domingo, 17 de marzo de 2024

Judíos y griegos


No es fácil acoger el mensaje que nos propone el Evangelio de este V Domingo de Cuaresma. Estamos a pocos días de la Semana Santa. Un año más volveremos a celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Y volveremos a preguntarnos: ¿Fue la crucifixión de Jesús algo evitable? ¿La eligió él, fue un veredicto casual, o le fue impuesta? En el Evangelio de hoy vemos con claridad, de forma anticipada, que la crucifixión fue una elección tomada por Jesús. Esta es la perspectiva del Evangelio de Juan. El procurador Pilato desempeña un papel secundario en la ejecución de las elecciones hechas por Dios. Quien de verdad elige es Cristo, el auténtico Rey. Los gobernantes terrenales se limitan a ejecutar.

Para comprender un poco mejor el trasfondo de esta voluntad de Jesús, regresemos a la escena que hoy nos propone el Evangelio. Jesús se encuentra en Jerusalén por última vez antes de la crucifixión. Tras su entrada triunfal en la ciudad, los dirigentes ya están tramando la represión de este posible levantamiento galileo para mantener el equilibrio de poderes y evitar una toma total del poder por los romanos. En el pasaje que leemos hoy, encontramos a un grupo de griegos acercándose a Jesús a través de dos apóstoles que, curiosamente, llevan nombres griegos: Felipe y Andrés. 

En este encuentro, a primera vista anecdótico, Jesús anticipa el futuro de su comunidad. Comprende que se pone en marcha la hora de su acto final de redención. Se da cuenta de que ya no es sólo un mero líder galileo. Ahora está en Jerusalén y los que vienen a buscarle son griegos. Estos representan al pueblo no judío que entrará más tarde en la comunidad de sus seguidores. Se ha cruzado una frontera, se ha traspasado un límite. Su mensaje -utilizando categorías de hoy- se estaba volviendo “global”. En ese contexto se oye la voz del cielo: “Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo”. Esta voz viene para confirmarles a los griegos que, en Jesús, se han encontrado con el Dios verdadero.


Ahora bien, ¿cómo se va a producir esa “glorificación”? Será a través de la crucifixión. La cruz será cadalso y trono. Jesús siente la tentación de huir de ella, pero acepta pasar por ese sacrificio porque comprende que su misión está ligada a la glorificación en la cruz. De manera parabólica, compara su inminente sacrificio con la fecundidad de un grano de trigo que se descompone en la tierra para dar vida a muchos granos. A menos que se ofrezca voluntariamente al proceso de descomposición (la tortura y la muerte), no habrá frutos espirituales. 

Aquí llegamos a la entraña del cristianismo, a lo que lo hace completamente distinto a cualquier otra religión: ¡Los sufrimientos y los dolores por amor pueden hacerse salvíficos! Desde el punto de vista histórico, la crucifixión fue un castigo que le impuso el procurador romano. Lo que convirtió en salvífico ese acontecimiento fue la decisión voluntaria de Jesús de asumir el sufrimiento. Para que el sufrimiento sea salvífico, debe ser voluntario y por amor, nunca impuesto desde fuera. Jesús decide libremente que vale la pena morir por los valores del Reino. Su ejemplo es el que han reproducido los mártires de todos los tiempos. Jesús nos enseña a gastar nuestra vida no solo por lo que merece la pena vivir, sino, sobre todo, por lo que merece la pena morir.


Llegados a este punto, es muy difícil regresar a nuestra vida cotidiana sin preguntarnos si de verdad hemos hecho nuestra esta experiencia de Jesús. ¿Estaríamos hoy dispuestos a morir por Dios y por los demás, como hicieron, por ejemplo, los mártires claretianos de Barbastro? Si no hay nadie ni nada por lo que morir, entonces tampoco hay un fundamento sólido para vivir. Quizá este temor a “dar la vida” que respiramos en nuestra cultura actual explique por qué no acabamos tampoco de disfrutarla como un don, sino que la exprimimos como un hecho efímero. Tenemos por delante varios días para sumergirnos en este misterio.

1 comentario:

  1. Reconocer que la vida es un don, es fácil de reconocer, pero comprender la fuerza de los mártires claretianos de Barbastro que les lleva a imitar a Jesús entregando su vida, no es fácil. Su testimonio siempre me interpela…
    El miedo a sentirnos llamados a entregar nuestra vida a favor de los demás, nos paraliza.
    Gracias por ayudarnos a sumergirnos en este misterio que no es nada fácil… Confiemos que encontremos la luz y la fuerza necesaria para hacerlo.

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