viernes, 20 de enero de 2023

Para siempre


En el poco tiempo libre que me dejan mis compromisos cotidianos voy ultimando el texto de una conferencia que pronunciaré en el Instituto Sanyasa de Bangalore, India, a finales de este mes de enero. Se titula “Honouring the forever. Cultivating fidelity and perseverance” (algo así como “Honrar el para siempre. Cultivar la fidelidad y la perseverancia”). A medida que reflexiono y escribo, caigo en la cuenta de que ese “forever” (para siempre) es una expresión que asusta. Hoy nos cuesta creer que haya algo “para siempre” porque todo tiene fecha de caducidad. Los productos se fabrican con una obsolescencia planificada, de modo que la cadena de la producción y el consumo de bienes no se detenga. 

Si un teléfono móvil o un coche nos duraran 40 años (cosa que sería técnicamente posible), el modelo capitalista se vendría abajo. Necesitamos consumir nuevos artículos. La publicidad se encarga de difundirlos y de crear en nosotros la falsa necesidad de comprarlos. Es impensable imaginar que en una sociedad organizada de este modo los afectos y las convicciones se libren también de una obsolescencia (casi) programada. Si cambio con naturalidad de ordenador, de casa y de trabajo cada cierto tiempo, ¿por qué no puedo cambiar de cónyuge, de comunidad y de valores?


Cada vez que presido la celebración de un matrimonio o asisto a una profesión perpetua de alguna persona consagrada (cosa que cada vez me sucede menos) casi me echo a temblar. La fórmula más usada por los cónyuges cristianos en la celebración del matrimonio es de sobra conocida: “Yo, N., te recibo a ti, N., como esposo (a) y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Las fórmulas de la profesión perpetua de la mayoría de las congregaciones usan palabras parecidas a estas: “Hago voto a Dios de castidad, pobreza y obediencia para siempre”. El “todos los días de mi vida” (matrimonio) y el “para siempre” (profesión perpetua) son fórmulas que nos confrontan con la verdad y con el tiempo

¿Por qué asustan tanto? Porque hoy se ha impuesto un concepto relativista de verdad y una concepción presentista del tiempo. Para muchas personas, no existe la verdad, sino aproximaciones subjetivas (cada uno tiene su verdad) y parciales (accedemos solo a fragmentos inconexos). Por otra parte, el hecho de que, en relación con el tiempo, se ponga tanto el acento en el presente (carpe diem) hace que perdamos la conexión con el “de dónde venimos” (pasado) y con el “adónde vamos” (futuro). En este contexto, ¿qué sentido tiene hacer un compromiso “para siempre” si no sé si lo que hoy me parece importante tendrá algún sentido en el inmediato o lejano futuro? Como dicen muchos jóvenes, lo mejor es “vivir al día”.


No creo que deba adentrarme ahora en complejos terrenos filosóficos. Me limito a esbozar una respuesta a partir de la Palabra de Dios, que -como he recordado varias veces en este blog- “permanece para siempre”. Y precisamente por eso puede ayudarnos a resolver las cuestiones relativas a la verdad y al tiempo. Para los cristianos, la verdad no es una realidad abstracta, sino una persona. Jesús es la Verdad. El tiempo no es una sucesión de minutos (chronos), sino la oportunidad del encuentro con Dios en Jesús, que es Alfa (principio) y Omega (fin). Solo cuando estas experiencias se convierten en convicciones y generan afectos y hábitos, empezamos a entender que el “para siempre” no es una cárcel que aprisiona nuestra libertad y merma nuestra felicidad, sino, más bien, la condición de posibilidad para ser libres y felices. 

Naturalmente, esto no significa que la fidelidad radical a Dios se identifique, sin más, con la perseverancia en una institución determinada. Muchos santos (por ejemplo, santa Teresa de Calcuta) comenzaron profesando en un instituto y acabaron pasando a otro o fundando una nueva orden. Si “solo el amor es digno de fe” -como defendía Urs von Balthasar- analógicamente podríamos decir que “solo Dios es digno de fidelidad” porque Él es el único fiel. En la segunda carta a los Tesalonicenses leemos: “El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno” (2 Tes 3,3). Con el salmista cantamos: “La misericordia del Señor dura desde siempre y por siempre” (Sal 103,17). Por eso, porque ponemos nuestro fundamento en un Dios que es fiel (o sea, verdadero de principio a fin), podemos también nosotros creer en él “para siempre”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.