sábado, 5 de febrero de 2022

Necesitamos muchas Águedas

De santa Águeda (la buena y la bella, que eso es lo que significa su nombre) sabemos muy pocas cosas. Cuesta comprender que una mártir del siglo III siga siendo tan popular. No solo es patrona de Catania (ciudad donde fue martirizada) o de Sicilia (isla donde nació y creció), sino de otros muchos pueblos que la veneran como ejemplo de mujer intrépida y fiel. A ella se le atribuye esta frase dirigida a su verdugo: “Cruel tirano ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?”. Quizá por esta valentía muchas mujeres la ven como un icono de feminidad y como una poderosa intercesora en las situaciones difíciles. En varios pueblos, hoy, fiesta de santa Águeda, las mujeres toman el mando, en una jornada que es festiva y reivindicativa al mismo tiempo. 

Es evidente que han cambiado muchas cosas en los últimos 50 años con respecto a la consideración social de la mujer, pero aún estamos lejos de alcanzar ese sueño del Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27), si bien hoy se cuestiona esta polaridad desde distintos ángulos. Si tanto el varón como la mujer son imagen de Dios, ambos gozan de la misma dignidad y de los mismos derechos. Esto que parece tan obvio no acaba de reflejarse en la vida social. Las discriminaciones (laborales, salariales, políticas, etc.) siguen abiertas, sobre todo en algunas sociedades marcadas por el machismo.

¿Qué pasa en la Iglesia? A mi modo de ver, la pregunta más radical no es cuál es el papel de la mujer en la Iglesia (pregunta funcional), sino cómo ve la Iglesia a la mujer y cómo se realiza la Iglesia con rostro femenino (pregunta sustancial). El acceso o el veto de las mujeres a los ministerios ordenados (tan debatido hoy) es solo un aspecto de una cuestión más amplia y radical. Creo que, desde el punto de vista teológico, los cristianos creemos que Dios ha creado al ser humano (hombre y mujer) con la misma dignidad y que, desde la fe, “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). 

Sin embargo, no acabamos de sacar todas las consecuencias que se derivan de esta fe. Seguimos siendo deudores de patrones culturales machistas y patriarcales que condicionan nuestras ideas, costumbres, leyes y prácticas. Yo estoy convencido de que la renovación de la Iglesia que necesitamos en este siglo XXI tendrá una fuerte impronta femenina. El redescubrimiento de la maternidad de la Iglesia vendrá, sobre todo, de la mano de quienes saben por experiencia qué significa ser madre. Solo esta maternidad corregirá los excesos organizativos que han hecho de la Iglesia una institución fría a los ojos de muchos creyentes. Necesitamos comunidades maternales que sepan acoger a quienes se sienten lejos y que sepan acompañarlos en su vuelta a casa.

En un día como hoy, más incluso que en la Jornada Internacional de las Mujer que se celebra el 8 de marzo, doy gracias a Dios por todas las mujeres que han sido muy significativas en mi vida (desde mi madre y mis hermanas hasta muchas amigas, santas, teólogas, pensadoras, escritoras, científicas y artistas) que me ayudan a ver el mundo de otra manera, que me revelan “la cara oculta” de una realidad que tiendo a olvidar. Hace ya mucho tiempo que me he dado cuenta de que, por lo general, las mujeres son más intrépidas, prácticas, resistentes y fieles que los varones. Espero que este aprecio sincero no se interprete como una recaída en el machismo sutil. 

Sin mujeres, la vida a todos los niveles es inviable. También la vida de nuestras familias, comunidades e instituciones. ¿Cómo podemos cerrar los ojos a un hecho evidente? Sueño, pues, con una Iglesia llena de vida en la que las mujeres desempeñen los ministerios que el Espíritu quiera suscitar. El discernimiento no será fácil, pero nunca el miedo ha sido una condición para discernir con verdad.

1 comentario:

  1. Seguramente tenemos muchas “Aguedas” desconocidas que pasan desapercibidas en nuestros ambientes… Actualmente, ¿no se llega también a barbaridades parecidas despreciando, maltratando y matando a mujeres sencillas y también a proféticas en algunos países?
    El “machismo” no está solo en la Iglesia, está en la sociedad y está en las familias más humildes, está en la calle y está en los colegios… y también en el mundo laboral, tanto en el más sencillo como en el más elevado.
    Queremos una Iglesia maternal, pero qué difícil es comprender la maternidad cuando no se ha vivido… Se dice que la maternidad puede vivirse de muchas maneras, si, pero que diferente es, vivirla desde haber concebido algún hijo o no… La unión de la madre con este ser pequeño que se va desarrollando, despierta sensaciones, emociones y también obligaciones que de otra manera es imposible vivir. Por ello diría que también necesitamos, en la Iglesia, mujeres que han podido y sabido vivir su maternidad a fondo.
    Gracias Gonzalo por el enlace al que se llega cuando escribes que se cuestiona esta polaridad.

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