viernes, 29 de diciembre de 2023

Tiempo para pensar


El cielo se ha cubierto de nubes deshilachadas. La temperatura se ha suavizado un poco. Aprovecho el tiempo libre para revisar las pruebas del libro “Hablando con… Heriberto García Arias, evangelizador digital” que saldrá dentro de un par de semanas, justo un año después de mi primer encuentro en Roma con este joven sacerdote mexicano. Nunca se sabe qué suerte va a correr un libro nuevo. Este tiene un enfoque narrativo. Cuenta la vida de alguien que ha conseguido conectar con millones de adolescentes y jóvenes del mundo hispanohablante para halarles de Jesús y de su Evangelio. 

Personalmente, estoy un poco cansado de los que dedican mucho tiempo a decir “lo que tendríamos que hacer”, pero apenas mueven un dedo. Prefiero fijarme en los que ya están haciendo cosas sin demasiado andamiaje teórico, pero con pasión y dedicación. Es más fácil pasar de la experiencia a la reflexión que al revés.


Sigo con mucho dolor las noticias que vienen de Gaza y de Ucrania. Acabo de ver ahora mismo imágenes espeluznantes en un informativo del canal 24 horas de RTVE. La Navidad acentúa el contraste. No espero que 2024 sea mejor que el año que estamos a punto de terminar. El ser humano lleva en su sistema operativo los virus de la codicia y el orgullo. Se activan con mucha facilidad. Para ser mejores necesitamos la fuerza regeneradora de la gracia. Eso significa dejarnos curar por Dios y aprender a morir para que los demás crezcan. No es fácil. 

Me gusta que la liturgia de la Navidad encadene la secuencia vida-muerte-vida porque de esta forma nos ayuda a vivir con realismo. El 25 celebramos el nacimiento de Jesús (vida). Al día siguiente evocamos el martirio de san Esteban (muerte). El 27 nos fijamos en Juan, el evangelista de la vida (vida). Ayer conmemoramos a los Santos Inocentes (muerte). Es como si la liturgia quisiera advertirnos de que en la vida debemos prepararnos para la muerte y en la muerte debemos esperar la vida. Para vivir necesitamos morir. Cuando morimos, vivimos. Esta dinámica no se entiende bien en el día a día, pero es la que nos permite comprender el enigma humano. Si no, nos embalamos en un optimismo prometeico o nos abandonamos a un pesimismo suicida.


Leo que los hoteles, casas rurales, restaurantes y otros centros de ocio y entretenimiento están casi al completo. La gente tiene ganas de salir, de saludar el nuevo año con alegría y algazara. No sé si en todos los casos la exultación dominará sobre la exaltación, pero siempre es mejor empezar el año compartiendo la fiesta con otros que aislados o enfrentados. Me sorprende que, aunque sabemos de sobra que el ser humano (empezando por cada uno de nosotros) apenas avanza, siempre formulemos deseos de cambio y buenas intenciones al comienzo de un nuevo año. 

Eso significa que, junto a los virus de la codicia y el orgullo, llevamos de fábrica una incurable propensión a la bondad y a la esperanza. En alguna parte de nuestro centro personal hay una etiqueta o un código de barras que dice “Made in Heaven”. Esto delata nuestro origen y nuestro destino. Por eso, nos atrevemos a soñar algo diferente, creemos que la batalla nunca está perdida y ponemos un poco de nuestra parte para que todo sea mejor. Merece la pena. 

1 comentario:

  1. Creo que merecen especial recuerdo, cariño y gratitud todas las familias que en los difíciles años de la Guerra civil y la posguerra criaron y educaron familias numerosas y lucharon a brazo partido para que no les faltara nada de lo fundamental para crecer sanos y cultos según capacidades y con ayuda de becas del Estado.

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