sábado, 19 de mayo de 2018

El "otro" sábado santo

Llegué a la hermosa ciudad de Kandy ayer por la noche. Esta mañana, mientras oraba en la capilla de la casa de formación que los claretianos tenemos en esta ciudad del centro de Sri Lanka, entraba el sol naciente por las vidrieras de la pared frontal. ¿Cómo no recordar aquello de ex Oriente lux? La luz de la espiritualidad nos viene de Oriente. No quiero apuntarme a la moda orientalista, pero reconozco que en esta parte del mundo las cosas se ven de otra manera, aunque la cultura consumista globalizada está también minando la ancestral espiritualidad de estos pueblos. Mientras me dejaba acariciar por la luz suave del amanecer, he pensado que hoy, último día del Tiempo Pascual, tiene un cierto parecido al Sábado Santo. Es como si, tras cincuenta días de gozo contenido, cayera el telón mientras en la pantalla se lee un mensaje escrito con grandes letras: The end. Esto se acaba. Fin del juego. De hecho, las lecturas que hoy nos propone la liturgia tienen el sabor del final. Se acaba el libro de los Hechos de los Apóstoles y se acaba el evangelio de Juan. ¿Y ahora qué?

Es curioso que los Hechos de los Apóstoles, después de haber acompañado a Pablo en sus correrías apostólicas, no narren su muerte. Simplemente el libro concluye diciendo que “vivió allí dos años enteros a su propia costa, recibiendo a todos los que acudían, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos”. Ni una palabra acerca de su decapitación. La iglesia de Roma mantiene todavía hoy su recuerdo. La enorme basílica de San Pablo Extramuros conserva sus restos. No es ahora el momento de entrar en discusiones arqueológicas o teológicas. Del final del evangelio de Juan me llama la atención un apunte: “Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”. Es como la firma. Quien escribe se hace responsable de lo escrito. Quiere transmitir a las futuras generaciones que su narración es más verdadera que la mera crónica de unos cuantos hechos referidos a Jesús. Nos ha ofrecido el significado auténtico de su historia. Solo bajo la acción del Espíritu Santo se puede atrever uno a interpretar unos hechos que, contemplados desde fuera, podrían parecer anodinos o insignificantes.

Este “otro” sábado santo, como el que precede al día de Pascua, conecta muy bien con el espíritu de nuestra época. Muchos tenemos la impresión de que algo se está acabando: un modo concreto de ser Iglesia, un tipo de política partidista, un mundo en bloques… Uno podría entrar fácilmente en depresión. En realidad, el final del mundo es el final de “nuestro” mundo. Cuando nos roban las referencias que siempre nos habían dado seguridad, nos sentimos como si todo se acabase, como si estuviéramos ya fuera del campo de juego. Siguen sucediendo cosas, pero ya no las sentimos como “nuestras”. Son cosas que pasan fuera, no acontecimientos que tienen que ver con nosotros. Esta sensación de que un mundo se acaba puede ser –por paradójico que parezca– una oportunidad para entender qué significa la irrupción del Espíritu Santo, por qué sin Espíritu todo parece ajado, viejo. Mañana celebraremos la fiesta de Pentecostés. Entraremos litúrgicamente en el tiempo del Espíritu Santo. Quizás nos sea dado comprender que el mundo nuevo es obra suya, que solo hay verdadera novedad cuando él transforma todo. Mientras tanto, es bueno vivir este “otro” sábado santo en actitud expectante, reunidos con María en ese cenáculo pequeño de nuestros propios temores y deseos.

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