domingo, 8 de enero de 2023

La clave del pentagrama


Es hermoso recibir la felicitación de familiares y amigos. Ayer me pasé buena parte del día hablando por teléfono y contestando correos y mensajes. Comprobé una vez más la fuerza que tienen las palabras cuando salen del corazón. Precisamente hoy, fiesta del Bautismo del Señor, el evangelio de Mateo resalta las palabras provenientes “de los cielos” (o sea, de Dios) para que todo el mundo las escuche: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Es llamativa la evolución que se produjo en la iglesia primitiva. El evangelio de Marcos (el más antiguo) comienza la vida de Jesús con la escena del bautismo en el Jordán. Ignora su infancia y su vida escondida en Nazaret. 

Años después, los evangelios de Mateo (dirigido a cristianos provenientes del judaísmo) y de Lucas (escrito, sobre todo, para cristianos de la gentilidad) empiezan sus escritos hablando de la infancia de Jesús, tal como hemos recordado en este tiempo de Navidad. Se trata, ciertamente, de relatos muy teologizados en los que se ofrecen las claves para entender quién es Jesús, pero es innegable su base histórica. 

Por último, hacia finales del siglo I o comienzos del siglo II, el evangelio de Juan da un paso más. Obvia la infancia de Jesús y su vida nazaretana y se remonta nada menos a lo que los teólogos llaman su preexistencia. Se abre con el famoso prólogo en el que Jesús es presentado como el Verbo de Dios que en un momento preciso de la historia “se hizo carne”.


La escena del Bautismo que leemos hoy está cargada de símbolos provenientes del Antiguo Testamento y, por lo tanto, comprensibles para los judeocristianos: el agua, la paloma, la voz. Todos apuntan al mensaje central que Dios dirige a la humanidad: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Si tuviéramos que traducir esta frase a nuestra mentalidad contemporánea, podríamos decir: “Doy fe de que este Jesús no es un mito o un fraude. Podéis fiaros completamente de él porque es mi hijo amado. Yo salgo en su favor. Conecta con las expectativas del antiguo pueblo e inaugura una nueva era”. Colocar esta clave al comienzo del evangelio significa que todo lo que venga después (la predicación, los milagros, la pasión, muerte y resurrección) tiene la garantía divina. 

No estamos, pues, ante un simple predicador o un mago. Jesús no es - dicho vulgarmente - un cantamañanas que se echa a los caminos como tantos impostores a lo largo de la historia. Es el enviado de Dios, “mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco”, como leemos en la primera lectura de hoy (Isaías). Y lo es porque “he puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones”. Por eso Juan el Bautista y todos sus seguidores se rinden ante este enviado de Dios lleno de su Espíritu: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”.


Es probable que la gran mayoría de los lectores de este Rincón seamos cristianos bautizados. Sobre cada uno de nosotros, Dios ha pronunciado las palabras eficaces referidas a Jesús. Por el Bautismo, todos nosotros somos hijos amados. Si comprendiéramos que esta es la clave del pentagrama de nuestra vida, nuestra música personal sonaría de otra manera. No andaríamos tan agobiados y hundidos. Un hijo de Dios afronta la vida con dignidad, libertad, paz y alegría. No hay situación que pueda con él. No vende su derecho de primogenitura (¡es hijo de Dios!) por el “plato de lentejas” de la aprobación social, del placer o del lucro. 

Camina por la vida con la cabeza alta. Solo se humilla ante Dios y ante los pobres. No pide permiso para existir, sino que hace de su vida una entrega para que todos puedan vivir mejor. Se rebela contra toda discriminación. Hermana libertad y justicia, acción y contemplación, Dios y ser humano. La fiesta del Bautismo del Señor con la que cerramos el ciclo de Navidad es, en el fondo, la fiesta de nuestra identidad. Somos hijos “y aún no se ha manifestado lo que seremos” (1 Jn 3,2).

1 comentario:

  1. Creo que, en general, somos muchos los que no somos conscientes de lo que representa el “bautismo”… Nos olvidamos, con frecuencia de la “clave del pentagrama”…
    Reflexionando sobre ello, pensaba que damos el mismo salto que se da en la liturgia… Celebramos el nacimiento de “un Niño” para pasar, de un día al otro, en celebrar su Bautismo, en la edad adulta. No hemos tenido tiempo de asimilar lo que representa “este Niño” en nuestras vidas.
    Nos dices: “Por el Bautismo, todos nosotros somos hijos amados.”… Yo me pregunto: ¿somos conscientes de este ser hijos? ¿Nos fiamos de Dios o lo ponemos en duda? ¿Sabemos leer nuestra vida en esta clave?
    Gracias Gonzalo, por dar testimonio de ello y ayudarnos a ser conscientes de este sabernos “Hijos de Dios.”

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