Nos cuesta entender el silencio de Dios. A veces, nos desconcierta; otras, nos exaspera; puede que en ocasiones nos irrite. Si Dios existe, ¿por qué no se nos manifiesta de una forma más clara? ¿Cuántas veces al orar hemos tenido la impresión de hablar con las paredes? No hay respuestas apodícticas para estas preguntas. El creyente convive con ellas. El no creyente se rebela o las ignora. Solo la voz de los testigos ofrece alguna luz. Una de las voces que más me ayudó en una etapa de mi vida fue la de la carmelita Cristina Kaufmann (1939-2006). Es probable que muchos de los lectores del Rincón no sepan quién fue esta monja suiza, afincada en Mataró (Barcelona). Murió hace casi doce años. Se hizo famosa en 1984, cuando, en una entrañable entrevista que le hizo la periodista Mercedes Milá, habló de santa Teresa de Jesús y de Dios con tal sencillez y autenticidad que cautivó a muchos telespectadores. No solo eso. Se atrevió a hacer algo que exige una gran profundidad y humildad. Oró ante las cámaras. Se dirigió a Dios desde el fondo de su corazón. Y le preguntó por qué calla.
La misma Cristina Kaufmann dio una respuesta que es eco de la ofrecida por san Juan de la Cruz: Dios calla porque ya nos ha dicho todo lo que tenía que decirnos en su hijo Jesús. Él es su Palabra. Escuchar y poner en práctica el Evangelio de Jesús es el mejor modo de oír la voz de Dios. Parece una respuesta demasiado simple y, sin embargo, no existe otra más cabal. Cada vez que deseamos que Dios responda a nuestras peticiones, que nos hable, Él podría respondernos: “Te estoy hablando continuamente a través de mi Palabra. Escúchala con atención. No la des por sabida. Siempre contiene más de lo que estás buscando”.
Escribo estas líneas en la casa provincial de las Siervas de Jesús en Madrid, una congregación femenina que se dedica, sobre todo, a la atención nocturna de los enfermos pobres en sus casas. Por el día las religiosas duermen y por la noche velan a los enfermos que solicitan su cuidado, a aquellos que no pueden permitirse el lujo de pagar veinte euros a la hora a otros cuidadores profesionales.
Estas mujeres escuchan la voz de Dios en las palabras de Jesús: “Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Dios les habla en esos cristos sufrientes que son los enfermos abandonados. Ellas no se rompen la cabeza con devaneos intelectuales. Se ponen en camino. Saben que la palabra de Jesús es la palabra que Dios mismo les dirige. No están exentas de dudas, cansancios y crisis, pero no dejan de servir. Solo cuando salimos de nosotros mismos y nos entregamos, escuchamos lo que Dios quiere. Cerrados en nuestra zona de confort, Dios parece mudo.
A aquellos que no conozcáis la entrevista con Cristina Kaufmann, os recomiendo el vídeo que he colocado al final de la entrada de hoy. Fue grabado hace casi 34 años, pero sigue siendo actual. Quienes tuvisteis la fortuna de escuchar la entrevista en directo –ese fue mi caso– reviviréis un momento inolvidable. En medio de tanta frivolidad televisiva, reconforta pensar que la televisión puede ser también un espacio de oración, una capilla catódica.
La misma Cristina Kaufmann dio una respuesta que es eco de la ofrecida por san Juan de la Cruz: Dios calla porque ya nos ha dicho todo lo que tenía que decirnos en su hijo Jesús. Él es su Palabra. Escuchar y poner en práctica el Evangelio de Jesús es el mejor modo de oír la voz de Dios. Parece una respuesta demasiado simple y, sin embargo, no existe otra más cabal. Cada vez que deseamos que Dios responda a nuestras peticiones, que nos hable, Él podría respondernos: “Te estoy hablando continuamente a través de mi Palabra. Escúchala con atención. No la des por sabida. Siempre contiene más de lo que estás buscando”.
Escribo estas líneas en la casa provincial de las Siervas de Jesús en Madrid, una congregación femenina que se dedica, sobre todo, a la atención nocturna de los enfermos pobres en sus casas. Por el día las religiosas duermen y por la noche velan a los enfermos que solicitan su cuidado, a aquellos que no pueden permitirse el lujo de pagar veinte euros a la hora a otros cuidadores profesionales.
Estas mujeres escuchan la voz de Dios en las palabras de Jesús: “Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Dios les habla en esos cristos sufrientes que son los enfermos abandonados. Ellas no se rompen la cabeza con devaneos intelectuales. Se ponen en camino. Saben que la palabra de Jesús es la palabra que Dios mismo les dirige. No están exentas de dudas, cansancios y crisis, pero no dejan de servir. Solo cuando salimos de nosotros mismos y nos entregamos, escuchamos lo que Dios quiere. Cerrados en nuestra zona de confort, Dios parece mudo.
A aquellos que no conozcáis la entrevista con Cristina Kaufmann, os recomiendo el vídeo que he colocado al final de la entrada de hoy. Fue grabado hace casi 34 años, pero sigue siendo actual. Quienes tuvisteis la fortuna de escuchar la entrevista en directo –ese fue mi caso– reviviréis un momento inolvidable. En medio de tanta frivolidad televisiva, reconforta pensar que la televisión puede ser también un espacio de oración, una capilla catódica.
Tuve el privilegio de visitar a la monja Cristina en su monasterio de Mataró cuatro años después de la entrevista en televisión. Quedé cautivado por la autenticidad que desprendían sus ojos y sus palabras. No escondía su pasión por Dios, pero tampoco la usaba como arma arrojadiza contra los perversos ateos. No pretendía convencer a nadie. Se limitaba a compartir su experiencia con sencillez y belleza. La verdad es contagiosa por sí misma. Había aprendido de su maestra, santa Teresa de Jesús, que “humildad es andar en verdad”. Necesitamos testigos como ella, vigías del Absoluto de Dios, para seguir manteniendo encendida la llama de la fe.
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