
Parece increíble que en tan pocos días hayan sucedido tantas cosas y que la vida de la comunidad eclesial siga adelante con una esperanza renovada. Los medios de comunicación están escudriñando los gestos y palabras del nuevo Papa. El punto de comparación es Francisco. Parece inevitable, pero León XIV tiene todo el derecho del mundo a ser pastor mirando a Jesús y recreando con libertad, con estilo propio, su modo de servir y guiar a la Iglesia. No está obligado a ser fotocopia de nadie, ni siquiera de su admirado y querido predecesor.

El regreso a casa es siempre un desafío. Como los discípulos de Emaús, estamos
invitados a escuchar lo que la comunidad tiene que decirnos antes de que
nosotros compartamos nuestra experiencia por el camino. No hay encuentro con Jesús
que no nos devuelva a la comunidad de la que a veces nos alejamos. Jesús no busca seguidores en solitario, sino
en familia. Una de las grandes tentaciones de nuestra espiritualidad contemporánea
es fabricarnos un evangelio a nuestra medida, tomando y dejando elementos según
nuestro gusto personal. La fe no es tanto una opción cuanto una entrega a un
amor más grande que nos atrapa. Es una experiencia personal, pero nunca privada.

No me cabe duda de que la liturgia católica puede resultar un atractivo espectáculo que la televisión amplifica, pero no se trata de una representación teatral, de una medida performance, sino de la actualización de un acontecimiento: la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Él es el principio, el medio y el final. Él es mismo ayer, hoy y siempre. Desde el comienzo de su pontificado, me parece haber percibido en León XIV esta centralidad de Jesucristo.