sábado, 2 de abril de 2016

Dar de beber al sediento

Los preparativos del viaje a Portugal no me han dejado mucho tiempo para escribir. Cuando reflexiono sobre esta segunda obra de misericordia –dar de beber al sediento– no pienso en mi experiencia romana. Aquí, en la Ciudad Eterna, hay fuentes por todas partes. No solo la Fontana de Trevi o la Fontana dell'Acqua Paola, sino infinidad de fuentecillas distribuidas por todo el centro histórico. El agua rebosa. Por eso lo que espontáneamente me viene a la memoria son los recuerdos de campamentos de verano en los que, después de una marcha dura, se terminaba la cantimplora del agua y no aparecía ninguna fuente para rellenarla. Y también imágenes de Somalia y algunos países africanos. Esa sensación de sed extrema –y de deshidratación– es la que viven a diario millones de personas. Y esa es la que tiene el salmista cuando canta:
“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo.
Mi alma está sedienta de ti,
mi carne tiene ansia de ti
como tierra reseca, agostada, sin agua” (Sal 62,2).
Me imagino también a Jesús sintiendo todo el ardor del mundo y gritando desde la cruz: “Tengo sed” (Jn 19,28). Es el versículo evangélico que Madre Teresa de Calcuta quiso que figurara escrito en todas las capillas de las Misioneras de la Caridad. La sed de Jesús simboliza su amor extremo por toda la humanidad.

Ayer escribí sobre el problema del hambre en el mundo. Hoy os invito a caer en la cuenta del grave problema del agua. Dentro de una década, la escasez de agua potable puede dar origen a una gran guerra. ¿Cómo reaccionar antes de que sea tarde? 

Jesús nos invita a dar de beber al sediento: “Porque cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois del Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mc 9,41). En su Galilea natal tenían la gran reserva hídrica del lago de Genesaret. Pero Judea era un desierto. Por eso, para un israelita el agua simboliza la vida, un bien precioso que se ansía. Dar de beber a un caminante que atraviesa el desierto es asegurarle la vida. 

Entre los muchos símbolos que emplea el evangelio de Juan para describir el misterio de Jesús uno es el agua: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” (Jn 7,37). Donde mejor queda simbolizado es en el encuentro de Jesús con la samaritana. Del agua física del pozo de Jacob se pasa al "agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14).

Hoy no hablamos tanto de “dar de beber al sediento” cuanto de vivir una espiritualidad sobria que reconozca el valor de este elemento vital y que lo administre. En el contexto de grave escasez y de inmensas desigualdades, el ahorro de agua se ha convertido en una expresión de caridad política.


Os dejo con una imagen que habla por sí misma:

Y ahora con la sugestiva música de Almudena, y su tema Agua. Nos ayuda a caer en la cuenta de lo que significa este elemento para la vida.



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