jueves, 11 de agosto de 2016

Una historia de humanidad urbana

El título de hoy lo tomo prestado de una noticia reportada en la cuenta de Facebook de la Polizia di Stato italiana. Es una historia urbana, veraniega, triste y hermosa a un tiempo. Acaba de suceder en Roma, la ciudad donde vivo, aunque estos días esté a casi 2.000 kilómetros de distancia. Un vecino oyó llorar a una pareja de ancianos y llamó a la policía. Lo que encontraron los agentes Andrea, Alessandro, Ernesto y Mirko fue una un matrimonio anciano formado por Michele, de 94 años, y Jole, de 89. Llevaban más de 70 años casados. Su estado de salud no era malo. ¿Por qué lloraban? ¡Lloraban de pura soledad! Nadie va nunca a visitarles. Son dos almas perdidas. Sus lágrimas eran un SOS en medio del bochorno romano. Así que los cuatro agentes, ni cortos ni perezosos, buscaron en la despensa algunos ingredientes, cocinaron para ellos un plato de pasta y queso y se pusieron a conversar. No hay mejor medicina que un poco de cariño y una buena conversación en torno a la mesa.

Confieso que esta historia me ha conmovido. Mientras muchas personas disfrutan de sus vacaciones, otras muchas experimentan una incurable soledad. Ancianos que permanecen encerrados en sus diminutos pisos o en residencias donde nadie los visita, personas que viven solas y que no tienen con quien salir a pasear, enfermos que ven pasar los días postrados en sus camas mientras contemplan por televisión las aventuras veraniegas de los famosos en playas de ensueño, niños que han perdido a sus padres y echan de menos a alguien que los lleve al mar… 

El verano pone de relieve la cara oculta de la vida humana. No todo son viajes, playas cubiertas de cuerpos bronceados, fiestas populares, viajes de placer y aventuras maravillosas. Para muchos seres humanos el verano representa una cita con la soledad y las limitaciones. La historia de “humanidad urbana” protagonizada por estos cuatro policías italianos demuestra que siempre es posible salir al encuentro de las necesidades de los demás. No se nos pide un “plan global para erradicar la soledad en el mundo”, un “protocolo de actuación ante emergencias sociales” o lindezas como las que suelen aparecer en los programas de los partidos políticos. Basta con una sencilla maniobra de acercamiento a las soledades que están en nuestro entorno. Una visita oportuna, una llamada telefónica, una invitación a comer son suficientes para aliviar la soledad que mata a las personas. Todos nosotros tenemos la capacidad de poner el bálsamo del cariño en las heridas de la soledad.

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