miércoles, 16 de mayo de 2018

Diez dólares para café

Mi visita a Sri Lanka está siendo calurosa en los varios sentidos del término. Día y noche rondamos los 30 grados. Ayer tuve la oportunidad de comer con el nuncio de la Santa Sede en Sri Lanka. Se trata del arzobispo vietnamita Pierre Nguyen Van Tot. Tanto la entrevista previa como la conversación durante el almuerzo fueron cordiales e instructivas. Como es natural, no voy a contar en este blog su contenido (esto pertenece al secreto del sumario), pero sí una anécdota que me resultó simpática y elocuente. El nuncio me contó que, cuando ejercía su tarea diplomática en Benín, visitó una diócesis acompañado por su pastor. Al llegar a un poblado, el obispo no quiso detenerse porque no había párroco católico. El nuncio insistió en visitar a la pequeña comunidad. Al llegar, se reunió con los cristianos. El iman de la comunidad musulmana le hizo llegar su malestar por no haber sido invitado al encuentro y, como señal de hospitalidad, le entregó diez dólares para que la comitiva pudiera tomar un buen café [No hay que olvidar que diez dólares en un pequeño poblado beninés representan una suma apreciable]. Junto al dinero, el iman comunicó al nuncio que, en su opinión, deberían mandar cuanto antes un párroco católico para atender a los cristianos. 

El nuncio pidió al obispo que satisficiera la petición. Al cabo de un tiempo, volvió a visitar el lugar para saludar al nuevo párroco. Como expresión de amistad, decidió invitar al iman musulmán al almuerzo preparado por el párroco. El iman se excusó diciendo que ya había conseguido lo que deseaba: que hubiera un párroco católico en el poblado. El nuncio se reía contando esta anécdota. Es una prueba de la buena relación que existe entre cristianos y musulmanes en ese país africano, lo que no puede decirse de Sri Lanka y de otros muchos países, en los cuales los musulmanes tienden a imponer sus costumbres y normas. Partiendo de esta anécdota, hablamos de la importancia que tienen las relaciones personales en la resolución de conflictos. Me contó también la excelente actitud de los líderes budistas cuando el papa Francisco visitó Sri Lanka en 2015. Uno de ellos invitó al Papa a su templo. El Papa, concluida la jornada y fuera del programa establecido, aceptó la invitación. Cuando llegaron, el monje se estaba duchando, así que el Papa tuvo que esperar un poco. El diálogo posterior fue extremadamente amable y cercano. 

La personalidad de los líderes puede cambiar el signo de la historia. Detrás de muchas tensiones y conflictos, ha habido líderes (políticos y religiosos) megalómanos, neuróticos, narcisistas y desequilibrados. Su locura ha provocado enfrentamientos que han costado muchas vidas humanas. Por el contrario, cuando los líderes son personas equilibradas, que saben ver en los demás a seres humanos, no a simples piezas de un tablero de ajedrez, todo puede cambiar. Cuando un líder mira a los ojos a su interlocutor y se atreve a regalarle diez dólares para que tome un café (como hizo el iman beninés con el nuncio) se abre un camino de entendimiento. Vivimos tiempos en los que algunos de los líderes mundiales más influyentes parecen salidos de un centro psiquiátrico. No es extraño que las cosas se tuerzan. Por suerte, hay otros que son capaces de establecer una profunda empatía con sus interlocutores, aunque se muevan en las antípodas de sus ideas. Uno de ellos es, sin duda, el papa Francisco. En el festival de Cannes se ha presentado un interesante documental sobre su vida, titulado A man of his word (Un hombre de palabra). Está dirigido por el realizador alemán Wim Wenders. Os dejo con el trailer. Merece la pena.


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