domingo, 15 de octubre de 2017

Invitados a "otra" fiesta

En la sociedad del entretenimiento, todo tiene que ser divertido: un partido de fútbol, una manifestación… y hasta la declaración de independencia de un nuevo país. Parece que si no te diviertes no estás en la onda. El “Pienso, luego existo”, habría que sustituirlo por el “Me divierto, luego existo”. Es verdad que divertirse significa, en primer lugar, “entretenerse, recrearse”. Pero, si tenemos en cuenta su etimología (el verbo latino “divertere”), divertirse significa también “apartarse, desviarse, alejarse”. Me parece que esto es lo que está sucediendo en nuestros días. Nos estamos “divirtiendo” tanto, que nos hemos alejado del objetivo principal de nuestra vida, hemos perdido el rumbo. De repente, escuchamos la voz de Dios que nos invita a la fiesta de su Reino. Jesús lo cuenta con fantasía oriental en la parábola (cf. Mt 22,1-14) que se lee en este XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Nosotros, que somos los convidados, “no queremos ir”, “no hacemos caso”. Preferimos divertirnos marchándonos a nuestras tierras y a nuestros negocios, eliminando (física o verbalmente) a los enviados de Dios. Renunciamos a la gran fiesta del Reino para ocuparnos de nuestros minúsculos asuntos. Nos molesta que Dios nos rompa los planes. Preferimos ir a lo nuestro. ¿No es ésta una descripción acertada de lo que estamos viviendo en nuestro mundo europeo y americano?

Varias veces he comentado en este Rincón que da gusto celebrar la eucaristía dominical en África o en algunos lugares de Latinoamérica. La gente disfruta con la fiesta del Señor. Disfruta encontrándose con otros hermanos y hermanas. Disfruta cantando y bailando. Disfruta escuchando la Palabra de Dios. Disfruta participando en las ofrendas. Disfruta comulgando el cuerpo y la sangre de Jesús. Disfruta, en fin, celebrando la fe. La Eucaristía es una fiesta de la comunidad porque creer es celebrar que nuestra vida le pertenece a Dios, que estamos en sus manos, que él es – como canta el salmo responsorial de hoy – “nuestro pastor”. Por eso, aunque caminemos por valles tenebrosos, no tememos, porque Él va siempre con nosotros. Los africanos se toman al pie de la letra lo que proclama hoy el profeta Isaías: “Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos”. Quien disfruta con la fiesta que el Señor nos prepara no necesita divertirse (es decir, apartarse, desviarse, alejarse) con otras cosas: sus asuntos personales o las muchas diversiones que la sociedad del entretenimiento nos ofrece. La Eucaristía no es una diversión sino una recreación que nos pone a punto para afrontar el combate de la vida.

Estoy viviendo unos días con muchos frentes abiertos, sin apenas tiempo para ocuparme de este Rincón, que tengo un poco abandonado. Las 24 horas del día y de la noche no dan más de sí. Se me ocurren muchos pensamientos al hilo de lo que estamos viviendo, pero no encuentro la oportunidad de ponerlos por escrito. Soy consciente de que se trata de momentos históricos, en el más genuino sentido de la palabra. A los lectores americanos les extrañará que en repetidas ocasiones haga referencia a la situación de Cataluña, pero, si lo hago, no es solo por lo que significa dentro del contexto de España, sino por ser síntoma de un movimiento más profundo que está sucediendo en Europa y que tiene que ver, entre otras cosas, con el fenómeno de la globalización. Dentro de cuatro días viajaré a Barcelona para participar en los actos de la beatificación de 109 mártires claretianos en la basílica de la Sagrada Familia. Procuraré compartir con los lectores del Rincón lo más sobresaliente de esta experiencia, pero confieso que viajo con preocupación. No se respira un ambiente de fiesta sino de gran tensión social, que puede incrementarse en los próximos días, dependiendo de las decisiones políticas que se tomen. No está en nuestra mano gestionar una crisis de grandes dimensiones, pero sí orar para que los más involucrados actúen con sensatez, buscando siempre el bien común.

Puede parecer una salida por la tangente, pero estoy convencido de que cuando aprendemos a disfrutar de la fe, cuando aceptamos la invitación de Dios a participar en su banquete, esta experiencia genera en nosotros tal vivencia de sentido, unifica de tal manera todas las dimensiones de nuestra vida, que no necesitamos divertirnos con otras realidades. Solo la adoración del verdadero Dios nos cura de las múltiples idolatrías que nos circundan. Hay personas que han desistido de hacerlo porque lo consideran una pérdida de tiempo. Hay otras que perseveran en el empeño aunque no vean resultados. Algunas se convierten en guías. Una de ellas es santa Teresa de Jesús, cuya fiesta celebramos también en un día como hoy. A ella le tocó vivir en un siglo muy convulso. Tuvo muchas ocasiones para divertirse, para extraviar el rumbo, pero su fuerte experiencia de Dios, no exenta de pruebas y tentaciones, la mantuvo centrada en lo único necesario. Al final, pudo morir como hija de la Iglesia. El Nada te turbe parece un himno escrito para nuestros tiempos agitados. Quizás necesitamos volver una y otra vez sobre él: “Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta”. No hay nada que añadir.


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