domingo, 28 de agosto de 2016

Jesús es un aguafiestas

Si hoy no fuera domingo, hubiéramos celebrado la memoria litúrgica de san Agustín (354-430), un santo que siempre me ha atraído. Sus Confesiones siguen siendo un testimonio estremecedor de búsqueda apasionada de la verdad. Es un libro que conviene releer cada cierto tiempo, cuando uno se acostumbra demasiado al estilo de vida que lleva. Este año el 28 de agosto coincide con el XXII domingo del tiempo ordinario, así que el recuerdo de san Agustín pasa a segundo plano. Parece que el tema central de la liturgia de hoy es la humildad. Me llama la atención el versículo del libro del Eclesiástico con el que comienza la primera lectura: “En tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso”. Admiramos a las personas inteligentes, capaces, generosas. Pero queremos de verdad a las que son humildes. Es como si la humildad nos desarmara porque nos cura de la rivalidad entre nosotros al situarnos a todos al nivel de la tierra (humus). Las personas humildes eligen como podio el nivel más bajo: es decir, la tierra sobre la que todos colocamos nuestros pies. A ese nivel todos somos iguales.

Esta es la experiencia que Jesús quiere compartir con los invitados a una comida “en casa de uno de los principales fariseos”. No estoy seguro de que yo me sintiera a gusto con invitados como Jesús. Cuando uno espera que las cosas procedan según el protocolo, Jesús se arranca con uno de sus mensajes que rompen con lo que siempre se ha hecho, que nos desestabilizan y que –digámoslo con claridad– arruinan la fiesta. Él, que es el hombre del vino nuevo en las bodas de Caná, en esta ocasión se comporta como un perfecto aguafiestas. ¿Por qué Jesús parece comportarse como un invitado descortés al contar una parábola incómoda? Lucas hace un apunte curioso: “Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola”. El punto de partida es, pues, una observación: la tendencia humana a sobresalir. Parece una derivación de la lucha por la supervivencia.

Hoy, este “escoger los primeros puestos” tiene muchas variedades. En ambiente eclesiástico se habla de carrerismo, de mundanidad. El papa Francisco ha denunciado con fuerza esta tentación denominándola lepra. En contexto empresarial, académico y deportivo se habla de competitividad, etc. Se suele decir que es la única forma de perseguir la excelencia y de obtener mejores resultados. Acabamos de verlo en los recientes Juegos Olímpicos de Río. Todos los atletas aspiran a obtener una medalla, a quedar por encima de sus colegas. 

¿Es que Jesús se opone a esta sana emulación? ¿Por qué siempre se empeña en dar la vuelta a cosas que parecen naturales? ¿Por qué “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”? ¿No hay una diferencia psicológica clara entre éxito (la realización plena de mis posibilidades) y triunfo (el colocarme por encima de los demás)? ¿A qué se refiere Jesús cuando habla de enaltecerse: a tener éxito o a triunfar? La parábola termina con una de esas paradojas que tanto gustan a Jesús y que siempre nos descolocan. Quizá nos sorprenden, pero no sabemos cómo llevarlas a la práctica: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos”. Aquí el porqué parece claro: “porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado”. 




Me estoy acordando de la manera como las familias se conducen cuando organizan banquetes con motivo de bodas, comuniones, bautizos, etc. Suelen seguir criterios de proporcionalidad y reciprocidad: “Ellos nos invitaron, tenemos que invitarlos ahora”. Jesús pone de relieve que, por desgracia, en la vida real no hay verdadera reciprocidad.  A los pobres y excluidos no los invita nadie “porque no pueden pagarte”. El único que los invita es Dios porque Él es pura generosidad. No necesita que le correspondamos de ninguna manera. Si nosotros queremos ser como Él tenemos que practicar una asimetría que rompe con los esquemas sociales.

Como cada domingo, Fernando Armellini nos ofrece otras claves para penetrar en el contexto y sentido de las parábolas que Jesús nos propone en el evangelio:


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