domingo, 22 de abril de 2018

De pastores, mercenarios y ovejas

Es bien sabido que al IV Domingo de Pascua se lo conoce como el domingo del Buen Pastor (o del Pastor Bello). El evangelio de hoy nos lo presenta con tres rasgos que permiten captar mejor quién es Jesús, el verdadero salvador del mundo, pues −como leemos en la primera lectura− “ningún otro puede salvar” (Hch 4,12). Ningún otro se llama Jesús (Salvador). Él es, ante todo, un pastor que conoce a las ovejas; es decir, que entra en relación personal con cada una de ellas, que las ama. No se comporta con nosotros como el jefe de una gran empresa que no conoce a sus empleados. No solo eso. Las ama tanto que está dispuesto a dar la vida por ellas. ¿Qué mercenario haría lo mismo? 

Y, por último, no se contenta con las ovejas que ya están dentro. Busca a las que están fuera: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor” (Jn 10,16). Es verdad que en nuestra sociedad urbana la figura del pastor no tiene ninguna resonancia, pero los rasgos que representa no pueden ser más actuales. No me imagino a Jesús como un youtuber, un influencer, o un public opinion maker, aunque no faltarán personas que lo bauticen así, como ayer lo bautizamos superstar, guerrero, clown o gurú. 

Influidos por la sociedad del anonimato en la que cada uno de nosotros somos un número sin nombre ni rostro, corremos el riesgo de ver a Dios y a Jesús como seres distantes que no saben bien quiénes somos y que, en todo caso, se despreocupan de nuestras pequeñas historias personales. Jesús nos dice lo contrario. Él nos conoce a cada uno, nos ama, ha dado su vida por nosotros. 

Lo hermoso de este amor es que nos transforma por dentro, hasta el punto de que también nosotros podemos reconocer su voz y amarlo: “las mías me conocen”. El creyente tiene un sexto sentido que le permite saber dónde está Jesús, una especie de GPS que rastrea los signos de su presencia de medio de nosotros. Y, del mismo modo que Él dio su vida por todos, los creyentes auténticos están dispuestos a dar la vida por Él en el martirio blanco de la vida cotidiana o en el martirio cruento de la persecución. 

No podemos pasar por alto el deseo de Jesús de traer a casa a “otras ovejas que no son de este redil”. Estas misteriosas palabras admiten varias interpretaciones, pero, en cualquier caso, demuestran que no hay ser humano que quede excluido del amor de Jesús. Y que el sueño de Dios no contempla una humanidad dividida entre buenos y malos, creyentes y ateos, sino que busca un único rebaño bajo un solo pastor. 

En este domingo se celebra tradicionalmente la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. El mensaje que el papa Francisco nos dirige este año se titula Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor. Desde hace años se dice que vivimos una cultura anti-vocacional que no permite que los niños y jóvenes descubran su camino en la vida. No sé si todavía hoy está de moda la pregunta: ¿Qué quieres ser de mayor? Tal vez ya forma parte del museo de la historia porque en las circunstancias actuales uno va a ser muchas cosas y no siempre las que desea, sino las que puede. 

La idea de que tenemos una vocación “para toda la vida” no se compagina con nuestra visión del cambio constante. Por otra parte, el concepto de profesión se ha ido comiendo al de vocación. Ya no importa tanto lo que uno es (vocación) sino lo que uno hace (profesión). Y uno va haciendo lo que puede para ir tirando. Si no tenemos una visión clara del mundo y de nosotros mismos, difícilmente vamos a sentir que estamos llamados a ser alguien y a hacer algo. En este contexto adquieren mucha fuerza los tres verbos que el papa Francisco nos invita a conjugar. Uno no puede sentirse llamado si no escucha. Como a veces se solapan varias voces, es preciso discernir, cribar. Y, por último, no basta hacer una opción, es preciso ponerla en práctica, vivir.


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