sábado, 16 de marzo de 2024

Un poco de escucha, por favor


Salgo de mi casa a eso de las siete de la tarde. La fachada y la puerta del edificio son muy distintas a las de los edificios contiguos. Mi casa no parece el típico bloque de pisos. ¿Será un convento? ¿Quién vivirá tras esas ventanas antiguas con arcos de medio punto, verjas de hierro en la planta baja y persianas blancas? Apostada frente a la puerta, veo a una viejecita de edad indefinida. Camina con ayuda de un andador. Va bien abrigada y se toca con una especie de gorro de lana marrón. Cuando hago ademán de enfilar la acera hacia abajo, me detiene y, sin mediar saludo, me pregunta: “¿Es usted sacerdote?”. Le respondo afirmativamente. Entonces se presenta. Me dice que nació en Córdoba (Argentina), que vive sola en un piso de la calle perpendicular a la mía y que si tengo tiempo para charlar un ratito. 

Antes de que le conteste, empieza a decirme que estudió historia en la universidad y que está muy preocupada por la guerra de Ucrania y por el posible estallido de una tercera guerra mundial. La escucho con mucha atención sin interrumpirla. En un momento dado cierro los ojos y suspiro. Entonces ella me espeta: “¿Le estoy aburriendo?”. “No, no -respondo yo- la estoy escuchando con mucho gusto”. Entonces ella prosigue unos diez minutos más compartiendo su preocupación por el grave momento que estamos viviendo. Al final me dice que no quiere robarme más tiempo y se despide cortésmente, no sin antes añadir que le gustaría que nos encontráramos otra vez. Ella sigue su camino y yo enfilo el paseo de Rosales.


Mientras caminaba hacia plaza de España, en la cabeza me daba vueltas la persona, no el tema de la inesperada conversación. La simpática viejecita argentina, cuyo nombre ignoro, necesitaba hablar con alguien y ser escuchada. Lo de menos era el tema. Abordó el asunto de la guerra y la paz porque seguramente le parecía que ese era un tema al que un cura podía ser sensible, pero, en el fondo, lo que buscaba era que alguien se detuviese un ratito a escucharla en medio de las prisas de Madrid. 

¿Cuántas personas ancianas viven solas en esta gran ciudad? ¿Cuántas no tienen a nadie con quien mantener una sencilla conversación? La soledad es otra de las epidemias contemporáneas. Lo peor de todo es que, mientras para algunas enfermedades graves no acabamos de encontrar un tratamiento eficaz, la soledad se puede vencer con algo que está al alcance de cualquiera y que es gratis: la escucha empática y atenta. ¿Por qué se nos hace cuesta arriba escuchar, como si siempre estuviéramos carcomidos por la prisa?


Hoy quiero contemplar a Jesús como el gran escuchador, alguien que, alimentado desde niño por el Shemá (“Escucha Israel”), hizo de su misión un ejercicio permanente de escucha. Por eso, fue tan sensible a las necesidades humanas. Todas las abordó desde la compasión, no desde el juicio: “No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo” (Jn 12,47). 

Si hoy tuviera que escoger un ejercicio que concentrara la oración, la limosna y el ayuno (las tres prácticas cuaresmales), escogería sin duda la escucha. Hay una demanda extraordinaria. Los niños y adolescentes necesitan ser escuchados más que regalados. Los jóvenes, aunque alardeen de autonomía, buscan siempre a alguien que los escuche y comprenda. Los adultos a menudo cubrimos la soledad con el disfraz del trabajo y el entretenimiento, pero valoramos mucho que alguien (un amigo, el vecino, el médico, un psicólogo, un cura) dedique tiempo a escucharnos sin darnos un sermón. Y las personas mayores, a menudo cansadas de casi todo, lo único que necesitan (que mendigan a veces) es un poco de tiempo y atención. Si no lo encuentran en sus casas, lo van a buscar en la calle. La viejecita argentina me abrió los ojos.

2 comentarios:

  1. Me he quedado un poco sorprendido o extrañado. ¿Es qué no conozco a Gonzalo? Me parece muy, pero muy raro que la "viejita" argentina no haya recibido más palabras que "la estoy escuchando con gusto". Y que ni siquiera cuando se ha despedido la "cordobesa", le haya contestado que estaré encantado de volver a encontrarnos y hablar de cualquier asunto que le interese.
    Puede que haya sido porque tenía prisa para la misa de todos los días en el colegio cercano o porque haya más "historia" que no nos haya contado todavía.
    En todo caso, la cordialidad y la atención amable, ya son todo un modelo a imitar.
    Gracias. Un abrazo

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    1. Gracias por tu comentario. Obviamente, en la entrada de hoy no cuento todos los pormenores de la conversación. La señora argentina no necesitaba que yo le dijera nada en especial, sino que la escuchara con atención. Y, por supuesto, me ofrecí encantado para otro momento en el que quisiese conversar. Aunque yo no sé exactamente dónde vive, ella identificó perfectamente mi casa, así que puede regresar cuando desee.

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