viernes, 8 de septiembre de 2023

Nacer de nuevo


Me gusta escribir sobre María. Lo he hecho muchas veces en este blog. Y no porque crea -como parece que decía san Bernardo y repetía a menudo san Luis María Grignion de Monfort- que “de Maria nunquam satis” (nunca hablamos lo suficiente acerca de María), sino porque Jesús sigue naciendo en nosotros (por la fe) “ex Maria virgine” (de María virgen). No podemos creer en Jesús sin dejar que María lo engendre en nosotros. Donde hay una experiencia genuina de Jesús, María aparece como vientre que genera al Verbo, como discípula que escucha la Palabra y la cumple, como madre que aglutina a la comunidad, como arquetipo de la gloria que nos aguarda. 

Hoy celebramos la natividad de la Virgen María, fiesta grande en muchos pueblos y ciudades que cantan a la madre de Jesús con distintas advocaciones: Nuestra Señora del Pino (Canarias), Virgen de la Peña (Ciudad Rodrigo), Virgen María de la Fuensanta (Córdoba), Nuestra Señora de la Cinta (Huelva), Nuestra Señora de Covadonga (Oviedo), Nuestra Señora de la Victoria (Málaga), Virgen del Cobre (Santiago de Cuba), Virgen del Coro (San Sebastián), Virgen de Nuria (Queralbs, Gerona), Santa María de la Vega (Salamanca), Nuestra Señora de los Remedios (Mondoñedo-Ferrol), Nuestra Señora de Soterraña (Ávila y Segovia), Virgen de Riánsares (Tarancón, Cuenca), Virgen de las Viñas (Aranda de Duero)… y muchas otras.


No celebramos el “cumpleaños” de María (como a veces se dice popularmente), sino su “natividad”. Solo de Jesús, de María y de Juan el Bautista celebramos en la liturgia el día del nacimiento. De Jesús y de Juan conocemos algunos detalles muy teologizados. El Nuevo Testamento no dice nada del nacimiento de María. Ella entra en escena cuando ya es una jovencita, en el relato de la anunciación, que es, en el fondo, el relato de su llamada. Sin embargo, la tradición de la Iglesia no ha querido pasar por alto el momento en el que María viene a este mundo en el seno de una piadosa familia judía. De este modo, pone de relieve que la madre de Jesús se inserta en el pueblo de Israel y participa de las promesas de Dios.


Hoy es un buen día para recordar nuestro propio nacimiento. El dolor del parto dio lugar a la alegría de un nuevo ser. Todo nacimiento es como un símbolo del misterio pascual. Se sale del “sepulcro” del vientre materno a la “nueva vida” en el mundo exterior. Este tránsito es doloroso, pero es al mismo tiempo portador de alegría, de esperanza, de futuro. Nacer es siempre eso: atravesar una puerta estrecha para entrar en un mundo nuevo. A menudo, preferimos permanecer en el seno materno, protegidos del mundo exterior, encerrados en nuestra placenta de comodidad. Pero la vida de fe implica sucesivos “nacimientos” a lo largo de nuestra vida, rupturas de la seguridad y procesos de salida. 

Algo parecido es lo que está viviendo hoy la Iglesia en medio de muchas tensiones. Quisiéramos nacer a un modo nuevo de ser comunidad de Jesús, pero preferimos permanecer en la rutina de siempre. Nos asustan los dolores del parto y la inseguridad de no saber cómo vivir en la nueva cultura. Sin embargo, sabemos muy bien que “el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Jn 3,3). Le pedimos a la Virgen María, en la fiesta de su nacimiento, que nos ayude a superar los miedos y a fiarnos plenamente del Espíritu de Dios.

Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.

Canten hoy, pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.

Digan, Señora, de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.

Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.

Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.

Y nosotros, que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.

Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.

 

 

jueves, 7 de septiembre de 2023

A vista de pájaro


Regresé de Mérida a Madrid con tiempo suficiente para ver la retransmisión en directo de la undécima etapa de La Vuelta. Me gusta el ciclismo, pero no soy un gran aficionado. Si ayer me pegué al televisor durante casi dos horas es porque la etapa pasaba por Vinuesa, mi pueblo, y culminaba en la Laguna Negra. Admiré, por supuesto, la victoria agónica del español Jesús Herrada, pero lo que más me llamó la atención fue la cascada de imágenes aéreas que transmitían desde las cámaras apostadas en los helicópteros. 

Acostumbrado a ver los paisajes naturales y el caserío “desde abajo”, me sorprendió la majestuosidad y belleza que ofrecían las cámaras “desde arriba”. Caí en la cuenta de conexiones que no se perciben en la superficie. Me hice más cargo de la belleza de mi tierra vista desde el cielo. Es como si viera todo por primera vez. ¡Y eso que en más de una ocasión he podido verla desde la ventanilla de los aviones que siguen esa ruta (por ejemplo, en un reciente vuelo Madrid-San Sebastián), pero la distancia era excesiva como para percibir los detalles!


Me pareció una hermosa metáfora de lo que sucede cuando contemplamos nuestra vida. El punto de vista que adoptemos es decisivo para tener una interpretación correcta. Podemos ver las cosas “desde abajo” (es decir, a partir de nuestras experiencias y criterios humanos) o “desde arriba” (es decir, como Dios las ve). Ambos puntos son necesarios y complementarios, pero solo el segundo nos ofrece la perspectiva justa y completa.


Desde abajo vemos que en nuestra vida hay momentos de gozo y de tristeza, éxitos y fracasos, avances y retrocesos, subidas y bajadas. Cuando las cosas nos van bien, sentimos que merece la pena vivir, lanzamos las campanas al vuelo. Cuando vienen mal dadas, nos deprimimos y hasta llegamos a pensar que la vida no tiene ningún sentido. En los momentos de meseta, gozamos de la estabilidad y, al mismo tiempo, padecemos la rutina. 

Cuando examinamos nuestras experiencias “desde abajo” nos cuesta saber cómo se engarza una con otra, a dónde apunta todo. Fácilmente perdemos el rumbo. Nos quedamos extasiados en la belleza y nos paralizamos con el dolor y el sufrimiento. Nos falta perspectiva para descubrir el verdadero sentido de lo que vivimos.


Un día creemos que vivimos en el mejor mundo de los posibles y al día siguiente tenemos ganas de tirar la toalla. La contemplación de nuestra vida “desde abajo” nos ayuda a percibir los detalles, pero nos impide ver el horizonte. Corremos el riesgo de dar importancia a cosas nimias y quitársela a lo que de verdad merece la pena. ¡Cuántas veces nos enojamos por cosas que, pasado un tiempo, comprendemos que no tenían ninguna importancia!


Necesitamos completar nuestra visión con la contemplación “desde arriba”. Esta solo se consigue cuando nos encaramamos a la torre de la oración. Solo el diálogo con Dios nos permite ver nuestra realidad y la del mundo como la ve Dios. Entonces caemos en la cuenta de que nuestra historia no es un laberinto, sino un camino que tiene un comienzo y tendrá un final. 

Percibimos que, después de vericuetos que parecen perderse en el bosque de la confusión, la senda recobra su trayectoria. Se nos hace más claro que algunos sufrimientos y correcciones no son absurdos, sino que nos preparan para afrontar las pruebas de la vida. Relativizamos los éxitos y los fracasos parciales porque lo que realmente cuenta es llegar a la meta final. 


Comprendemos que, a través de nuestras subidas y bajadas, éxitos y fracasos, Alguien ha ido trazando una historia de amor, que todo tiene un sentido y que, por tanto, no debemos abandonarnos a la desesperación. La contemplación de nuestra vida “desde arriba” nos permite apreciar la belleza delicada de nuestra historia. 

Existimos en este mundo porque Dios nos quiere. Aunque a veces hayamos tenido la experiencia contraria, Él nunca nos deja de su mano. Si nos fiamos de su amor, llegaremos a la meta final. Quizá lleguemos exhaustos, como ayer llegó Jesús Herrada a la Laguna Negra, pero contentos de haber vivido la existencia a cabalidad.



miércoles, 6 de septiembre de 2023

Necesitamos buenas noticias


Hacía tiempo que no me pasaba todo un día, desde la mañana a la noche, hablando con la misma persona. Ayer estuve entrevistando durante toda la jornada al sacerdote mexicano Heriberto García Arias. Con las varias horas de grabación pronto me pondré a componer el libro deseado. Varias personas me han preguntado por qué me decido a publicar este tipo de libros. Tengo bastante clara la respuesta. Aunque las reflexiones son clarificadoras, lo que de verdad nos mueve (y nos conmueve) son los testimonios. Necesitamos saber cómo viven y evangelizan las personas que, incluso en esta compleja sociedad nuestra, consiguen llegar al corazón de muchas personas hablando el lenguaje que todos entienden. El padre Heriberto es una de ellas. Es muy tradicional en el contenido y muy innovador en el método. 

A través de las redes entra en contacto con muchos jóvenes que sufren problemas (desde el rechazo de sus familiares y compañeros hasta los intentos de suicidio) y que a tientas buscan un sentido a la vida. La red está llena de ángeles y demonios. Hay personas que animan y aplauden y otras que denigran y amenazan. Para evangelizar en la red hay que tener cuajo, exponerse a cuerpo descubierto. Los riesgos son evidentes, pero los evangelizadores de raza no pueden estar lejos del continente en el que viven los jóvenes. Es más fácil quedarse en los cuarteles de invierno, guarecidos de las críticas y los elogios, pero entonces sirve de poco quejarse.


Dentro de unas horas regreso a Madrid con el recuerdo de unas jornadas entrañables en esta antigua ciudad de Mérida. Ayer por la tarde, después de concluir la larga conversación con el tiktoker mexicano, tuve la oportunidad de presidir la Eucaristía en la basílica de santa Eulalia, un verdadero tesoro de la Iglesia local, patrimonio de la humanidad. Es emocionante caer en la cuenta de que en ese mismo lugar se llevan reuniendo los cristianos más de dieciséis siglos. Las modas cambian, la fe permanece. 

Estos monumentos son testigos de la historia de una comunidad cristiana que vive hoy en situación de perplejidad. Contemplando la multisecular trayectoria, los muchos vaivenes y avatares, puede entender mejor que Jesús nunca la abandona, que él estará con nosotros “hasta el fin de los siglos”. A menudo no sabemos cómo. Tenemos la impresión de que estamos en los estertores, pero la Iglesia está muriendo y naciendo ininterrumpidamente. Cada vez que un hombre o una mujer se encuentran con Jesucristo y se adhieren a él mediante la fe, la Iglesia nace de nuevo.


Si algo me impresionó de la conversación con el padre Heriberto es que hoy necesitamos proclamar el Evangelio como lo que es en esencia: una “buena noticia” para los hombres y mujeres que sufren, que no encuentran el camino, que se sienten perdidos. No es el tiempo de reproches y acusaciones. Lo urgente no es denunciar lo mal que va nuestro mundo, sino la fuerza que tiene el amor de Dios para regenerar la vida de cualquier ser humano. Él no nunca nos abandona. Como dice san Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16). 

Hay evangelizadores que son más proclives a poner el acento en las heridas, los fallos y los pecados. Quizá son necesarios como despertadores, pero lo que nos llega al corazón no es el reproche permanente, sino el amor. Lo que nos mueve a cambiar es experimentar que somos amados cuando aún somos pecadores, no cuando podemos presentar un currículo impecable. San Pablo lo dice con palabras insuperables: “Apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros(Rm 5,7-8).

martes, 5 de septiembre de 2023

Una conversación esperada


En tres horas y media viajé ayer desde Madrid a Mérida. Hacía muchos años que no volvía a la capital de Extremadura, la vieja Emerita Augusta. Superados los calores del verano, que hicieron subir aquí el mercurio hasta los 43 grados, ayer hacía una temperatura suave, mitigada por las últimas lluvias. Disfruté conduciendo por los campos de Castilla-La Mancha y Extremadura. Pasé cerca de Serrejón, un pueblecito cacereño al que alguna vez vine durante la Semana Santa, y de la central nuclear de Almaraz. Crucé el túnel de Miravete y me interné en la planicie que tanto atrajo a romanos, visigodos y árabes.


Voy a pasar aquí todo el día entrevistando al sacerdote mexicano Heriberto García Arias. La conversación será la base del libro que estamos preparando y que saldrá en el otoño. Mientras él celebraba la misa vespertina en la basílica de Santa Eulalia (patrimonio de la humanidad), yo recorría otros lugares singulares de la ciudad acompañado por Jesús Sánchez Adalid, sacerdote y escritor reconocido de novela histórica. Con sus sabias explicaciones, fui recordando lugares que casi habían desaparecido de mi memoria, excepto el imponente puente romano sobre el Guadiana.

He preparado hace varios meses el cuestionario que me servirá de base para la entrevista con Heriberto. Ayer lo retoqué porque su participación en la JMJ de Lisboa ha introducido nuevos asuntos que merece la pena explorar. En el trasfondo de este libro que estamos preparando hay una preocupación que he expresado repetidas veces en este blog: ¿qué podemos hacer para transmitir la fe cristiana a las nuevas generaciones? ¿Es posible hablar del Evangelio a través de Instagram, TikTok o YouTube? ¿Cuál es la diferencia entre un simple influencer y un testigo? 

Anoche, durante la cena que compartimos, los tres expresamos nuestras zozobras, temores y esperanzas. Cada uno de nosotros hemos vivido experiencias que nos ayudan a no tirar la toalla, por imposible que parezca. De hecho, Heriberto y Jesús están preparando juntos un ambicioso proyecto audiovisual que va en esta dirección.


Heriberto me decía que buena parte de sus casi dos millones de seguidores en TikTok proceden de la comunidad católica latina de Estados Unidos. Allí las cosas se viven de manera muy distinta a lo que estamos acostumbrados en Europa. Es muy probable que propuestas que tienen éxito al otro lado del Atlántico dejen indiferentes a los jóvenes europeos, pero nunca se sabe. Lo importante es sembrar. Nunca sabemos los cauces que Dios utiliza para llegar al corazón de las personas, incluyendo a aquellas que se muestran hostiles o indiferentes. 

Cada vez me sorprendo más con historias que hablan de la indomesticable gracia de Dios. A menudo, chicos y chicas formados en nuestros colegios y parroquias se vuelven casi impermeables a la belleza del Evangelio, mientras que otros, procedentes de ambientes agnósticos o ateos, sienten una irresistible atracción. ¿Por qué?


Tengo muchas ganas de mantener una conversación con Heriberto que nos va a ocupar todo el día. La vamos a comenzar sin prisas, orando juntos, poniéndonos en manos de Dios. Lo hacemos hoy, memoria de santa Teresa de Calcuta, 47 aniversario de mi profesión religiosa, hecha en Castro Urdiales (Cantabria) en el ya lejano 1976. 

No sé el impacto que tendrá el libro que estamos preparando, pero espero que a muchos jóvenes les sirva para encontrar un poco de luz en sus búsquedas y a muchos mayores, incluyendo los lectores de este blog, les ayude a comprender mejor el mundo que vivimos y la manera de ser cristianos en él. Sin espiritualismos y sin desesperanza. Aceptando el tiempo que nos ha tocado vivir y descubriendo en él la misteriosa y salvífica presencia de Dios.

lunes, 4 de septiembre de 2023

Mi alma te busca


Todo el fin de semana ha estado lloviendo en Madrid. Tras un mes de agosto tórrido, los árboles y plantas echaban de menos el agua. Es increíble cómo en poco tiempo han pasado del verde enfermo a un verde fresco, casi otoñal. Sigue lloviendo mientras tecleo la entrada de hoy. ¡Ojalá siga haciéndolo durante toda la jornada! 

Sabíamos que iba a llover. Los meteorólogos y medios de comunicación llevaban días anunciando la famosa DANA. Lo que nos sorprendió a todos fue la ruidosa e inesperada alerta que llegó a nuestros móviles ayer hacia las 2, 40 de la tarde. Era un aviso para que, si no era absolutamente necesario, no saliéramos de nuestras casas porque se temían fuertes tormentas y posibles inundaciones. Parecía la antesala del apocalipsis.

Tras una lluvia breve y saltarina, la tarde transcurrió en calma, al menos en la capital. Enseguida se multiplicaron los memes en las redes sociales: “0 muertos por la tormenta, 850.000 infartos por la alerta roja informática”. Se ve que las autoridades querían evitar desastres parecidos a los causados por Filomena hace dos años y medio. Yo sonreía. Las “suaves” lluvias sobre Madrid no tienen que ver nada con las violentas lluvias tropicales que he padecido en Malabo (Guinea Ecuatorial), Manila (Filipinas) o Panamá. Está visto que todo es relativo. Lo que a nosotros nos asusta, a los habitantes de esos lugares les parecería una broma.


He recordado algo de esto mientras recitaba esta mañana el
salmo 41 en la oración de laudes. Me reconocía en las palabras iniciales: “Como busca la cierva / corrientes de agua, / así mi alma te busca / a ti, Dios mío”. Imaginaba a los ciervos del monte de El Pardo buscando el alivio de algún arroyo o balsa de agua en los tórridos meses de verano. Como esos ciervos sedientos, ansiosos de las lluvias otoñales, también mi alma “tiene sed de Dios, / del Dios vivo”. Fruto de esa sed insaciable, brota la pregunta: “¿Cuándo entraré a ver / el rostro de Dios?”. En medio de esta cultura indiferente, “las lágrimas son mi pan / noche y día, / mientras todo el día me repiten: / «¿Dónde está tu Dios?»”. 

El salmo 41 parece estar escrito para este lunes 4 de septiembre. Igual que las lluvias del fin de semana han puesto fin a la sequía del verano, así el encuentro con Dios alivia la sed que los creyentes padecemos. Esta sed brota de un interior que parece árido, pero también de un contexto social que nos pregunta dónde está ese Dios en el que decimos creer porque no aparece por ningún lado. La herida de la fe consiste en esa doble esterilidad: la que percibimos dentro de nosotros y la que constatamos fuera, la aridez del alma y la aridez de la cultura.


En momentos como estos, el salmo sigue prestándonos sus palabras: “¿Por qué te acongojas, alma mía, / por qué te me turbas? / Espera en Dios, que volverás a alabarlo: / «Salud de mi rostro, Dios mío»”. No hay razón para la congoja o la turbación. La fe se vive como espera paciente. Dios es siempre nuestra salvación, pero se hace esperar. En medio de la búsqueda, “de día el Señor / me hará misericordia, / de noche cantaré la alabanza / del Dios de mi vida”. 

Creo que siempre vamos a vivir la fe de este modo, como sed de sentido en medio del desierto, como ansia de plenitud en la incompletitud de nuestra carne, como respuesta suave en el bosque de preguntas, como ausencia y como encuentro, como noche y como aurora, como luna y como sol. Aceptar con sosiego esta permanente tensión es lo que, poco a poco, nos enseña creer. Todo creyente es un caminante y un luchador. Nunca se detiene en sus convicciones inamovibles, siempre lucha contra la rutina, la pasividad y el conformismo.


domingo, 3 de septiembre de 2023

Los tres imperativos


El primer fin de semana de septiembre viene marcado por las tormentas, las lluvias y el descenso generalizado de las temperaturas. Todo huele a otoño anticipado. En este clima gris y fresco, el mensaje de este XXII Domingo del Tiempo Ordinario no parece el más estimulante para comenzar el nuevo curso laboral, académico y pastoral tras el paréntesis de las vacaciones estivales. Sin embargo, superada la primera impresión, contiene la dosis de verdad que necesitamos para no perdernos en el laberinto que nos ha tocado vivir. 

Como leemos en la primera lectura (Jr 20,7-9), por más que la Palabra de Dios nos parezca dura, “ella era en mis entrañas fuego ardiente”. Cuando Jesús anuncia a los suyos que “tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día”, Pedro se encarga de hacerlo entrar en razón porque no entiende la fuerza divina de ese “tenía que”. Asume la misma lógica calculadora que el diablo en el episodio de las tentaciones. Por eso, no es extraño que Jesús reaccione con energía y denuncie su contaminación diabólica: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”. ¿Se le puede decir algo más duro a un discípulo amigo?

Pensar “como los hombres” suele ser lo que nosotros hacemos por defecto, que para eso somos seres humanos. Significa ver las cosas de tejas abajo, confundir lo verdadero con lo racional y lo eficaz con lo necesario. ¿Cómo se aprende a pensar de otro modo? ¿Cómo podemos conducirnos en la vida según la extraña lógica de Dios? En el evangelio, Jesús nos ofrece tres caminos (tres imperativos) que a primera vista parecen contradecir nuestros criterios e inclinaciones, pero que son caminos de libertad. Leídos a la luz de lo que hoy vivimos, adquieren nueva fuerza:

Primero: “Niégate a ti mismo”

Si hay algún dogma que hoy se acepta como incuestionable en cualquier contexto es que el “yo” tiene siempre prioridad de paso. Todos nos preocupamos por nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestra economía, nuestras relaciones, nuestro reconocimiento social, nuestro futuro, etc. Hay muchas corrientes psicológicas que enfatizan la autoestima, el autocuidado, etc. Para defender este punto de vista solemos argumentar con lógica aplastante: ¿Cómo me voy a preocupar por los demás si primero no me preocupo de mí mismo? No creo que Jesús esté en contra de este sano aprecio. Cuando habla de que nos neguemos a nosotros mismos nos está invitando a desplazar el centro de gravedad del propio yo a Dios y a los demás. Lo explica más adelante con una frase que ha sido la flecha que ha herido el corazón de muchos santos (incluyendo san Antonio María Claret): “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”. Lo que Jesús quiere es que demos sentido pleno a nuestra vida, que no confundamos su realización con la satisfacción de los deseos más superficiales del yo.

Segundo: “Carga con la cruz”

La palabra “cruz” solemos asociarla a crisis, prueba o sufrimiento. Cargar con la cruz no es, sin más, asumir el fardo de la vida. Y mucho menos considerar que el dolor es el mejor modo de agradar a Dios. Se trata de algo mucho más profundo y liberador: aceptar el peso del amor. Cargar con la cruz significa, pues, estar dispuestos a esa entrega que es futo del amor y que se expresa en opciones radicales, pero también en los pequeños detalles de la vida cotidiana. Cuando renunciamos a nuestro planes por ayudar a alguien que nos necesita, cuando hacemos un favor sin pedir nada a cambio, cuando dejamos que sean los demás quienes nos pidan para no convertir nuestros deseos de ayuda en el objetivo prioritario... entonces estamos cargando con la cruz. 

Tercero: “Sígueme”

Liberados de un “yo” absorbente y egocéntrico, dispuestos a entregarnos sin reservas, estamos en condiciones de poner nuestros pies donde Jesús ha dejado sus huellas porque nuestra existencia se volverá ligera y ágil, sin el peso y la obsesión de querer “ganar el mundo”. El seguimiento de Jesús es la máxima expresión de libertad. Siguiéndole dejamos que él sea el protagonista. Nosotros nos convertimos en sus amigos. Naturalmente, quien sigue a Jesús corre sus mismos riesgos. No conviene que nos llamemos a engaño. 



sábado, 2 de septiembre de 2023

Así no se puede


Me he pasado cinco horas en el aeropuerto de Madrid esperando a un claretiano que venía de Lima. Por problemas con su visado, ha sido retenido por la policía y sometido a controles especiales. He tenido tiempo para ejercitar la paciencia y escuchar la larga conversación que una señora entrada en años mantenía por su teléfono móvil. Daba la impresión de que quería dictar una conferencia a quienes estábamos a su alrededor. La larga duración y el alto volumen de la llamada han permitido que las pocas personas que nos encontrábamos en la sala 1 del aeropuerto a las 5 de la mañana hayamos podido seguir, en contra de nuestra voluntad, su perorata. 

Creo que no lo era, pero parecía una de esas psicólogas argentinas que pueblan la red y que multiplican los consejos sobre la importancia de la autoestima y la mirada positiva. No quiero banalizar estos enfoques, pero confieso que en boca de la señora del teléfono me sonaban a homilía barata. Con todo, el contenido de la conversación con una amiga suya en crisis me ha hecho reflexionar una vez más sobre la mucha gente que lo está pasando mal por diversas razones mientras los medios de comunicación ponen el foco en cuestiones que nos distraen.


La nueva variante de la covid está causando problemas, aunque apenas se hable de ellos. Los precios de muchos alimentos están disparados. Hay pensionistas que no llegan a fin de mes. Un litro de aceite de oliva virgen cuesta ya 12 euros en algunos supermercados. La gasolina y el gasoil siguen también subiendo. Los alquileres de viviendas alcanzan precios imposibles para la mayoría de los bolsillos. Detrás de estos indicadores, hay mucha gente que lo está pasando mal, que envenena sus relaciones con los demás porque no tiene la paz interior que le permitiría relacionarse sin ansiedad y agresividad. 

Por otra parte, hay una gran escasez de trabajadores en sectores que son esenciales para el buen funcionamiento social. Conversando con el encargado de una imprenta que visité hace unos días, caí en la cuenta de que estamos fomentando una cultura de la pereza y la dependencia. Hay jóvenes que no aceptan trabajos no especializados porque quieren ganar de entrada un salario mínimo de 1.500 euros, tener un horario de 8 de la mañana a 3 de la tarde y disfrutar de otros muchos beneficios. Si no lo consiguen, prefieren vivir con las ayudas del gobierno y el complemento de algunos trabajillos “en negro”, incluyendo en algunos casos el trapicheo de la droga. Cada vez se les hace más duro prepararse con seriedad para un oficio, asumir la responsabilidad del trabajo cotidiano, ajustarse a un horario y renunciar a caprichos para ahorrar y poder planificar mínimamente el futuro.


Para ser justos, habría que tener en cuenta también el otro aspecto de esta dura realidad. Hay empresas que explotan a sus trabajadores y pagan sueldos miserables, que no se preocupan de la formación de sus empleados y que solo buscan obtener beneficios a costa de ellos. Lo que parece claro es que cuando una persona o una familia no disponen de lo mínimo para vivir con dignidad, se disparan los problemas de salud mental y se enrarece el clima social. Se lava un poco la cara con subsidios y entretenimiento, pero eso no resuelve el problema. 

No todos los niños y jóvenes pueden ser deportistas, artistas o youtubers de éxito. No todos pueden ser notarios, cirujanos, odontólogos, ingenieros aeroespaciales, funcionarios o informáticos de primer nivel. Necesitamos también personal sanitario, cuidadores, maestros, agricultores y ganaderos, panaderos, transportistas, albañiles, fontaneros, electricistas, limpiadores, cocineros y otros muchos oficios sin los cuales no podríamos vivir. 

Desde la educación primaria hay que enseñar a los niños a valorar todos los oficios y profesiones, a no crear dañinas pirámides sociales y alimentar falsas expectativas, de manera que ellos se orienten según sus capacidades y preferencias y también según la demanda social. Una persona que no tiene trabajo o que no encuentra satisfacción en él es candidata segura al malhumor, a las adicciones y, en algunos casos, a una seria crisis de identidad. Todos tenemos una cuota de responsabilidad