viernes, 11 de mayo de 2018

Diálogo con el gorrión de mi ventana

Antes de que suene la alarma de mi teléfono móvil, escucho cada mañana el gorjeo de algún pajarillo en mi ventana. Se ve que estos animalitos son más madrugadores que yo. La temperatura a esta hora es de 10 grados en Vic. Abro la ventana, contemplo al pajarillo que revolotea –creo que es un gorrión– y, mientras la calle sigue desierta, imagino un diálogo con este amigo que viene a darme los buenos días. La verdad es que tengo que imaginar mucho porque no he aprendido a descifrar el significado de sus trinos entrecortados. O sea, que casi se trata más de un monólogo que de un diálogo. Espero que si él –o ella– llegan a leer la entrada de hoy no se enojen demasiado. He procurado ser fiel a sus mensajes cifrados. 

– Buenos días, pajarito. Te encuentro muy madrugador. 

– Hola, buenos días. Puedes llamarme Charlie. Siempre me ha gustado este nombre. 

– Imaginaba que tendrías un nombre catalán. Al fin y al cabo, te mueves por la plana de Vic. 

– ¿No sabías que los pájaros no necesitamos pasaporte para saltarnos las frontera? Me puedo llamar Carles, Carlos, Charles o lo que me dé la gana. Nadie se preocupa de mi vuelo. Me siento mucho más libre que tú. 

– Te confieso que desde que era niño os he admirado mucho a los pájaros. Soñaba con poder volar como vosotros. Incluso algunas noches, mientras dormía, me daba la impresión de que lo conseguía. 

– Sí, ése es un sueño recurrente entre los humanos. Se ve que necesitáis despegaros del suelo. Se os hace duro estar siempre enfangados en vuestros asuntos, poniendo límites a las cosas, litigando entre vosotros. En el aire nos movemos a nuestro gusto. ¿Quién puede poner muros y fronteras? 

– Te veo un gorrión un poco politizado. Me parece que has sido adoctrinado en tu nido formativo. 

– Ja, ja, ja. ¡Cómo os gusta jugar con el lenguaje! Mi único adoctrinamiento han sido los cientos de horas de vuelo que acumulo en mis alas. Aprendo volando. No necesito que nadie me diga desde fuera lo que tengo que hacer. 

– Cuando te oigo hablar (¿o debo decir “trinar”?) me recuerdas a un librito que leí cuando era adolescente. Se llamaba “Juan Salvador Gaviota”. 

– ¿También tú te tragaste la historia de esa gaviota que quería ser libre? Se ve que a los humanos os encantan las modas. Basta que uno diga que le gusta algo, enseguida lo seguís como si fuerais ovejas. 

– Sin insultar, Charlie, que yo te he respetado desde el principio. ¿No será que tienes un poco de envidia de Juan Salvador? Él sí que se atrevió a desafiar lo que siempre se hacía. Me temo que tú eres un poco rutinario. 

– Perdona que discrepe, pero me hace gracia el concepto de libertad que tenéis los humanos. Os parece que es más libre el que puede hacer más cosas, viajar a más lugares, ver a más gente. Nosotros vemos las cosas de otra manera. Es más libre quien puede ser lo que es. Te aseguro que yo no necesito volar a Londres, por ejemplo, para sentirme un pájaro “realizado”. 

– Hacía tiempo que no oía esa palabreja. Me parece, Charlie, que necesitas ponerte al día. Hoy ya no hablamos así. Tu lenguaje suena un poco pasado de moda. 

– Reconozco que no estoy a la última. Últimamente las ventanas que visito son de gente mayor que hace tiempo que no compran libros. Prometo actualizarme, pero creo que tú entiendes lo que quiero decir. ¿No te parece que, en cierto sentido, Mandela fue más libre en su prisión que muchos de vosotros que andáis de un sitio para otro sin saber por qué ni para qué? 

– Cuando los pájaros os ponéis tan filosóficos me hacéis gracia. ¿Qué sabes tú de cómo vivo yo, si soy libre o no, si me siento “realizado” o fracasado? 

– Se os nota mucho, querido amigo. Cuando siempre echáis la culpa de lo que os pasa a los demás (y te aseguro que esto es muy frecuente), es una señal clara de que no sois libres. Os cuesta asumir el peso de vuestra libertad. Yo, sin embargo, no me quejo de vuestros tendidos eléctricos y otros muchos obstáculos que interponéis en mi camino. Procuro conocerlos y esquivarlos. 

– Gracias, Charlie, por ser tan sincero. No estoy acostumbrado a que la gente me diga las cosas con tanta claridad. 

– Por cierto, si quieres, puedo venir cada mañana a despertarte. De paso podemos charlar un rato. 

– Me gustaría mucho, pero mañana me marcho. 

– Iba a decirte “que la fuerza te acompañe”, pero me temo que te sonaría un poco cursi, así que prefiero despedirme con un “hasta la vista”

– Volveremos a vernos. Ciao.



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