jueves, 3 de marzo de 2022

De Putines y otras hierbas

No sabemos cómo ni cuándo terminará la guerra de Ucrania. Desde la ONU hasta la opinión pública mundial -con algunas clamorosas excepciones (como el gobierno de Venezuela)- todos han condenado la invasión rusa. Quienes conocen de cerca a Putin aseguran que es mejor no acorralarlo porque su reacción -típica de los megalómanos y narcisistas- puede ser desproporcionada y peligrosa. Siempre esconde debajo de la manga el recurso a su arsenal nuclear. Puro chantaje de manual.  Se trata, pues, de encontrarle una salida “digna” que permita terminar la guerra cuanto antes sin que él se sienta humillado. No es fácil. Si fuera una mera maniobra política o económica, cabrían varias soluciones. Pero se trata de un asunto de lesa humanidad. Miles de vidas humanas están en juego. Cuando entramos en terrenos éticamente pantanosos no es fácil encontrar el bien mayor posible. 

La moral clásica justificaba el tiranicidio para proteger a los débiles de las veleidades criminales de los tiranos. ¿Nos encontramos ante un caso semejante? Los megalómanos como Putin se aprovechan de la “debilidad” de quienes quieren seguir las reglas del juego democrático y son contrarios al uso de la fuerza. Él conoce bien la “debilidad” de Europa, como la conocen el régimen comunista chino y algunos regímenes musulmanes. Creen que hacerse con el viejo continente es cuestión de tiempo, de provocar todas las divisiones posibles fomentando los nacionalismos (“divide y vencerás”), de controlar Internet y, llegado el caso, de intervenir militarmente.

¿Cómo puede defenderse la “débil” Europa de estos ataques que, en mi opinión, irán a más en los próximos años? Escarmentada por dos terribles guerras mundiales generadas en su suelo, Europa hace tiempo que ha dicho no a la guerra como forma de resolver los conflictos. En las últimas décadas ha crecido una fuerte sensibilidad pacifista que sus posibles enemigos interpretan como debilidad. Al mismo tiempo -esto es lo paradójico del viejo continente- ha ido aprobando legislaciones que favorecen el aborto, el suicidio asistido y aun la eutanasia. La vida que se protege evitando las guerras se amenaza con formas más sutiles y “limpias”. El resultado final es un continente envejecido y con poca esperanza en el futuro. 

En este contexto, algunos insisten en que la única salida firme a largo plazo es el rearme moral. Sin fuertes convicciones a favor de la vida (de toda vida y en todas sus fases), la cultura de la muerte va a acabar con un continente que ha sido referencia mundial durante muchos siglos. Putin conoce Europa. Habla alemán y está aprendiendo inglés. Sabe que sus ideales fuertes (la gran Rusia y su constelación de valores) pueden acabar triunfando sobre los ideales débiles de la Europa democrática, secularizada y consumista. Algunos movimientos y partidos de ultraderecha de la Europa occidental sintonizan con los ideales de Putin, aunque no compartan su belicosidad. Son, se quiera o no, sus quintacolumnistas en la Europa occidental. Quizá la guerra en Ucrania -por doloroso y paradójico que resulte- puede ayudar a Europa a despertarse de su cómodo letargo y a preguntarse quién es, qué quiere y cómo va a conseguirlo.

En nuestra vida relacional hay también algunos Putines que nos complican la vida. Son, en primer lugar, esos niños y adolescentes que abusan de sus compañeros más débiles en la escuela y en la calle; las bandas de jóvenes que reaccionan a su marginación de manera violenta; los jefes que amedrantan a sus subordinados; los fanfarrones de todo tipo que van por la vida humillando a los demás; los entendidos en cualquier materia que miran al resto por encima del hombro; los perdonavidas que se sienten superiores a todos; los arribistas que son capaces de cualquier cosa con tal de satisfacer sus deseos de poder; los narcisistas que solo se preocupan de sí mismos… Vladimir Putin se ha convertido en el símbolo de esa forma indecente de ser persona, una mezcla de complejo de inferioridad, resentimiento, envidia, soberbia y chulería. 

¿Cómo afrontamos estas “guerras” en la vida cotidiana? ¿Cómo evitamos a través de una buena educación que surjan tipos como estos? ¿Cómo los tratamos cuando no tenemos más remedio que convivir con ellos? Cada caso es un mundo, pero estoy convencido de que las personas que se comportan como pequeños o grandes Putines (no quiero jugar con otras posibles interpretaciones de este nombre) padecen un fuerte déficit de amor. Como no se sienten queridas, solo aspiran a ser admiradas y, si llega el caso, también temidas. No sentirse amado es el origen de muchos de los desequilibrios que padecemos a todos los niveles. La solución es obvia.


1 comentario:

  1. Esta guerra que estamos viviendo y con el peligro, con el tiempo, de encontrarnos involucrados de alguna manera, ya está llevando consecuencias a todos los niveles: a la gente afectada “in situ” y a toda la humanidad.
    Se empieza a notar “en los pueblos” estos sentimientos que se expresan en el video del final, “solidaridad” y que vale la pena tomarnos el tiempo para escucharlo: Rabia, impotencia, miedo, ansiedad, indignación…
    Esta situación nos lleva a descubrir cómo, en nuestro alrededor, hay muchos “putines”.
    Y nos da muchas pistas para vivir las situaciones que se nos presenten y cómo reaccionar ante tanto dolor… Nos crea muchos interrogantes aplicables al tema de la guerra y en otras ocasiones de nuestra vida… Nos da motivos para orar, a pesar de todo y confiar en Dios.
    Gracias Gonzalo por toda la información que nos facilitas y por el video que nos ayuda a ver los acontecimientos desde Dios, aunque muy difícil entrar en esta dinámica.

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