martes, 5 de diciembre de 2023

Un poco de cariño


Entre viaje y viaje, generalmente al final del día, dedico unos minutos a leer algunos libros que no tienen que ver directamente con mi trabajo. El fin de semana pasado me leí Bocabesada, la última novela de Juan del Val, un escritor que se ha hecho famoso por su participación en El Hormiguero. Se lee de un tirón porque está escrita con ritmo televisivo. Se suceden los personajes y se van encadenando las escenas sin que en ningún momento baje la tensión.

No me interesa contar la historia (o las historias) ni hacer una crítica del libro. Juan del Val describe con soltura a los personajes que se mueven en el mundo de la literatura y de las producciones de series. Se ve que es un ambiente que conoce bien. Desnuda sus motivaciones de fondo, ridiculiza el postureo, se compadece de los más débiles, abusa de las escenas de sexo y suspende el juicio ético para comportarse como un forense emocional que despieza deseos, soledades y arrumacos. Es una novela para leer de un tirón como quien se come una pizza o ve el episodio de una serie el sábado por la noche. El estilo es ágil, pero, al final, no queda nada. Es una novela muy VICA: volátil, incierta, compleja y ambigua.


He dicho que no queda nada, pero no es del todo cierto. Lo que queda es un regusto de tristeza, la misma que desprenden muchos contemporáneos. Los personajes escriben, dirigen películas, viajan a Nueva York, son ministros de cultura, contratan prostitutas, hacen el amor, organizan fiestas, consumen cocaína, se atraen y se repelen, se comunican por WhatsApp, se cambian de sexo, degustan ostras y beben champán, venden flores, se matan en un accidente de tráfico a bordo de un Porsche cerca de Aranjuez y otras muchas cosas más. Pero, en el fondo, más allá de sus motivaciones conscientes, de sus aventuras y de sus devaneos, todos buscan un poco de cariño, el ingrediente imprescindible para sobrevivir. Lo disfrazan de sexo, reconocimiento, fama, dinero y poder, pero es algo más sencillo y sutil, más humano: cariño. Solo eso.

No acabo de sentirme a gusto con la definición de la RAE: “inclinación de amor o buen afecto que se siente hacia alguien o algo”. Recuerdo que un amigo mío de nacionalidad india se sentía muy atraído por esta palabra cuando empezó a estudiar español. Miraba en un diccionario español-inglés y veía que la traducción sugerida era affection, pero ese término le parecía demasiado genérico, no expresaba la sutileza que él percibía en los hispanohablantes que usaban el término “cariño”. Llevaba razón. El cariño es más que affection. Es amor tierno, suave, desinteresado, redimido de la pasión, libre, detallista.


Las personas que han recibido cariño desde su infancia y que siguen envueltas en él no necesitan adentrarse en la espiral de la posesión, el consumo o el poder. No ansían ser famosas para ser reconocidas. No conciben las relaciones como un supermercado en el que cada uno busca un producto a conveniencia y lo cambia cuando se cansa de él. El cariño proporciona la seguridad y la confianza suficientes como para moverse en la vida sin ansiedad, sin tener que refugiarse en el sexo, en los narcóticos, en la cuenta corriente o en los halagos. Las personas que han recibido cariño suelen prodigarlo porque el amor es siempre expansivo. Es el caso de César y Marisa, la pareja que regenta una floristería en el barrio de Salamanca y que, tras jubilarse,  se la dejan a Miguel, el hijo de un matrimonio amigo (Jacinto y Teresa) que ha terminado suicidándose porque no podían soportar el deterioro producido por el Alzheimer de ella.

El gran error -tal vez la gran mentira- de muchos padres jóvenes es atiborrar a sus hijos de cosas, pero expresarles poco cariño. Al final, los hijos se van a convertir en mercaderes de afectos, en chantajistas emocionales, porque su inseguridad los mata. Y lo mismo sucede con los matrimonios y con otro tipo de relaciones. Un poco de cariño auténtico es suficiente para curar muchas de las enfermedades espirituales de nuestro tiempo. Eso es lo que he corroborado leyendo Bocabesada, aunque probablemente el autor no tuviera la más mínima intención de transmitir este mensaje.

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