miércoles, 26 de septiembre de 2018

Las lenguas de gato

Últimamente me ha dado por regalar lenguas de gato. En realidad, su nombre comercial es “lenguas de mantequilla”, pero ya se sabe que de nominibus non est quaestio.  Se trata de unas deliciosas galletas muy finas que se disuelven en la lengua como si fueran mantequilla, dejando un regusto a hogar y tiempos añejos. Suelen venir en pequeñas cajas de unas treinta unidades cada una. Podría añadir la marca, pero no creo que este blog sea el lugar adecuado para hacer publicidad. Hasta ahora, todas las personas a las que les he regalado una caja o que, por diversas razones, han probado estas lenguas, se han hecho lenguas –nunca mejor dicho– de este producto artesanal. Se trata, en realidad, de una confección sencilla, pero muy gustosa. Según la etiqueta, los ingredientes son: mantequilla pura de vaca, harina de trigo, azúcar y huevos. Me ahorro las referencias al valor energético y a otros pormenores nutricionales. Destaco el poder que estas lenguas de gato –o de mantequilla– tienen para crear un buen ambiente, favorecer la conversación y, en definitiva, establecer lazos.

Necesitamos conversar más. Muchas personas viven aisladas. No tienen con quien compartir los accidentes y gozos del camino. Un mensaje de guasap (¿o era WhatsApp?) o una vídeoconferencia son útiles, pero no pueden sustituir la fuerza de una conversación presencial. Sirven para intercambios funcionales, pero no mucho para encuentros personales. La presencia física forma parte del milagro del encuentro. No somos hologramas que se cruzan, sino cuerpos humanizados que se encuentran e interactúan. Y aquí, justo aquí, entran en juego las lenguas de gato. A veces, se necesita una mediación, una excusa, que justifique el encuentro. Tomar una cerveza, saborear un café... o degustar unas lenguas de gato son acciones que constituyen la puerta de entrada hacia esa recámara en la que dos o más personas se reconocen como sujetos, superan la barrera de la mera cortesía y se adentran en el territorio de la intimidad. La ventaja de las lenguas de gato sobre los otros productos es su poder para evocar estampas familiares, fuego de hogar, suavidad y firmeza, pasado y futuro. ¡Lástima que su contenido calórico sea un poco elevado, pero no todo es perfecto en esta vida!

En algunas culturas es frecuente intercambiarse regalos; en otras, se ve como una actividad sospechosa. Las personas piensan que, tras un regalo, hay siempre una secreta intención. Yo creo en la importancia de los detalles. Son los sacramentos de la vida cotidiana. Igual que la gracia de Dios en las celebraciones sacramentales no actúa en vacío, sino mediada por realidades tangibles (agua, pan, vino, aceite…), de igual modo, en la sacramentalidad de la vida diaria, necesitamos apoyos que nos permitan trascender la materia para llegar al fondo. Un pequeño regalo (una flor, un poema, un cirio, una canción, una crucecita de madera, un pequeño icono, un pastel… unas lenguas de gato) constituye ese apoyo que necesitamos para ir más lejos. En la amistad, los detalles son importantes. Es verdad que el primer regalo que hacemos a los demás somos nosotros mismos, pero eso necesita ser expresado con algunos sacramentos, signos visibles de un amor invisible. Los amigos que nunca se regalan nada acaban vaciando su relación. Reconozco que en este terreno de los detalles las mujeres suelen tener una sensibilidad de la que carecemos los hombres. Pero nunca es tarde para aprender. En los últimos meses, mis profesoras particulares han sido las lenguas de gato, pero reconozco que no he hecho más que empezar. Me quedan varias cajas para lograr el aprobado. No desfallezco, el curso es largo.

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