miércoles, 27 de abril de 2016

La alegría del amor

Confieso que los 325 párrafos de la última exhortación apostólica del papa Francisco –que se titula precisamente Amoris Laetitia (La alegría del amor)– me disuadían de su lectura. ¿Quién tiene tiempo para leérselos con calma? He estado remoloneando  desde que se publicó el pasado 8 de abril. Por fin, ayer, durante el viaje en avión de Roma a Madrid y luego en tren de Madrid a Sevilla, pude hacer una primera y rapidísima lectura. Antes, en Roma, había leído ya la presentación que el jesuita italiano Antonio Spadaro ofrece en el último número de La Civiltà Cattolica, así como algunos artículos, más o menos críticos, en medios digitales. La cosa no ha hecho más que empezar. 

Pensando en los lectores de este blog que no están familiarizados con este tipo de documentos, diré tres cosas para abrir boca:

1) Esta exhortación es un documento del papa Francisco que recoge las aportaciones del Sínodo extraordinario de los Obispos sobre Los desafíos pastorales a la familia en el contexto de la nueva evangelización (5-19 de octubre de 2014) y del Sínodo ordinario sobre el tema Jesucristo revela el misterio y la vocación de la familia (4-25 de octubre de 2015). Naturalmente, el papa Francisco no se limita a repetir lo que los Sínodos dijeron, pero los toma muy en cuenta. En algunos sitios más que en otros se nota su impronta personal. También recoge las aportaciones de algunas Conferencias episcopales como  las de México, Kenia, Australia, Colombia, Italia, Corea, España y Chile.

2) La exhortación –excesivamente larga en tiempos de rápida comunicación audiovisual como los nuestros– se divide en 9 capítulos de desigual factura:

1) A la luz de la Palabra.
2) Realidad y desafíos de las familias.
3) La mirada puesta en Jesús. Vocación de la familia.
4) El amor en el matrimonio.
5) Amor que se vuelve fecundo.
6) Algunas perspectivas pastorales.
7) Fortalecer la educación de los hijos.
8) Acompañar, discernir e integrar la fragilidad.
9) Espiritualidad matrimonial y familiar.

3) El mismo papa Francisco, consciente de la extensión del documento y de la complejidad de los muchos temas abordados, dice con claridad: “No recomiendo una lectura general apresurada. Podrá ser mejor aprovechada, tanto por las familias como por los agentes de pastoral familiar, si la profundizan pacientemente parte por parte o si buscan en ella lo que puedan necesitar en cada circunstancia concreta”.

Mientras el AVE discurría por la verde campiña manchega, salpicada de vides y olivos, yo tuve, más bien, la impresión de estar navegando por un río caudaloso en el que han vertido sus aguas muchos afluentes de tonalidades diversas. Algunos son identificables; otros se pierden en la corriente principal. 

Creo que pocos laicos van a leerse de cabo a rabo la exhortación. A los casados les recomendaría comenzar leyendo juntos, a ratos perdidos, los párrafos 90-119 y luego comentarlos partiendo de la propia experiencia. Puede ser un ejercicio muy estimulante. Si esa lectura les abre el apetito, pueden saltar al capítulo 1, al 7 o al 9. Si no, mucho me temo que se van a desanimar. Y lo mismo sucederá con las pequeñas comunidades, grupos de novios, etc. Si algunos animadores tienen la habilidad de conectar las palabras del Papa con las situaciones de la vida, entonces el documento resultará iluminador. Pero esto requiere tiempo y un poco de sagacidad.

Los medios de comunicación se han limitado a rastrear lo que el Papa dice sobre los divorciados vueltos a casar y su posible acceso a la comunión, sobre las parejas homosexuales y sobre algunos otros temas candentes como la cohabitación, el uso de anticonceptivos, etc. La mayoría se ha sentido decepcionada porque el Papa no pronuncia un sí nítido en línea con “lo que la gente demanda”. 

A mi modo de ver, ha hecho algo mucho más arriesgado y –si se quiere– más revolucionario a medio y largo plazo: ha introducido la lógica del discernimiento que no reduce los ideales cristianos a principios abstractos sino que los plantea como procesos de crecimiento y transformación, sometidos también a la ley de la gradualidad y conducidos por la gracia de Espíritu Santo que es quien -en palabras de Jesús- nos irá llevando a la "verdad plena" porque no podemos con todo por ahora. Pero esto es demasiado sutil –demasiado jesuítico, si se me permite el tópico– para ser captado por los medios de comunicación o incluso por los creyentes que concentran todo en la disyuntiva “está permitido – está prohibido”. El código civil funciona así. El Evangelio es tan exigente que desborda estas categorías que parecen claras, pero que, en el fondo, reducen la complejidad de la vida a mera complicación, susceptible de ser abordada con normas precisas. 

Necesitaré varios cafés, mucho diálogo con matrimonios de carne y hueso y, sobre todo, mucha oración, para seguir compartiendo algunas reflexiones. Mientras tanto os transcribo uno de los párrafos que más me ha gustado:
72. El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia… El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional.
Tendría que haber dicho al principio que el título mismo de la exhortación ofrece ya una clave novedosa. No se trata de recordar la doctrina tradicional sobre el matrimonio, como si su repetición surtiera efectos transformadores, sino, más bien, de anunciar la "buena noticia" de este sacramento, que significa y realiza "la alegría del amor". ¡Qué vocación tan hermosa! Si más jóvenes la descubrieran, no irían repitiendo eso de que "el matrimonio no es más que papeleo y ganas de complicar la cosa".

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