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miércoles, 10 de agosto de 2016

No veo a Dios en el aeropuerto

Escribo esta entrada en el aeropuerto de Barajas mientras degusto un cappuccino. Acabo de llegar de Lima. Confieso que esta vez no me tocó en suerte una señora de 130 kilos sino una escuálida y simpática muchacha que se comportó con amabilidad y discreción. Durante el vuelo leo algunas informaciones sobre la muerte del filósofo calceatense Gustavo Bueno. Confieso que no he leído nada de él, aunque sí he visto por televisión varias intervenciones suyas. Hay tres cosas que me sorprendieron: su erudición, su verbo atropellado con entonación pueblerina (era un gran polemista) y su ateísmo sin fisuras. En erudición no puedo competir con un hombre de 91 años, lector empedernido y dotado de una memoria prodigiosa. Por lo que respecta a su ateísmo, no sé qué decir. Cuando un hombre como él, culturalmente católico, defiende con pasión no solo que Dios no existe sino que no puede existir, yo permanezco callado. Entiendo estas declaraciones como un reto.

Desde la mesa en la que escribo veo algunos grupos de personas conversando mientras toman un café o un helado. El trasiego es constante. Barajas en el mes de agosto parece la Gran Vía. Millones de pasajeros van y vienen. No veo a Dios con una maleta en la mano. Y me temo que la mayoría de las personas están más preocupadas por no perder su vuelo que por buscar a Dios en este laberinto. ¿Qué significa creer en Dios? ¿Qué imagen nos hacemos de él los que nos confesamos creyentes? ¿Cómo se ha formado en nosotros esta idea? ¿Por qué la mantenemos a pesar de que hombres de la talla intelectual de Gustavo Bueno quieren convencernos de que es absurda? ¿Seguimos creyendo por costumbre, por miedo, por pereza intelectual, por infantilismo? Me resulta difícil responder a estas preguntas con precisión. Dejo que me trabajen por dentro, que me obliguen a pensar, a seguir explorando, a superar prejuicios, a abrirme al misterio.

En otras etapas de mi vida he debatido –si se puede decir así– con Aristóteles, Platón, San Agustín, Santo Tomás, Descartes, Kant, Hegel, Heidegger, Sartre, Wittgenstein, Bertrand Russell, Albert Camus… Recuerdo con qué fruición leí en 1979 la obra de Hans Küng ¿Existe Dios?. Me ayudó a repasar las diversas posturas en torno a esta sempiterna cuestión. 

Confieso que hoy planteo las cosas de otro modo. Me dejo guiar por la palabra de Jesús. Para algunos –estoy seguro de que para Gustavo Bueno– esto es una dejación irresponsable, la aceptación de una derrota intelectual, el refugio fácil en el fideísmo. Puede ser. Yo lo percibo como el único camino para no errar, para no ser víctima de un racionalismo suicida. Recuerdo ahora las palabras de Jesús: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt 11,25). No veo en estas palabras de Jesús ningún desprecio a la razón humana sino una actitud que va más allá. Mi convivencia con orientales me ha ayudado a superar el racionalismo que nos caracteriza a los europeos. La realidad es siempre más compleja de lo que nosotros conseguimos analizar.

Es verdad, no veo a Dios en el aeropuerto. Las conversaciones de las mesas de al lado versan sobre un viaje a las fallas de Valencia y sobre otros asuntos parecidos. No escucho a nadie que hable de Dios. Y, sin embargo, no logro apagar la inquietud. ¿Seré un extraterrestre? ¿Habré dejado de pensar hace mucho tiempo? 

domingo, 22 de mayo de 2016

Trinitarios de nacimiento

A Dios nadie lo ha visto. No lo digo yo, que camino a tientas por este mundo y nunca acabo de comprender del todo lo que creo y digo. Lo afirma el prólogo del Evangelio de Juan (cf. Jn 1,18). ¿Por qué entonces la Iglesia celebra este domingo la solemnidad de la Santísima Trinidad si no tenemos experiencia directa de este Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿Está celebrando un enigma irresoluble o, más bien, adora humildemente un Misterio salvífico que Jesús “nos ha dado a conocer”? ¿Alguien se atreve, con un mínimo de decencia, a cartografiar esta realidad? Quienes no creen se mofan de nosotros diciendo que la matemática cristiana (“tres en uno”) es un fraude que no resiste la más mínima verificación. Son opiniones ingeniosas, pero superficiales y, en el fondo, inocuas.  Nuestro faro es siempre la Palabra de Dios. Por eso, cada domingo suelo remitir a las reflexiones del biblista italiano Fernando Armellini para una acogida responsable de esta Palabra. Necesitamos situarla en su contexto, comprenderla en el seno de la vida de la Iglesia y conectarla con nuestra vida personal y social.



Un amigo mío ha dedicado más de diez años a escribir su tesis doctoral sobre cuestiones trinitarias. Alguna vez le decíamos en broma que, de seguir excavando, acabaría por descubrir una cuarta persona. El humor es también una forma humilde de confesar nuestra pequeñez. 

Sin abandonarme a cuestiones especulativas, hay algo que desde niño no ha dejado de sorprenderme: el ser humano (varón y hembra) ha sido creado “a imagen y semejanza” de Dios. Eso significa que, contemplando lo que cada uno de nosotros somos, podemos intuir quién es Dios. Es verdad que la fe cristiana confiesa que esta imagen ha sido deformada por el pecado y que, por tanto, aparece borrosa y hasta irreconocible. Esto explica por qué muchas personas no acaban de “ver a Dios” en sí mismas y en los demás. Pero la fe también afirma con más fuerza que esta imagen ha sido restaurada por Cristo, la imagen verdadera del Dios invisible (cf. Col 1,15; cf 2 Co 4, 4).

Basados en esta revelación, podemos decir que todos nosotros somos “trinitarios por nacimiento”. En cada uno de nosotros está impresa la huella indeleble de Dios. Nuestra identidad es trinitaria: reflejamos la comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Somos comunión dentro de nosotros y con toda la realidad. Esto significa que no somos individuos clausurados en nosotros mismos, que somos en la medida en que salimos de nosotros en un continuo éxtasis de amor. Por tanto, cada vez que nos replegamos de forma egoísta o buscamos solo nuestros intereses, estamos opacando la imagen de Dios en nosotros, nos volvemos a-teos, negamos nuestra identidad más profunda, nos perdemos.  

¿Cómo recuperar la fe malgastada? ¡Saliendo de nosotros mismos, abriéndonos a los demás! Como afirma el filósofo Lévinas en una frase que siempre me ha impresionado, “la dimension du divin s'ouvre à partir du visage humain” (la dimensión de lo divino se abre a partir del rostro humano). Pero no hace falta leer a Lévinas. Basta recordar lo que la misma Palabra de Dios nos repite tantas veces en los escritos de Juan: “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Y todavía con más claridad: “Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección” (1 Jn 4,12).

Ser trinitarios significa, pues, entender y vivir la existencia desde el amor porque Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– “es amor” (1 Jn 4,8). 

Os dejo con el hermoso Gloria de Antonio Vivaldi, que es un canto de alabanza a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Feliz fiesta de la Santísima Trinidad!


"El amor solo puede ser trinitario. 
Si hemos aprendido a contar solo hasta dos, 
no hemos empezado a amar de verdad"
Gaetano Piccolo

sábado, 21 de mayo de 2016

Siempre nos quedará Bach

El fin de semana solemos disponer de más tiempo para hacer lo que nos está vedado el resto de la semana. Para mí, una de esas actividades extraordinarias es escuchar música. Si tuviera que elaborar una lista de mis compositores favoritos me vería en un gran apuro. Me sentiría casi como el niño al que le preguntan a quién quiere más: si a papá o a mamá. Cuando no hay problemas de por medio, siempre responde lo mismo: “A los dos igual”.  Pero, a diferencia del niño, yo no quiero a todos los compositores por igual. Voy a dar una pista de por dónde van mis preferencias. Cuando le preguntaron al biólogo estadounidense Lewis Thomas qué escogería él como mensaje de la humanidad para las posibles civilizaciones del espacio exterior, contestó: “Yo enviaría las obras completas de Bach… pero eso sería un alarde”. Sí, para mí la música del genial Johann Sebastian Bach (1685-1750) –no confundir con otros muchos Bach del panorama musical– es un alarde, algo excesivo. Casi me atrevería a decir que él es la música. Las etapas de su vida musical están asociadas a los lugares donde vivió: Arnstadt (1703-1707), Mühlhausen (1707-1708), Weimar (1708-1717), Köthen (1717-1723) y Leipzig (1723-1750). Fue como un riachuelo eso es lo que significa Bach en alemán que discurrió por varias tierras alemanas regándolas con su creatividad y belleza.

Disfruto con Händel, Mozart, Vivaldi, Beethoven, Brahms y otros muchos, pero lo de Bach –el “viejo peluca”, como lo llamaba el recordado Fernando Argenta en el divertido programa Clásicos Populares de Radio Nacional de España– es otra cosa.  Que uno nazca en el seno de una familia de músicos, sea un excelente organista, clavecinista, violinista, violista, maestro de capilla y kantor es ya señal de excelencia. Pero si, además, es un compositor prolífico y genial –el mejor de la historia para muchos críticos–, entonces no hay más remedio que quitarse el sombrero ante él. Para completar el cuadro solo falta añadir un pequeño detalle: tuvo 20 hijos, frutos de sus dos matrimonios, pero solo le sobrevivieron 7. Así que fue fecundo biológica y artísticamente a lo largo de una existencia que alcanzó los 75 años, meta nada despreciable para los hombres del Barroco. ¡Lástima que las cataratas lo dejaran casi ciego al final de su vida, con la consiguiente merma de su producción musical!

Durante los últimos veintisiete años fue Kantor de la iglesia de Santo Tomás de Leipzig. A esta etapa pertenecen sus obras corales más impresionantes: sus dos Pasiones (la de San Mateo y la de San Juan), la monumental Misa en Si menor y el Oratorio de Navidad

Es imposible hacer un resumen de su vastísima producción. La música de Bach se puede usar hasta para dormir a los bebés. El Clave bien temperado, con sus 48 preludios y 48 fugas, es un verdadero tratado didáctico que los músicos profesionales estudian a conciencia. De todos modos, un post no es un lugar para disquisiciones técnicas

¿Por qué me gusta Bach? Lo podría resumir en tres palabras: por su armonía, profundidad y sublimidad.  La música de Bach es una vacuna para los males de nuestro tiempo. Nos previene contra: 
  • el desequilibrio (armonía), 
  • la superficialidad (profundidad) y
  • la indiferencia (sublimidad). 
La última nota es difícil de explicar. Sublime significa “excelso, eminente, de elevación extraordinaria”. Hay compositores que me entretienen, divierten, conmueven, animan, entristecen, sugieren, alegran… Bach me eleva; es decir, me abre a la trascendencia. Es lógico que así sea porque su objetivo como compositor era alabar la gloria de Dios. Esto sucede en pleno siglo XVIII, el siglo de las luces, cuando algunos europeos empiezan a valorar tanto la razón que acabarán considerando a Dios como una hipótesis innecesaria para explicar el universo y conducir racionalmente la vida humana. Lo que se buscaba no era la gloria de Dios sino la vana-gloria del hombre. El músico Claude Débussy reconoció la sublimidad de Bach casi de forma blasfema: "Es el amado Dios de la música, a quien todos los compositores deberían elevar una oración antes de ponerse a trabajar".

Johann Sebastian Bach, con su música excelsa, ha hecho realidad un axioma de san Ireneo de Lyon que me parece una de las mejores síntesis del misterio de la vida: “Gloria Dei vivens homo et vita hominis visio Dei” (La gloria de Dios consiste en que el hombre viva y la vida del hombre consiste en la visión de Dios). Por una parte, el genio de Bach es una expresión humana de la gloria de Dios. Por otra, la obra de Bach, su vida entera, es un camino que nos lleva a la comunión con Dios. Voy a decir una barbaridad que espero sea comprendida en su justa medida: es imposible escuchar a Bach y ser ateo. Utilizo el verbo escuchar y no el verbo oír para poner de relieve el hecho de entrar en el misterio que su música sugiere y casi desvela. De hecho, el filósofo nihilista Nietzsche llegó a escribir: "Esta semana he ido a escuchar tres veces la Pasión según San Mateo del divino Bach, y en cada una de ellas con el mismo sentimiento de máxima admiración. Una persona que —como yo— ha olvidado completamente el cristianismo, no puede evitar oírla como si se tratase de uno de los evangelios". 

Bueno, creo que es suficiente por hoy. Os dejo con algunas piezas que representan un pequeño botón de muestra de la obra de este genio.

En primer lugar, su famosa Tocata y fuga en re menor.


Y ahora el Aria de la suite en Re mayor (transcripción para órgano): 


Es comovedor el célebre coral O haupt voll blut und Wunden ("Oh rostro ensangrentado") de la Pasión según San Mateo.


Y, para terminar con un toque más relajado, he aquí una curiosa versión de la  Canción para violoncelo, interpretada por siete personas (en realidad, se trata del mismo intérprete) que usan el instrumento de modos diversos para producir una simpática armonía.


viernes, 11 de marzo de 2016

Alfarero del hombre

Cuando tenía 17 años tuve mi primer contacto con la Liturgia de las Horas. Tardé tiempo en descubrir la belleza y la “actualidad” de los Salmos. Algunos eran demasiado extraños para ser comprendidos y saboreados por un adolescente. Pero pronto me quedé encandilado por la belleza de algunos himnos que acababan de ser vertidos del latín al español. Otros, que se compusieron o seleccionaron más tarde, me siguen pareciendo un desastre. Entre los primeros, hay uno que todavía hoy me tiene subyugado. Se llama Alfarero del hombre. Cuando lo rezo o lo canto, me parece estar reviviendo el origen del universo. Es como si toda la creación se pusiera de nuevo en marcha, como si las cosas desgastadas recobraran su frescura primitiva. Es, pues, un himno antioxidante, revitalizador. Por si no lo conoces, he aquí la letra:
Alfarero del hombre, mano trabajadora
que, de los hondos limos iniciales,
convocas a los pájaros a la primera aurora,
al pasto, los primeros animales.

De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Meta
de los sonoros ríos de la vida.

El árbol toma cuerpo, y el agua melodía,
tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia del mundo a mediodía,
y estás de corazón en cada cosa.

No hay brisa, si no alientas, monte, si nos estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia. Vivir es ese encuentro:
Tú, por la luz; el hombre, por la muerte.

¡Que se acabe el pecado!
¡Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte 
de haberle dado un día las llaves de la tierra.
La imagen de Dios como alfarero está presente en la Biblia. En el libro de Jeremías leemos: “Como está la arcilla en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos, dice el Señor” (Jr 18,6). Pero el texto que más me gusta se encuentra en el libro de Isaías. Después de confesar el pecado del pueblo, el profeta añade: “Con todo, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla, y tú el alfarero, somos obra de tus manos” (Is 64,7). Cuando atravesamos momentos de crisis, cuando incluso llegamos a pensar que no vale la pena vivir, es bueno recordar que no estamos en esta vida por accidente, sino que somos "obra de sus manos".

Esta bella imagen del alfarero es extraña a la cultura urbana contemporánea.  No sé si un joven preferiría decir: “Señor, tú eres mi programador (informática) o mi entrenador (deporte) o mi tutor (educación)”. A mí me seduce la imagen de un Dios que, con el cariño del alfarero, nos va modelando y rehaciendo con su “mano trabajadora”. Pero él no es solo alfarero del hombre. Él convoca cada mañana también a los pájaros (mejores despertadores que un teléfono de última generación) y a todos los animales. Las manos de Dios “son recientes en la rosa”; en él todo es nuevo, no hay nada de segunda mano.

La síntesis de la vida no puede ser más hermosa: “Todo es presencia y gracia”. Donde está Dios no hay lugar para la oscuridad o el sinsentido. Él -incluso cuando parece ausente- siempre está detrás de nuestras búsquedas y dudas: "Estás de corazón en cada cosa".  Todo -también lo que a primera vista parece absurdo (enfermedades, problemas, fracasos)- es pura gracia. 

Con todo, en esa batalla campal que es nuestra existencia, se da siempre una tensión que nos desgarra: “Tú por la luz; el hombre por la muerte”. Es como si el himno reconociera que en nuestro disco duro se ha infiltrado un virus dañino que hace que todos los programas de vida que Dios ha instalado en nosotros no funcionen correctamente.

La estrofa final no tiene desperdicio. Es un grito del ser humano que no quiere ser víctima del mal que nos envuelve. Es la estrofa que recitan todas las víctimas de las guerras, extorsiones e injusticias. Es la súplica de quienes están hartos de que los corruptos y violentos desfiguren la creación de Dios: “¡Que se acabe el pecado! / ¡Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra!”. Os confieso que hay días en que, después de ver los informativos de la televisión, me entra asco de lo que los seres humanos somos capaces de destruir. Entonces me dan ganas de gritar: “Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte / de haberle dado un día las llaves de la tierra”.

Quizá a algunos todo esto os suena un poco a música celestial, pero es lo que me sale hoy del alma, de un alma que quiere ser misionera, como el tema de esta canción muy extendida por Latinoamérica que os propongo en el vídeo: "Alma misionera".



martes, 1 de marzo de 2016

Tienes un amigo

Nuestra vida es una película que tiene su propia banda sonora. De vez en cuando compartiré en este blog algunos de los temas musicales que forman parte de la ya extensa banda sonora de mi propia vida. Estoy seguro de que, en parte, coincidirán con los de mis compañeros de generación. Hoy quiero empezar por la canción You’ve Got a Friend, compuesta por la cantante judía norteamericana Carole King. Tras varios fracasos comerciales, en 1971 tuvo un éxito arrollador con el disco Tapestry, del que se han vendido desde entonces más de 25 millones de copias. El tema más conocido de ese disco es You’ve Got a Friend, que ha sido versionado después por numerosos artistas, incluyendo James Taylor, al que muchos equivocadamente consideran su autor.

Alguien –no sé quién– me regaló el disco Tapestry cuando yo tenía 18 años. Recuerdo muy bien la portada: una joven Carole King en vaqueros, con los pies descalzos, sentada en el alféizar interno de una ventana y con un gato serio encima de un cojín. Con la mano derecha sostiene un pequeño tapiz, aunque no se percibe bien en la foto. Por el lado izquierdo de la artista se cuela la luz exterior iluminando la mitad de su rostro y de su rubia melena ensortijada. Todo invita a la serenidad. No hay prisa. Es tiempo para escuchar. Tapestry significa tapiz. El disco es como un tapiz hecho de canciones de diversos colores. 

No sé a quién dirige Carole King su canción You've Got a Friend. Algunos dicen que James Taylor se consideraba el destinatario.  Cuando uno la hace suya, puede pensar en las personas amigas que han estado ahí “cuando uno está hundido y con problemas”. Es un himno a la amistad. Merece la pena repasar su letra.


Original Lyrics
 (English)


Letra traducida       
(en español)

When you're down and troubled
And you need some loving care
And nothing, nothing is going right
Close your eyes and think of me
And soon I will be there
To brighten up even your darkest night.

You just call out my name
And you know wherever I am
I'll come running to see you again
Winter, spring, summer or fall
All you have to do is call
And I'll be there
You've got a friend. 


If the sky above you
Grows dark and full of clouds
And that old north wind begins to blow
Keep your head together
And call my name out loud
Soon you'll hear me knocking at your door.


You just call out my name
And you know wherever I am
I'll come running to see you again
Winter, spring, summer or fall
All you have to do is call
And I'll be there
You've got a friend.

Ain't it good to know that you've got a friend?
When people can be so cold
They'll hurt you, and desert you
And take your soul if you let them
Oh, but don't you let them.

You just call out my name
And you know wherever I am
I'll come running to see you again
Winter, spring, summer or fall
All you have to do is call
And I'll be there
You've got a friend.

Cuando estés hundido y con problemas
Y necesites una mano amiga
Y nada, nada te salga bien
Cierra los ojos y piensa en mí
Y pronto estaré allí
Para iluminar hasta tu noche más oscura.

Solo tienes que pronunciar mi nombre
Y sabes que allí donde esté
Vendré corriendo para verte de nuevo.
Invierno, primavera, verano u otoño
Todo lo que tienes que hacer es llamarme
Y allí estaré:
Tienes un amigo. 


Si el cielo que te cubre
Se oscurece y se llena de nubes
Y ese viejo viento del norte empieza a soplar
Mantén la cabeza serena
Y grita mi nombre en voz alta
Pronto me oirás llamando a tu puerta.


Solo tienes que pronunciar mi nombre
Y sabes que allí donde esté
Vendré corriendo para verte de nuevo
Invierno, primavera, verano u otoño
Todo lo que tienes que hacer es llamarme
Y allí estaré:
Tienes un amigo. 


¿No te alivia saber que tienes un amigo?
Cuando la gente puede ser tan fría
Te harán daño y te abandonarán
E incluso te robarán el alma si te dejas
Pero no te dejes.

Sólo tienes que pronunciar mi nombre
Y sabes que allí donde esté
Vendré corriendo para verte de nuevo
Invierno, primavera, verano u otoño
Todo lo que tienes que hacer es llamarme
Y allí estaré:
Tienes un amigo.


No sé si me he vuelto demasiado espiritual, pero yo me imagino a Jesús cantando esta canción. Siento que él nos dice a cada uno: "Cierra los ojos y piensa en mí. Pronto estaré allí para iluminar hasta tu noche más oscura". Al fin y al cabo, él nos ha dicho: "Vosotros sois mis amigos".

Te propongo ver y escuchar una de sus innumerables versiones. La he escogido porque contiene subtítulos en español. Disfrútala y comenta lo que te parece.