miércoles, 8 de marzo de 2023

El amor es siempre exagerado


No es posible escribir la entrada de hoy sin hacer referencia al
Día Internacional de la Mujer. Recuerdo que hace tres años las manifestaciones callejeras en Madrid y otros lugares de España sirvieron para difundir el coronavirus. Esperemos que este año sirvan para difundir el deseo de paz y reconciliación en un tiempo en el que la guerra ha vuelto a Europa. En mi país hay un gran debate abierto sobre el verdadero significado del feminismo. Hay mujeres que entienden sus reivindicaciones como una liquidación del imperio del varón y como un sentimiento que cada persona administra con total libertad, haciendo del género (y aun del sexo) una opción subjetiva. Otras afirman su feminidad sin necesidad de mimetizarse con el varón, poniendo el acento en la igualdad de derechos y oportunidades, en las responsabilidades compartidas (sobre todo, en el ámbito familiar) y, en definitiva, en la reciprocidad a distintos niveles.

Como todos los cambios sociales a lo largo de la historia, hay exageraciones que a veces son necesarias para llamar la atención sobre los desajustes o injusticias que nos parecen normales porque forman parte de la tradición. Luego, la misma dinámica social va equilibrando las cosas hasta lograr una síntesis más o menos aceptada por la mayoría. Creo que esto mismo sucederá con la identidad de los hombres y mujeres y su mutua relación. Ahora mismo estamos en un momento de gran ebullición. Las leyes “trans” no han hecho más que añadir leña al fuego. Pero creo que lo que no se consigue hoy mediante un discernimiento tranquilo, se logrará mañana cuando nos demos cuenta de las nefastas consecuencias a las que conducen algunas posturas extremistas.


Ayer compartí la comida de mediodía con un grupo de claretianos y de laicos de la parroquia San Antonio María Claret, situada en la periferia de Yaundé. La parroquia está a media hora de la sede de nuestro taller, pero, en realidad, cruzar el centro de la ciudad nos supuso más de una hora. Yaundé es, como Roma, la ciudad de las siete colinas. Para ir de nuestra colina (Nkolbisson) a la colina donde está situada la parroquia (Nkolemombo), no hay más remedio que atravesar el centro. A nuestra llegada, nos recibieron con cantos y danzas, como es tradicional en casi todos los lugares de África. Luego hubo discursos por parte del presidente del consejo parroquial y del párroco claretiano. Bajo un sol de justicia, guarecidos por unas carpas blancas, degustamos nuestra comida mientras el grupo de jóvenes interpretaba diversas canciones. Tanto el que tocaba el teclado como uno de los cantantes eran ciegos. 

La actitud hospitalaria y los muchos detalles de acogida llaman mucho la atención a un europeo como yo. Yo intentaba imaginarme lo que hubiera sucedido en cualquiera de nuestras parroquias europeas. Seguramente hubiéramos sido acogidos también con apertura y cercanía, pero no es probable que se hubiera producido el derroche de detalles que experimentamos ayer. Enseguida saltarían al primer plano los problemas logísticos, la necesaria financiación, el tiempo disponible, la posterior limpieza de los locales, etc. Por paradójico que resulte en muchos casos, cuanto más dinero manejamos, menos generosos somos. No hay nadie como la gente pobre para “derrochar” generosidad con los huéspedes sin complicarse demasiado la vida.


Haciendo un salto (o quizá siguiendo en esta misma línea), recuerdo que hoy celebramos también la memoria de san Juan de Dios (1495-1550), un santo polémico y exagerado. Su vida es una novela de aventuras. Después de muchas peripecias, que lo llevaron incluso a Viena y al norte de África, se convirtió tras escuchar una predicación de san Juan de Ávila en Granada el 20 de enero de 1539. Entonces se lanza desnudo a la calle, vende todos sus libros, la gente lo toma por loco y las autoridades lo encierran en el Hospital Real. Tras conocer de cerca la realidad de los enfermos y apaciguar espíritu, peregrina al santuario de la Virgen de Guadalupe en Extremadura. Allí maduró su propósito de entregar su vida al cuidado de los pobres y los enfermos. Por su extrema caridad, el obispo de Granada comienza a llamarle Juan de Dios. Murió, tal día como hoy, a los 55 años, a consecuencia de una pulmonía contraída por haberse lanzado al rio Genil para salvar a un joven que se estaba ahogando. 

Biografías como la de san Juan de Dios sacuden nuestra conciencia. Todos los santos son “exagerados” de una manera u otra. Su objetivo no es llevar una vida tranquila, sin problemas, sino amar al máximo. Esto los lleva a “exageraciones” que las personas y mujeres “normales” no somos capaces de realizar. Pero si no fuera por estas personas “exageradas” (comenzando por Jesús mismo) no entenderíamos que el amor de Dios es siempre exagerado. Nos moriríamos víctimas de nuestra actitud calculadora.


1 comentario:

  1. Es difícil opinar en cómo está el papel de la mujer en la sociedad actual… Es muy diversa, pues juega un papel importante según sea de un país o una cultura determinada.
    En nuestra sociedad, se reclama la igualdad, pero, muchas veces, con un tono de superioridad… Se reclama la igualdad sin tener en cuenta las diferencias de hombre y mujer… Muchas veces me planteo que más que la igualdad tenemos que luchar para la complementariedad. Quizás a las mujeres también nos hace falta valorarnos como tales.
    Hoy, junto a una de mis nietas, hemos dado gracias por “ser mujeres” y lo hemos celebrado.
    Para hacer grandes cosas o pequeñas cosas valiosas, hace falta que el amor sea exagerado, sin cálculos que nos frenen, para que sepamos entregarnos del todo, sea cual sea la misión.
    Gracias Gonzalo por tu felicitación.

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