sábado, 20 de marzo de 2021

Destellos que sanan

Hoy comienza la primavera astronómica en el hemisferio Norte, aunque el tiempo sea invernal en muchos lugares. Ayer, día de san José, fue un día hermoso aquí en Roma. Celebramos con solemnidad la fiesta del patrono de nuestra Curia General. La actual sede fue inaugurada precisamente el 19 de marzo de 1953, hace 68 años. En medio del nuevo confinamiento que estamos viviendo, la fiesta de nuestra numerosa comunidad, junto con las personas que trabajan con nosotros en los diversos departamentos, fue como un oasis en el desierto. Celebramos la Eucaristía a mediodía y luego compartimos el almuerzo y nos hicimos la foto de grupo. En ese momento me llegó un paquete de Madrid con el libro que figura en la foto que sigue a este párrafo. Se titula “Palabras en medio de la tormenta. Cuarenta y siete destellos que sanan”. La idea se le ocurrió a Juan Souto Coelho, un sociólogo portugués afincado en España desde hace muchos años, con el que compartí tareas académicas en la década de los 90. Invitó a 47 amigos suyos a escribir breves colaboraciones que sirvieran para poner un poco de luz y esperanza en medio de la pandemia tormentosa que estamos padeciendo desde hace un año. Él mismo se encargó de coordinar los trabajos y de preparar la edición, cuyos beneficios van destinados a Misiones Salesianas. La mayoría de los escritos están en español, pero hay algunos en portugués. Me gusta la convivencia de estas dos lenguas ibéricas sin necesidad de traducción.

Las firmas vienen de España, Portugal, Rusia, Camboya, Sri Lanka, Paraguay, Argentina, Chile, Brasil, Colombia, Guatemala, México e Italia. Yo soy una de esas 47 firmas. Mi colaboración se titula “Antes de que sea tarde”. La envié el pasado mes de julio. No he tenido tiempo de leer el libro de principio a fin, pero he hojeado algunas de sus 212 páginas. No se trata de un libro de investigación, sino de inspiración. El mismo Juan Soto lo presenta así: “No quería que fuera un libro de moralejas, tampoco de recetas de autoayuda o teorías de siempre. Esperaba un libro inspirador de energías y señales iluminadoras para tiempos de ansiedad e inseguridad, soledad e incomunicación, que indique senderos, fortaleza, belleza, camino al caminar…”. Confío en que esa esperanza no se vea defraudada. Las obras corales pueden resultar a veces un poco repetitivas, pero suelen enriquecer mucho la percepción de una realidad. La que estamos viviendo en este último año es de tal calibre que admite infinidad de matices. Quizás el denominador común de este libro es la invitación a esperar y preparar un futuro mejor. Las palabras no son una vacuna como las de Pfizer, Moderna, AstraZeneca o Johnson&Johnson, pero también pueden sanar si son capaces de llegar al corazón.

El libro me ha hecho caer en la cuenta del poder sanador que cada uno de nosotros tenemos. Es verdad que a veces podemos ser muy tóxicos y contaminar los ambientes a base de actitudes negativas y de palabras hirientes. Pero todos hemos recibido la capacidad de bendecir; o sea, de decir cosas buenas, de iluminar los rincones oscuros, de poner serenidad donde la violencia nos va comiendo el terreno y alegría en los entresijos de la tristeza. Admiro a las personas que saben bendecir y no maldecir. Me acuerdo con frecuencia de las palabras de san Pablo a los Romanos: “Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran” (Rm 12,12-15). En América es muy frecuente que la gente sobre todo, los más pobres diga: “¡Bendígame, padre!”. O que uno de sus saludos favoritos sea: “Bendiciones”. En Europa hace tiempo que hemos perdido la fe en la capacidad sanadora de la bendición. Ya no veo a padres que bendigan a sus hijos. Tampoco los sacerdotes se prodigan mucho en esta práctica. Y, sin embargo, hemos sido llamados a ben-decir. Forma parte de nuestra vocación cristiana. Es una de nuestras “armas” para sanar el mundo. Quizás las pandemia nos ayude a desempolvarla.



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