lunes, 11 de junio de 2018

Y llovía, llovía, llovía

Ayer no pude colgar mi entrada. He pasado el fin de semana en un rincón perdido de las montañas de Kerala, sin luz, sin internet y con muchísima agua. Hacía años que no oía llover con tanta intensidad. Es como si las gotas de agua quisieran taladrar el tejado de nuestra misión Moriah Renewal Centre, junto al pueblo de Venmony. El lugar no puede ser más idílico: montañas rocosas rodeadas por una vegetación tan exuberante que no queda un centímetro libre de plantas y hierbas, a no ser los ocupados por la estrechísima carretera de asfalto y tierra que conduce hasta este lugar. Las cataratas se descuelgan por entre las rocas en esta época de lluvias monzónicas. La humedad lo invade todo como si fuera una gelatina pegajosa que se adhiere a la piel. No he conseguido que se secara la ropa lavada antes de venirme a una nueva misión. He pasado del sudor de Sri Lanka a la humedad de Kerala. 

El sábado fue un día muy particular. Otros años me solía coincidir la fiesta del Corazón de María en Roma. Este año la empecé con los muchachos de la formación en Kuravilangad y la terminé en una remota misión encaramada sobre la montaña de Venmony en compañía de dos claretianos. Uno tiene que acostumbrarse a las comunidades numerosas y a los grupos pequeños. Los tres solos, rodeados de niebla y con una lluvia constante, disfrutamos del placer de una soledad solo interrumpida por las gotas de agua. A falta de luz eléctrica a causa de las intensas lluvias y de los fuertes vientos, recurrimos –como en los viejos tiempos– a las velas de cera. Todo adquirió un inesperado toque romántico. La conversación se volvió más jocosa que de costumbre, lo cual demuestra –por si hiciera falta recordarlo– que un estilo de vida simple nos ayuda a poner en marcha preciosos recursos comunicativos que desaparecen cuando la tecnología nos roba el tiempo y el corazón. Eché de menos no tener acceso a internet y poder colgar mi entada diaria, pero al mismo tiempo –debo confesarlo– experimenté una gran liberación. Durante un par de días me vi libre de correos electrónicos, guasaps y otras hierbas mediáticas. El tiempo adquirió otra cadencia. 

Para mí han sido solo dos días. De hecho, hoy escribo ya desde la misión de Vettampara, a la que he llegado hace un par de horas. Pienso, sin embargo, en las gentes de Venmony que tendrán que soportar las lluvias monzónicas hasta el mes de septiembre. Me dicen que uno se acostumbra. Confieso que a mí me costaría estar tanto tiempo sin ver el sol. Por otra parte, no se trata de una lluvia suave, como la que suele caer en Galicia o Inglaterra, sino una lluvia agresiva. Es como si los cielos estuvieran enojados con la tierra y quisiera descargar toda su furia en pocos minutos. Tras una pausa breve, reanudan el ataque con inusitada violencia. Uno se palpa la ropa y la encuentra húmeda. La toalla sigue húmeda a pesar de estar colgada. Las sábanas del elemental catre están húmedas. Las gotas resbalan por las paredes como si fueran cucarachas de agua. Solo la moqueta de la capilla parece absorber la humedad y permanecer seca. Descalzo sobre ella, mirando la cruz de Jesús acompañada por una diminuta vela encendida, pienso que el mundo, visto desde aquí, se parece poco al mundo que conozco. Por un momento me olvido de que Trump y Kim Jong Un van a reunirse en Singapur y de que Rafa Nadal ha ganado por undécima vez el trofeo Roland Garros. La desconexión es posible.

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