lunes, 23 de enero de 2023

Las homilías son un desastre


Hoy hemos amanecido en Madrid con un grado bajo cero. En mi despacho se está bien, pero desde la ventana veo cómo los transeúntes van enfundados en ropas de invierno. El pasado verano nos quejamos del excesivo calor, sobre todo en los meses de junio y julio. Ahora empezamos a quejarnos del excesivo frío. Es normal. A los seres humanos nos gusta quejarnos de todo, aunque luego incurramos en lo mismo que criticamos. 

En este contexto de queja, leo que el papa Francisco ha dicho que, en general, las homilías son un desastre. Ha hecho esta grave afirmación en su discurso a los participantes en el curso “Vivir en plenitud la acción litúrgica” del Pontificio Instituto San Anselmo para los responsables diocesanos de las celebraciones litúrgicas. 

Este juicio parece coincidir con el de una gran mayoría de los fieles que participan en las celebraciones dominicales. Como predicador de numerosas homilías, tengo que darme por aludido. No sé cuántas habré hecho a lo largo de mi vida sacerdotal, pero se cuentan por miles en diversas lenguas y en los más variados contextos. Además de las pronunciadas por mí, he escuchado también muchas otras de los papas Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco, numerosos obispos y cientos de sacerdotes. Algunas han sido espléndidas. Partían de la Palabra, tocaban la vida y discurrían ágiles con claridad, concisión y un toque de belleza. Me llegaron al corazón. Las recuerdo con gratitud. Es de justicia apreciar el trabajo de los sacerdotes que las preparan meditando la Palabra de Dios y sintonizando con sus comunidades.


Muchas otras -lo admito con humildad y tristeza- eran un verdadero tostón, cuando no un martirio. Apunto los defectos más comunes que, a mi juicio, hacen de las homilías un “desastre”, por usar la expresión del papa Francisco:

1. La duración excesiva. Cuando una homilía supera los ocho o diez minutos, tiene que ser muy buena para que los fieles mantengan la atención y se sientan interpelados. Lo mejor es dejar siempre con ganas de un poco más. A menudo, sobre todo en el caso de los obispos, las homilías se alargan hasta los veinte minutos o la media hora, desequilibrando el conjunto de la celebración eucarística y provocando tedio en la asamblea. Alguien tendría que decírselo con claridad y delicadeza. Las homilías no son textos para la historia, sino mensajes para el presente. En este caso, menos es siempre más.

2. La falta de un mensaje claro y reconocible. La mayoría de los sacerdotes van hilando un tema tras otro con continuos ejemplos, comentarios, anécdotas, retrocesos, anacolutos... de manera que, al final, uno no sabe qué es lo que querían transmitir. Los infinitos árboles impiden ver el bosque. Todos los sacerdotes tendríamos que preguntarnos: ¿Qué quiero transmitir hoy?  ¿A quién me voy a dirigir? ¿Cómo lo voy a hacer?

3. El tono profesoral o excesivamente moralizante y exhortativo. Por lo general, quien tiene una buena formación bíblica se desliza por la ladera de las precisiones exegéticas, pero la mayoría de los predicadores se sienten más cómodos sacando “consecuencias prácticas” de las lecturas, acentuando demasiado sus aplicaciones morales o amontonando fervorines que resultan cansinos. Por eso, todo suena a disco rayado. Falta novedad, mordiente. O sea, que seamos buenos, ¿no?

4. La repetición comentada de las lecturas. Suele ser bastante común repetir lo que la asamblea acaba de escuchar, pero añadiendo comentarios de tipo personal, a veces con poco fundamento bíblico. El resultado es un discurso monótono e inexpresivo. Sería preferible una lectura pausada y clara de las lecturas, sin más aditamentos. 

6. La manipulación interesada. Aunque no es muy frecuente, no faltan casos en los que el predicador aprovecha el momento de la homilía para hacer su personal ajuste de cuentas con la asamblea. En vez de llevar los asuntos polémicos al consejo pastoral para un discernimiento colectivo, se aprovecha del poder del micrófono para dar (o imponer) su particular versión o para hacer arengas de tipo político o social.

7. La falta de conexión y de calor. Si la homilía no parte de la vida no consigue tocar la vida. La Palabra de Dios siempre conecta con situaciones que vivimos los humanos. Al predicador le toca hacer esa conexión para que todos sintamos que la Palabra ilumina, anima, corrige, alimenta lo que vivimos en la vida cotidiana. La dicción clara, el ritmo pausado, la inflexión en el tono de voz son recursos que hacen de la homilía un mensaje de alguien que se dirige a alguien en nombre de Alguien, no algo impersonal o prescindible. 


Podría seguir alargando la lista. En realidad, es como lanzar piedras contra mi propio tejado porque es seguro que también yo he incurrido en alguno de estos defectos. La advertencia del papa Francisco es como una luz roja que tendría que hacernos reflexionar. ¿Por qué los sacerdotes no logramos mejorar el servicio homilético? ¿Nos falta humildad para reconocer nuestros defectos y dejarnos ayudar por los fieles? ¿Nos falta preparación para no dejarnos llevar por la rutina? ¿Vivimos de la improvisación? Es triste que en tiempos de excelencia comunicativa no aprendamos a comunicar mejor y a estar en continuo estado de aprendizaje. En fin, no tiremos la toalla.


4 comentarios:

  1. Mil gracias p. Es cierto, real y la verdad un constante desafío...Dios le bendiga y nuevamente gracias..

    ResponderEliminar
  2. Que lo diga el Papa Francisco, su razón tendrá, pero no creo que se pueda generalizar. Me sorprendió el título, tan tajante y generalizado. Estaría de acuerdo con que dijera “algunas”… Pero cuando lees al público al cual se dirige, se entiende lo que dice, para que lo tengan en cuenta en su formación.
    Sí, las hay que son muy cansinas y que te invitan a dormir, pero las más no, saben atraer la atención del público.
    También con las homilías supongo que atraerán más o menos, según el público a que se dirijan, teniendo en cuenta las diferentes culturas en los diferentes países del mundo.
    Gracias Gonzalo, porque tus homilías son fruto de tu oración y de dejar que resuenen en ti, para después poder compartirlo y adaptarlo al público al que te diriges y se respira tu ilusión y tu compromiso para transmitir el mensaje. Se nota…

    ResponderEliminar
  3. Gonzalo, como siempre…. Gracias por lo que aportas.

    ResponderEliminar
  4. D. Gonzalo, las hay de todo tipo, como diversos son los sacerdotes. Pero debo decir que sus homilías, que tengo la suerte de escuchar en verano en Vinuesa son muy edificantes e incitan siempre a la oración y a la meditación.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.