viernes, 11 de marzo de 2022

Quien canta ora dos veces

El pasado 17 de febrero falleció en Madrid Tomás Aragüés Bernard, aunque yo me he enterado hace poco. Es probable que la mayoría de los lectores del Rincón no sepan quién fue este personaje. Si les digo que llevan casi 60 años cantando algunas de sus composiciones en las celebraciones litúrgicas, entonces les resultará más fácil identificarlo. ¿Quién no conoce estas versiones del Señor, ten piedad, el Santo o el Cordero de Dios? Su Misa Cantada en castellano, publicada en 1964, un año antes de terminar el Concilio Vaticano II, es probablemente la más popular de todas las que se hicieron en aquellos años de reforma litúrgica. Pero la obra de Tomás Aragüés, muy cercano al clasicismo formal, es muy variada. Compuso desde música sinfónica, como La Rosa de Pasión (1958) o Sinfonía versus ochenta (2014), hasta Las Siete canciones para soprano y orquesta, el Concierto diamantino, o la Suite Romántica. Entre 2009 y 2012 compuso también la orquestación de Ignatius sobre la vida de san Ignacio de Loyola. 

Creo que debemos un reconocimiento a los compositores que nos han ayudado a vivir la liturgia con más hondura y belleza. En contra de la crítica facilona de quienes creen que, tras el Vaticano II, todo fue guitarritas, composiciones ramplonas y ruido, algunos de los compositores de música litúrgica (sobre todo, en los años 60 y 70) fueron excelentes músicos e intérpretes. Baste recordar a Cristóbal Halfter, Miguel Manzano, Francisco Palazón, Carmelo Erdozain y, desde luego, Tomás Aragüés. Descanse en paz.

Tomás Aragüés Bernard (1935-2022)

Se atribuye a san Agustín la famosa frase (con algunas variantes) que en latín suena así: “Bis orat qui bene cantat” (quien canta bien ora dos veces). En mi opinión, son pocas las comunidades cristianas (sobre todo, parroquiales) que cuidan el canto. A veces, se debe a la falta de sensibilidad del párroco; otras, a la dificultad de encontrar personas preparadas y entusiastas que ayuden a la asamblea a aprender nuevos cantos y a cantarlos con dignidad. En muchas ocasiones, se trata de una cuestión cultural. Hay lugares donde existe la tradición del canto en común (por ejemplo, en el País Vasco, Indonesia, Nigeria, Baviera, etc.), la gente disfruta haciéndolo y abundan los intérpretes, coros y solistas. En otros muchos se sale del paso como se puede. Admiro a los corillos de algunas parroquias (generalmente formados por mujeres mayores) que, con mejor voluntad que formación, se esfuerzan por aprender nuevos cantos (a veces, tomándolos de las misas de la televisión) y ejecutarlos en las celebraciones. Indican interés y responsabilidad.

Yo sé que en cualquier parte del mundo hispanohablante puedo entonar Juntos como hermanos, Alegre la mañana, Qué alegría cuando me dijeron, Pescador de Hombres o Una espiga dorada por el sol y casi en el cien por cien de los casos la asamblea va a seguirme. Son cantos que están en el disco duro de los católicos de lengua española. Pero, por desgracia, la proliferación de cantos juveniles grupales (útiles para otro tipo de encuentros y celebraciones) ha ido sustituyendo a los cantos litúrgicos sin que casi ninguno haya conseguido el arraigo de las composiciones que se hicieron hace cuatro o cinco décadas.

Creo que, al igual que se está cuidando cada vez más el ministerio del catequista, las comunidades cristianas tendrían que promover (y, si es posible, remunerar) los ministerios relacionados con la música, de manera que cada parroquia tuviera su organista, su coro y su maestro de música. En poco tiempo, con constancia y entusiasmo, se podrían revitalizar las celebraciones. La frase de san Agustín resume en pocas palabras la experiencia que todos nosotros habremos tenido en muchas ocasiones. Cuando una asamblea canta con fe, buena afinación y entusiasmo, se cohesiona más y descubre un nuevo sentido a la alabanza, la impetración o la acción de gracias. 

En su conocido librito Vida en comunidad, el pastor protestante Dietrich Bonhoeffer dedica un sugestivo apartado (páginas 50-54) al canto en común. En él dice que “el hecho de que no hablemos, sino cantemos en común, no hace más que subrayar que las palabras son incapaces de expresar todas nuestras experiencias, mientras que el canto tiene un poder de expresión mucho más rico. Sin embargo, el canto está unido a palabras que nosotros pronunciamos para alabar a Dios, darle gracias, invocar y confesar su nombre. De este modo la música está Íntegramente al servicio de la palabra y traduce lo que ésta tiene de incomunicable”. 

¡Ojalá el ejemplo de grandes compositores como Tomás Aragüés anime a los pastores y a las comunidades a cuidar mucho más la música en las celebraciones litúrgicas! 

3 comentarios:

  1. Sí, es una realidad que las celebraciones litúrgicas no están animadas por el canto como en otros tiempos… Pero me pregunto: ¿cuál es la causa de este cambio? ¿Se viven las celebraciones con la misma fuerza y profundidad? Nos encontramos con comunidades muy numerosas y otras muy pequeñas y envejecidas que no dan para lo mismo y esto también influye, cuando nos fijamos en comunidades parroquiales.
    Si tenemos ocasión de participar en comunidades religiosas, monacales, en grupos afines que comparten algo que les une, todo se vive diferente y el canto está presente y podemos vivir la experiencia de que “quien canta ora dos veces”. El entorno favorece que nos unamos al canto y participemos, haciendo vida de lo que celebramos.
    Creo que el canto litúrgico no se perderá, pero no será popular.

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  2. La dificultad es , encontrar una persona que sepa dirigir los cantos, la disponibilidad de personas para cantar las hay, pero no para dirigir, es difícil que en las celebraciones dispongamos de la persona que dirija

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  3. Para cantar bien en una celebración religiosa se requiere aparte de saber interpretar, una fe profunda que motive al cantante y le de los ánimos y la energía suficiente para lograr que aflore la emotividad necesaria. La llamada inspiración.
    La gran mayoría de la feligresía asiste forzada en cierta manera, falta de un agrado sincero por atender un quehacer religioso que a muchos les parece tedioso y repetitivo por tanto no puede sentirse ni transmitirse el Bene Cantat.

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