martes, 18 de septiembre de 2018

Sobrios se vive mejor

Tras la grave crisis financiera, económica y social que asoló el mundo a partir de 2008, hace ahora 10 años, se impuso en muchos países una política de drásticos recortes y ajustes. Había defensores y detractores de la famosa austerity. Es curioso que una palabra proveniente del campo ascético –bastante arrinconada, por cierto– emergiera con fuerza en el campo político y social. Se decía que la única manera de salir de la crisis era practicar una suerte de austeridad colectiva. Fue un espejismo. Se trataba, en realidad, de una política de recortes que castigaba a las clases trabajadoras y engordaba a las pudientes, como se ha demostrado diez años después. Tras estos años de crisis, los grandes ricos son más ricos que antes y las clases medias se han visto empobrecidas. Es posible que con esas medidas se hayan corregido algunos desequilibrios macroeconómicos, pero no se ha avanzado en cohesión social. 

El diccionario de la RAE nos dice que austeridad significa “mortificación de los sentidos y pasiones”. Creo que a esta escueta definición habría que añadirle algunos matices, pero, en general, la austeridad se relaciona con el rigor y la escasez. Hay otra palabra que parece sinónima, pero que nos orienta en una dirección más positiva; es la palabra sobriedad. El diccionario la define como “templanza, moderación”. El adjetivo sobrio se refiere a aquella realidad “que carece de adornos superfluos”. Aplicado a una persona, puede significar también “que no está borracha”. ¿Por dónde se orienta el estilo de vida cristiano? Hay personas que, por vocación especial, se sienten llamadas a una vida de austeridad extrema. Son respetables, pero no representan el ideal común. El Evangelio nos invita, más bien, a la sobriedad; es decir, a un estilo de vida templado, moderado, que huya de los excesos, favorezca la igualdad de los seres humanos y la sostenibilidad del planeta. 

La sobriedad está relacionada con la felicidad. La persona sobria sabe disfrutar de los bienes de esta vida, pero huye de la codicia y la acumulación porque ambas son la puerta de entrada de la tristeza, la injusticia y la frustración. Las personas felices son sobrias en el disfrute de los bienes y solidarias en la disposición para compartirlos. Por desgracia, la sociedad consumista nos vende otro ideal y nos empuja compulsivamente a abrazarlo. De manera sutil o descarada, inocula en nosotros un silogismo que comienza seduciéndonos y acaba esclavizándonos. Primera premisa: La felicidad consiste en acumular el mayor número posible de bienes. Segunda premisa: Los bienes se consiguen trabajando mucho. Conclusión: Si quieres ser feliz, tienes que trabajar mucho para poder consumir más. No hace falta ser muy lúcido para observar que se parte de una premisa totalmente falsa. La felicidad no está relacionada con la acumulación de bienes de consumo sino con la íntima satisfacción de encontrar un significado a la propia vida y la posibilidad de entregarse a él. El viejo Jose Mujica, expresidente de Uruguay, lo explica con su tradicional sencillez y socarronería. Puede estar equivocado, pero unos cuantos años de cárcel enseñan mucho acerca del misterio humano.


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