domingo, 27 de marzo de 2022

Este padre es una madre

Este IV Domingo de Cuaresma nos sumerge en un océano de misericordia. Si no volvemos a Dios por la vía del amor, no vamos a hacerlo por la vía del castigo. Creo que muchos cristianos se sienten lejos de la casa del Padre porque creen en un Dios menor que no se hace cargo de su vida complicada, llena de contradicciones y pecados. Temen que Dios les esté esperando con la factura de sus errores y que se la vaya a cobrar con un fuerte recargo por el tiempo transcurrido desde que se alejaron de él. Quizás no se sienten a gusto con la situación en la que viven, pero se les hace cuesta arriba emprender el camino del regreso. Hacen suyo el refrán: “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. 

Otros cristianos se sienten a gusto en la túnica del hermano mayor de la conocida parábola de Jesús. Son cumplidores desde niños. Han reducido la aventura de la fe a un conjunto de normas. Cuando tienen que salir de ese marco, se sienten inseguros. Para ellos creer es sinónimo de cumplir. No son mala gente, pero van por la vida con la mente y el corazón encogidos. La religión es fuente de seguridad e incluso de un cierto temor, pero no de alegría desbordante. Aceptan que Dios es misericordioso, pero casi siempre lo ven como juez. Encajan muy mal que haya otros que se cuelen en la casa del Padre por la puerta grande. ¿De qué sirve haber sido fiel toda la vida si luego algunos “que se han comido tus bienes con malas mujeres” son recibidos a bombo y platillo? Dios no puede ser tan injusto. También en el cielo tiene que haber clases. Los cristianos “pata negra” no puede mezclarse con los alejados que vuelven, los trabajadores de la hora undécima. 

A veces, solo el humor nos ayuda a entender el meollo del Evangelio. Jesús era un maestro de la ironía y de la hipérbole. La parábola que leemos en el Evangelio de hoy es un claro ejemplo. Creo que no hay cristiano que no la conozca. Bastaría meditarla a fondo para comprender cómo es el Dios que nos presenta Jesús y cómo nos comportamos nosotros en relación con él. Ningún tratado teológico tiene la hondura, la belleza y el carácter, a la vez provocativo y consolador, de este relato. En estos tiempos difíciles que estamos viviendo, con una buena parte de la humanidad que se comporta como el hijo menor, la parábola nos da las claves de lo que hay que hacer. 

A veces, Dios permite que lleguemos a alimentarnos con las algarrobas de los cerdos (es decir, que toquemos fondo) para que caigamos en la cuenta de lo que hemos perdido. Creo que muchas personas que se han alejado de la Iglesia y de la fe por diversos motivos y que se sienten tristes y confundidos, podrían encontrar un soplo de esperanza en las palabras del hijo menor: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. 

Ese “me levantaré” indica un cambio completo de mentalidad, pasar de la resignación a la esperanza. Ser jornalero en la casa del padre es preferible a ser un vagabundo sin patria y sin sustento. Lo que este hijo menor -que podemos ser cada uno de nosotros- no sabe es que el Padre nunca retira la dignidad de “hijo” a quienes ha engendrado. Por mucho que tardemos en emprender el camino de regreso, siempre habrá fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. 

Dibujo realizado por el Hno. Antoni Daufí, CMF

Quienes se reconocen en la piel del hijo mayor también están invitados a emprender un viaje de vuelta. Pero, ¿cómo pueden volver los que “ya están en casa”? Haciendo un viaje del exterior de la fe (los campos de trabajo) al corazón del Padre. Ser un cristiano cumplidor significa comportarse como un buen jornalero, pero no como un hijo querido. Aprender a vivir con estatuto de hijo (y no de siervo o asalariado) es siempre un desafío para los cristianos cumplidores. También ellos están invitados. No sabemos si, al fin, el renuente hijo mayor se incorpora al banquete. Gracias a Dios, el relato de Lucas queda abierto. Quiero creer que sí.

Muchos echan de menos en esta parábola de Jesús la figura de la madre. Hay hijos, jornaleros, sirvientes, padre… pero por ninguna parte se ve a la dueña de casa. En realidad, está presente desde el principio. Es ella la que ordena: “Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. No hace falta mencionarla porque, en realidad, este padre es una madre.

2 comentarios:

  1. Excelente y emotivo final que sintetiza todo. Gracias

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  2. Creo que en la vida pasamos por todos los papeles de la parábola, pero ¿con cuál nos quedamos?
    También va bien, alguna vez, “tocar fondo”, como el hijo pequeño… Nos da la oportunidad y ayuda a “levantarnos” a “valorar” lo que tenemos y no éramos conscientes a causa de la rutina… Valoramos la salud cuando la hemos perdido por la enfermedad.
    Gracias por toda la reflexión que nos da más claridad… y nos amplia la panorámica del relato.

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