo muy bien el estupor, la rabia, la tristeza y hasta el escándalo que provoca en muchos creyentes. ¿Por qué se producen estas situaciones? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué debemos hacer en el futuro?


El desconcierto producido por los casos de abusos no hace sino aumentar la sensación que muchos tienen de que la Iglesia no es de fiar, sobre todo los clérigos y los religiosos. Sirve de poco argumentar que se trata de pocos casos, aunque produzcan mucho ruido. La credibilidad no se basa en las estadísticas, sino en algo más profundo y duradero: la verdad de las cosas y la transparencia comunicativa. La mayoría no se escandaliza de la fragilidad, pero sí de la hipocresía. La fragilidad es una condición común de todos los seres humanos, incluidos aquellos que han hecho una profesión religiosa o han recibido la ordenación sacerdotal. La hipocresía -tan denunciada por Jesús- significa una perversión de la verdad, incapacita para acoger humildemente el perdón y bloquea las posibilidades de cambio. 

Hace falta una fe muy madura, muy probada, para no dejarse arrastrar por esta ola de desconfianza que padecemos en los últimos años. La Iglesia necesita una radical purificación. Siempre seremos débiles, pero debemos aspirar a ser más auténticos. Necesitamos pedir esta gracia al Señor y, al mismo tiempo, crear una cultura eclesial de transparencia y cuidado mutuo. Creo que estamos caminando en esta dirección, no sin resistencias y zancadillas, pero queda aún mucho trecho por recorrer. 


Abrir los ojos a esta dolorosa lacra en vísperas de la Navidad nos ayuda a comprender mejor que Dios se hizo uno de nosotros en todo, menos en el pecado, que asumió nuestra frágil condición humana para divinizarla. Nunca acabaremos de entender qué significa este doble movimiento. Hasta es posible que el exceso ornamental de estos días nos impida llegar al fondo del misterio. La atención se desvía a los encuentros familiares, a los banquetes y fiestas con amigos y a la entrega de regalos. Pareciera que nos aproximamos más a las saturnales romanas que a la celebración cristiana de la natividad del Señor. Es verdad que la fiesta tiene un poder catártico y que, en medio de tantas crisis, abre un boquete necesario de luz y alegría. Pero resulta más liberador y duradero preguntarnos cuál es la raíz de los males que padecemos (incluidos los abusos de todo tipo) para sanarla. De lo contrario, seguirán brotando malas hierbas.

Como sucede casi siempre en situaciones como la de Rupnik, la opinión pública se pregunta si la Iglesia (en este asunto, la Compañía de Jesús) ha sabido gestionar bien el caso. Por más protocolos que existan, casi siempre afrontamos mal los abusos, sus consecuencias y la atención debida a abusados y abusadores. Es como si la mala gestión perteneciera a la cadena de pecado que los abusos producen. Tenemos mucho que aprender. La Navidad nos cura del orgullo excesivo, nos recuerda que solo la puerta de la humildad conduce a la luz, que “los pequeños” (entre los que se encuentran sin duda las víctimas de abusos) son siempre los preferidos de Dios y que para todo ser humano (incluidos los abusadores) hay siempre una vía de salvación si se abren a la misericordia de Dios. Nadie está definitivamente perdido. La fe cristiana nunca renuncia a esta buena noticia, ni siquiera en tiempos de grave crisis como los que vivimos ahora.


1 comentario:

  1. Últimamente, cuando se trata de este tema de los abusos, me vienen las palabras de Jesús: “Os aseguro que los que cobran los impuestos para Roma, y las prostitutas, entrarán antes que vosotros en el reino de Dios.” Son unas palabras que me interpelan…
    Ello me confirma lo que dices de que: “nadie está definitivamente perdido” y de que “para todos, incluidos los abusadores, hay siempre una vía de salvación.”
    Gracias Gonzalo por iluminar este tema…

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