sábado, 28 de diciembre de 2024

2.500 emociones


Caminar a tres grados bajo cero a las nueve de la mañana tiene su encanto. Los charquitos en medio del pinar estaban congelados y todo aparecía cubierto por una blanca capa de escarcha. A medida que el sol ganaba fuerza, el frío matutino se iba disipando un poco. A la vuelta del pinar, me he pasado por el cementerio para orar ante la tumba de mis padres y mis abuelos. No había nadie. No es fácil describir con palabras lo que se siente al contemplar la lápida cubierta de escarcha y sentirse rodeado por montañas que parecen custodiar un lugar que transmite paz y serenidad. 


Me ha emocionado, sobre todo, ver un taquito de madera que mis sobrinos pequeños han colocado sobre la tumba de los abuelos con un pequeño mensaje escrito. Sé que hay personas a las que no les gusta visitar los cementerios porque despierta en ellas sentimientos de pérdida, nostalgia, temor, tristeza o ansiedad. No es mi caso. Rara es la vez que vengo a mi pueblo natal y no visito el lugar donde yacen mis antepasados. Es un pequeño símbolo de recuerdo y gratitud. Podemos recordarlos y orar por ellos en cualquier lugar y tiempo, pero los seres humanos necesitamos signos visibles que nos ayuden a dar cuerpo y significado a las experiencias más profundas.


Me gusta despedir el año con tiempo invernal, aunque sería todavía mejor si nevase un poco, lo que no está previsto en los próximos días. Esta tarde-noche tendremos el belén viviente en la plaza del pueblo. Habrá que abrigarse bien para no coger un resfriado. Cada año se va enriqueciendo un poco más con la colaboración de muchas personas. Es otro signo que ayuda a vivir el significado de la Navidad y estrechar los lazos de convivencia entre las gentes del pueblo y los visitantes que se acercan desde otros lugares. Las luces y la música ayudan mucho a crear un clima de belleza que cautiva a los niños y a los mayores nos hace recordar las experiencias de nuestra infancia.

La entrada de hoy es la número 2.500. Han sido casi nueve años de emociones y encuentros. Quizá ha llegado el momento de hacer una pausa o de darle otro aire a este Rincón que, desde febrero de 2016, quiere ser un lugar de encuentro entre la fe y la vida cotidiana. Veremos. 

viernes, 27 de diciembre de 2024

El canto revolucionario de María


Tras las fiestas navideñas, hoy he tenido una conferencia titulada “Proclama mi alma”. Trata sobre el Magnificat, el cántico de María (Lc 1,46-55) que todos los días se canta o se recita en la celebración litúrgica de vísperas. Se inscribe en el ciclo de seis conferencias online organizadas por el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid dentro del llamado curso de Navidad. Confieso mi pasión por este himno mariano.

La conferencia me ha dado la oportunidad de volver sobre él una vez más. Alguna vez he escrito en este Rincón sobre “el Dios de María” dibujado en el Magnificat. Es un Dios que subvierte el orden establecido. No es extraño, pues, que un canto, aparentemente inocuo, fuera prohibido en Calcuta en 1805 por la Compañía de las Indias Orientales, o a finales de los años 70 del siglo pasado por la Junta militar en Argentina o en los años 80 por el gobierno de Guatemala.


El teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945, nos da la verdadera razón: “El Magníficat es el himno de Adviento más antiguo. Es al mismo tiempo el más apasionado, salvaje y, se podría decir, revolucionario himno de Adviento nunca antes cantado. No es la gentil, tierna y soñadora María a la que a veces se ve en las pinturas. Es la apasionada, entregada, orgullosa, entusiasta María la que aquí habla. Este canto no tiene el dulce, nostálgico o incluso festivo tono de algunos de nuestros villancicos de la Navidad. En vez de eso es un duro, fuerte e inexorable canto acerca del colapso de tronos y de humillados señores de este mundo; es acerca del poder de Dios y de la impotencia de la humanidad. Están los tonos de las mujeres profetas del Antiguo Testamento, que ahora cobran vida en la boca de María”.


Creo que la recitación diaria de este cántico nos ayuda a:

Reconocer y agradecer nuestra experiencia del Dios grande, salvador, poderoso, santo y misericordioso y, por lo tanto, a purificar otras imágenes que no son “marianas” y que contaminan nuestra espiritualidad. Podríamos decir que ejerce un continuo “control de calidad” sobre la manera como imaginamos a Dios y nos relacionamos con Él.

Vivir la experiencia de Dios como fuente de alegría permanente, sobre todo cuando nos sentimos “humillados” y tenemos que vivir esta situación con “humildad”. La alegría no brota de nuestros éxitos evangelizadores, de nuestras estadísticas hinchadas o de otros indicadores de bonanza, sino del hecho de que Dios se ha fijado en nuestra “pequeñez/humildad/humillación”.

Reconocer la acción continua de Dios que subvierte la historia, poniéndose del lado de los débiles y desenmascarando y derrotando a los soberbios/poderosos/ricos. Esta acción de Dios nos indica con claridad dónde debemos situarnos en la historia y en qué consiste nuestra misión como “colaboradores” de la misión de Dios. Frente a la tríada “soberbia / poder /riqueza” nosotros debemos ofrecer los valores de “castidad / obediencia / pobreza”, como expresión de la novedad del Reino.

Fiarnos de las promesas de Dios que siempre se cumplen porque Él es siempre fiel. Sobre su fidelidad podemos también ir construyendo la nuestra. No hay, pues, motivo para el pesimismo o la desesperanza, aunque nuestra vida esté marcada por el sufrimiento, como sucedió con María.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Siete palabras de Navidad


Ayer se abrió la Puerta Santa de la basílica de san Pedro en Roma. Con este rito comenzó el Año Santo con ocasión del 2025 aniversario simbólico del nacimiento de Jesús. Tendremos ocasión de volver sobre el significado del Jubileo. 


Hoy celebramos la Natividad del Señor.
Dejemos que las palabras de la liturgia de este día enriquezcan nuestro diccionario cristiano y, con él, nuestra experiencia de encuentro con el Dios que ha plantado su tienda en nuestro suelo. No hay forma humana de expresar a cabalidad un misterio tan hermoso y sobrecogedor, pero de alguna manera tenemos que hacerlo. 
Escojo las siete palabras que más me resuenan este año:


PAZ

Es el mensaje central de la primera lectura (Is 52,7-10): “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!»”. Solo habrá paz estable en este mundo dividido cuando Dios lo sea todo en todos, cuando impere la justicia. 

En la misa de medianoche, escuchamos el anuncio de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. ¡Cómo resuena este anuncio cuando contemplamos las imágenes de Ucrania y Gaza o cuando nos salpican las tensiones familiares o las refriegas sociales!


SALVACIÓN

La palabra aparece en la primera lectura (“Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios”) y en el salmo responsorial (“El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia”; “Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios”. Aunque nos creamos autosuficientes, todos necesitamos ser salvados. 

La venida de Jesús se experimenta como liberación de nuestro yo alienado y de todo lo que nos esclaviza. También los hombres y mujeres modernos cargamos pesadas cadenas, aunque no siempre las reconozcamos como tales.


HIJO

Este hermoso vocablo aparece en la carta a los hebreos (segunda lectura) en referencia a Jesús: “En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. El evangelio de Juan aplica el término a quienes creemos en él: “Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios”. Somos hijos en el Hijo. Eso significa que no somos meros productos del azar, esclavos de procesos deterministas o carne de manipulación política o mediática. 

San Pablo lo aclara en una de sus cartas: “Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm 8, 17). ¿Puede haber un fundamento más sólido para nuestra dignidad inviolable, nuestra libertad plena y nuestra confianza radical?


VERBO

Aparece cinco veces en el prólogo de Juan, que se lee íntegro en el Evangelio de hoy. Es la versión castellana del término latino verbum (palabra), que a su vez traduce el término griego lógos (pensamiento, palabra). Se le aplica a Jesús en cuanto Hijo de Dios: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. Este Verbo “luz verdadera, que alumbra a todo hombre” en un determinado momento de la historia y en un espacio concreto de la geografía “se hizo carne y habitó entre nosotros”. 

No creo que exista en todo el Nuevo Testamento una expresión más misteriosa y cargada de fuerza: “ho lógos sarx egéneto” (Jn 1,14). El origen de todo, la energía que mueve el universo, la razón que gobierna cuanto existe, el Misterio por antonomasia, ha querido hacerse visible, audible y tangible. Me vienen a la memoria las conocidas palabras de san Anselmo: Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se ha hecho hombre?). Solo hay una respuesta posible: por amor. Dejémonos amar sin medida y respondamos adorantes: “Venite, adoremus Dominum”. Amor con amor se paga.


CARNE

Este término traduce el latino caro, que a su vez versiona el griego sarx. Es una forma extrema de aludir a la condición humana:  “Se hizo carne y habitó entre nosotros”. El Verbo eterno, haciéndose “carne”, entra en el territorio de nuestra fragilidad. Se hace vulnerable, limitado, finito. Se pone en la fila de quienes peregrinamos por este mundo con el fardo de nuestras preocupaciones e inquietudes. 

Lo aclara la carta a los Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (Hb 4,15). El Verbo hecho carne comprende hasta el fondo nuestra condición humana porque la ha hecho suya. No estamos solos en el agujero negro de la existencia.


LUZ

Seis veces aparece el término en el prólogo de Juan. Primero establece una hermosa conexión con la vida: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió”. Luego se afirma redondamente que el Verbo es luz: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo”. Lo que se dice en el prólogo a modo de obertura, lo repetirá el mismo Jesús en su misión evangelizadora: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). 

No solo Jesús ilumina nuestras tinieblas, sino que nos convierte a nosotros en luz con la misión de iluminar: “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16).


GRACIA 

El término viene del gratia, que a su vez traduce el griego cháris, que aparece cuatro veces en el prólogo. Del Unigénito del Padre se dice que estaba “lleno de gracia y de verdad”. El efecto de su venida sobre nosotros es multiplicador de gracia: “De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia”. 

La novedad de Jesús con respecto a Moisés es una hendíadis hermosa: “Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo”. O sea, “la gracia verdadera” o “la verdad agraciada”. Lo esencial de la fe cristiana no es el cumplimiento de la ley, sino la experiencia de la gracia. Porque somos amados sin condiciones (gracia), podemos amar a todos (ley).


¿Sería muy exagerado si este año os felicitara la Navidad a todos los amigos del Rincón deseándoos de corazón la paz, la salvación, la luz y la gracia que nos han sido dadas en el Hijo, en el Verbo de Dios hecho carne por nosotros? 
¡Pues eso!

Feliz Navidad



martes, 24 de diciembre de 2024

Mi felicitación navideña


Cada año me invento una felicitación navideña. Hay veces que soy más clásico y elijo un cuadro con la escena de la Natividad pintada por algún artista famoso; otras, ha dominado el aspecto social y misionero, a base de fotos de algunas zonas pobres que he visitado y en las que Jesús sigue naciendo en medio de la indigencia. Este año 2024 pensé poner una foto mía con mi madre, pero no lo he hecho por pudor. Al final, me he inclinado por componer un sencillo belén con las figuras que me han ido regalando unas amigas mías del instituto secular Filiación Cordimariana en los últimos años. 

Empezaron regalándome la figura de un apuesto san José en posición orante. Confieso que me encantó por su original candidez. El año pasado me entregaron la figura de la joven María con el pequeño Jesús en sus brazos. Y este año han completado la escena con la figura de un pastor que porta una ovejita. Todas las figuras son pesadas y poseen una extraña belleza. Las he colocado en una mesita redonda que tengo en mi cuarto. He añadido una pequeña vela plateada y tres bolitas rojas. He evitado el espumillón y otros aditamentos navideños. El conjunto está frente a la mesa de mi escritorio. Cuando trabajo, veo las figuritas, me detengo unos segundos y oro al Señor.


Me gustaría ser como san José para aprender a orar con más sosiego y confianza. Su postura corporal me transmite serenidad y actitud contemplativa. Sus manos entrelazadas crean una oquedad que parece ser el receptáculo de la gracia. Me gusta su túnica verde esperanza con ribetes dorados. Es un judío que traspasa el tiempo. Cuando lo miro, refreno mis prisas y recuerdo que nada debe turbarme o espantarme porque 
solo Dios basta. Las agitaciones de las últimas semanas se amansan cuando me dejo conducir por la paz que emana del joven arrodillado. 

María, vestida con una túnica blanca y dorada, está sentada. Es la joven madre que muestra al niño, fajado con ropas que son del mismo color que las de la madre. Los ojos de María se dirigen al cuerpecito del pequeño Jesús como si, adelantándose en el tiempo, quisiera decirnos: “Haced lo que él os diga”. Viéndolos a los dos, comprendo que no se entiende el hijo sin la madre, ni la madre sin el hijo. Hay entre ellos una profunda y sutil corriente de amor. También yo quisiera ser como la joven nazarena para aprender a contemplar a Jesús con amor y ofrecerlo a los demás con generosidad y belleza.


Pero confieso que la figura que más me atrae este año es la del pastor, recién incorporado al conjunto. Por una parte, me reconozco en su actitud adorante y generosa. Él, que pertenece a los grupos marginados, se ha puesto en camino para adorar al Niño y traer un regalo -un corderito- a la joven y menesterosa familia. Como la viuda del templo, da todo lo que tiene. No es calculador ni raquítico. Yo quisiera ser así. 

Con todo, donde realmente me siento a gusto es en el papel de cordero recostado en las manos del pastor. Me imagino sostenido por Jesús, el buen pastor, acunado por él, protegido, seguro en medio de mis incertidumbres. Hago mío el salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta… Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”. Pastor y cordero se funden en una sola figura que transmite sencillez, belleza, ternura y generosidad, virtudes que contrastan con la sofisticación, artificiosidad, violencia y egoísmo que a menudo se respira en nuestra sociedad cainita. Sí, yo quisiera ser ese pastor adorante y generoso y, sobre todo, ese cordero confiado.


La escena se completa con un velita y tres bolas rojas. La velita blanca y plateada simboliza la luz que vence toda tiniebla. Y las bolas rojas, además de ser una pequeña concesión a los símbolos navideños convencionales, es una expresión del Dios Padre, Hijo y Espíritu que ha querido plantar su tienda en nuestro suelo. Por eso, tocan la madera oscura que simboliza la tierra. 

Esto es lo que he querido transmitir a todos mis amigos y también a los lectores asiduos de este blog. Además de la expresión Feliz Navidad en español, escrita en un color cálido y con un tipo de letra original, he añadido sus expresiones en inglés, italiano y francés porque muchos de mis amigos y conocidos se expresan en esas lenguas hermanas que me han acompañado en mi vida misionera, sobre todo durante los años en mi servicio en el gobierno general de mi congregación claretiana.

Espero que para todos los que compartimos la fe en el Hijo de Dios hecho carne o buscamos su rostro con corazón sincero, estos días de Navidad sean un tiempo de paz y alegría.


lunes, 23 de diciembre de 2024

El rostro hispanoamericano de Madrid


Cuando viajo en metro, sobre todo los fines de semana, veo en los vagones a muchas personas con rostros mestizos que denotan su origen hispanoamericano. Abundan los venezolanos, colombianos, peruanos, ecuatorianos, dominicanos, argentinos, hondureños, cubanos, etc. He notado un gran cambio con respecto a lo que se veía hace veinte o treinta años. La observación ha sido confirmada por las estadísticas. A finales de este año, los hispanoamericanos superan ya el millón en la comunidad de Madrid. El crecimiento sigue imparable. Eso significa que uno de cada siete habitantes de esta comunidad autónoma procede de Hispanoamérica. Es probable que la proporción vaya creciendo con el paso de los años. 

Aunque esta avalancha pueda crear algunos problemas para los que llegan y los que acogen, creo que el balance es muy positivo. Se está incubando un nuevo tipo de sociedad multicultural cimentada sobre valores comunes como la lengua (si bien con las peculiaridades propias de cada país), la visión cristiana de la vida (si bien muy influida por la secularización ambiental), la importancia dada a la persona y a la familia (si bien amenazada por el individualismo contemporáneo), el gusto por la belleza y la fiesta (si bien reducido en muchos casos a mero consumo de entretenimiento, etc.).


Esta “hispanoamericanización” de la sociedad madrileña presenta enormes desafíos sociales y también eclesiales. Tienen que ver con la calidad del empleo, la vivienda digna, la atención sanitaria, etc. ¿Cómo está respondiendo la comunidad cristiana ante la presencia de tantos hermanos y hermanas provenientes de los países hispanoamericanos? Hay ejemplos hermosos de parroquias que han sabido acoger esta presencia y se han enriquecido con la fe de los que llegan. Conozco de cerca los ejemplos de las parroquias claretianas de Madrid. Es admirable, por ejemplo, la devoción con que la comunidad peruana celebra la fiesta del Cristo de los Milagros y su participación en la vida de la parroquia del Inmaculado Corazón de María. Pero he oído también algunos casos en que los hispanoamericanos han encontrado una acogida fría. Muchos se encuentran más a gusto, más reconocidos, en las asambleas de algunas denominaciones protestantes que en nuestras eucaristías dominicales. 

No se puede ir contra la historia. En el pasado, muchos españoles emigraron a México y a Argentina y, en menor medida, a otros países como Venezuela o Brasil, para  “hacer las Américas”. Ahora el movimiento es de oeste a este. En ambos casos, la necesidad de buscar una vida mejor es el motor principal. Muchas de las personas que cuidan a nuestros ancianos en hogares y residencias son hispanoamericanas. Pero hay también gente de Hispanoamérica en otras profesiones como conductores de taxis, repartidores, albañiles, cocineros, personal de seguridad y camareros. He podido ver en algunos centros sanitarios, sobre todo privados, a médicos, enfermeros y auxiliares de clínica que provienen también del otro lado del charco. Y no faltan algunos ricos inversores mexicanos o venezolanos, además de escritores, periodistas, cantantes y actores famosos. 

Ya sé que no podemos olvidarnos de los traficantes de droga y de las famosas “bandas latinas” y los problemas de violencia asociados a ellas, pero quisiera creer que se trata de minorías que no reflejan el perfil mayoritario de los hispanomericanos que viven en Madrid.


A medida que los descendientes de hispanoamericanos nacidos en España accedan a la educación superior, irán estando presentes en otras profesiones más cualificadas y mejor remuneradas. Los próximos años pueden ser el crisol de una sociedad plural, enriquecida con las diversas proveniencias, o el caldo de cultivo para la xenofobia y las propuestas de segregación. Las escuelas y las parroquias tienen delante un reto de largo alcance. Esperemos que todos podamos estar a la altura de estos tiempos. 

Creo que la Navidad es una buena ocasión para contemplar a la familia de Nazaret como un ejemplo de migrantes que experimentaron en carne propia el rechazo y que, sin embargo, reaccionaron ofreciendo al Niño a todos: a los pastores marginales y a los magos buscadores. Yo, que he viajado muchas veces a todos los países hispanoamericanos sin excepción (desde México hasta Chile), celebro que nuestra comunidad madrileña se vea enriquecida con la presencia de más de un millón de hermanos y hermanas provenientes de estos países. Los problemas de hoy son, en realidad, soluciones (incluso económicas) para las necesidades de mañana. Hay que saber reconocerlos y afrontarlos con generosidad y amplitud de miras.

domingo, 22 de diciembre de 2024

La fiesta de dos lideresas


Leo que la edad ideal para ser madre se sitúa entre los 20 y los 30 años. Me temo que ninguna de las dos protagonistas del evangelio de este IV Domingo de Adviento – o sea, Isabel y María – se situaba en esa franja de edad. De Isabel y de su marido Zacarías se dice que “los dos eran ya de edad avanzada” (Lc 1,7). El mismo Zacarías lo reconoce cuando le responde al ángel: “¿Cómo sabré que va a suceder así? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en años” (Lc 1,18). Aunque es verdad que el concepto de anciano no coincidía entonces con el que tenemos hoy, es probable que Isabel superara los 30 años.

De María se dice que era “una joven prometida a un hombre llamado José” (Lc 1,27). Teniendo en cuenta las costumbres de la época, es muy probable que María tuviera en torno a 14 o 15 años (es decir, que no llegaba a 20). Pues bien, ambas mujeres conciben y dan a luz fuera de la “edad ideal”. Una (Isabel) por demasiado vieja y otra (María) por demasiado joven. Ambas se juntan en un lugar de la montaña de Judea (según la tradición, Ain Karim) para celebrar que “para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37). Al quedar encinta a pesar de su esterilidad y ancianidad, Isabel reconoce que “el Señor ha borrado mi vergüenza ante los hombres” (Lc 1,25). María, por su parte, al conocer que esperaba un hijo sin concurso de varón, muestra su completa rendición a la voluntad de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices” (Lc 1,38).


Ambos embarazos “inesperados” son fruto de la gracia de Dios. ¿No es esto suficiente para cantar y bailar? Por eso, el encuentro entre Isabel y María es, ante todo, una peregrinación de fe y una celebración de acción de gracias marcada por la alegría, de la que participa el bebé que Isabel lleva en su seno: “En cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno” (Lc 1,44). La presencia de María, la “llena de gracia (cháris)” (Lc 1,28) es siempre causa de alegría (chára). Es hermosa la fiesta que estas dos lideresas (la que cierra el Antiguo Testamento y la que abre el Nuevo) organizan en la montaña de Judea. En este momento no aparecen ni Zacarías ni José. Parece que es un asunto de mujeres, de madres en camino, de parteras de un mundo nuevo. 

Los saltos de alegría del pequeño Juan en el seno de su madre expresan simbólicamente el reconocimiento de Jesús, la verdadera alegría de los seres humanos, como cantó hermosamente Bach en su célebre coral Jesus bleibet meine Freude. En este contexto de encuentro, fe y celebración, Isabel lanza una bienaventuranza que, leída en el plan teológico del evangelio de Lucas, permite entender la verdadera grandeza de María: “¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María es grande porque ha creído cuando nada invitaba a creer, cuando todo parecía absurdo y desproporcionado.


Faltan tres días para la celebración litúrgica de la natividad del Señor. Muchos españoles están hoy pendientes del sorteo de la Lotería Nacional. En el momento de escribir esta entrada, todavía no ha aparecido el premio Gordo. Quienes han comprado algún décimo sueñan con que ese premio pueda aliviar sus necesidades materiales y, en definitiva, alegrarles la vida. 

El mensaje de este IV Domingo de Adviento va en otra dirección. Cuando no encontramos en nosotros ningún motivo para seguir esperando, cuando parece que en la vida se nos cierran todas las puertas, cuando lo hemos intentado todo y no encontramos resultados, el Señor puede irrumpir en nuestra vida y transformar la esterilidad en fecundidad, la noche en luz y la tristeza en alegría. Su gracia no es un premio a nuestras obras buenas, sino una manifestación de su amor gratuito. 

Lo que a nosotros se nos pide es creer, confiar en que “para Dios nada hay imposible”. Si algo padecemos hoy es un déficit de confianza. Nos hemos vueltos desconfiados de los demás y hace tiempo que nos cuesta fiarnos de Dios. Por eso, la Navidad nos dice cada vez menos, nos resulta cada vez más artificial y vacía. Mirando a estas dos mujeres (una anciana y otra joven) aprendemos que Dios hace su obra de transformación cuando nosotros le dejamos hacer, cuando en el muro compacto de nuestro escepticismo abrimos una mínima brecha de confianza. María es la joven madre que también hoy nos enseña a creer a quienes no acabamos de hacerlo.



miércoles, 18 de diciembre de 2024

El oasis de las Carboneras


En estos días prenavideños, cargados de felicitaciones, visitas y ausencias, hace bien perderse para encontrarse. Yo lo hice ayer por la tarde. Salí de mi casa a eso de las cinco. Atravesé a pie la remodelada plaza de España por la parte inferior, me crucé con un buen número de paseantes, recorrí de norte a sur la plaza de Oriente, emboqué la calle Mayor y, en pleno centro de Madrid, a espaldas de la plaza de la Villa, entré en uno de los pocos conventos del siglo XVII que no fueron demolidos por la piqueta. 

En la recoleta plaza del Conde de Miranda, saliendo de la calle del Codo, está el convento del Corpus Christi de las monjas Jerónimas, conocido como Las Carboneras. Este curioso nombre no alude al hecho de que las monjas se hayan dedicado en alguna etapa de su larga historia a fabricar o vender carbón. El origen es más pintoresco. Según se cuenta, la vida del convento cambió cuando unos niños encontraron en unas carboneras un cuadro de la Virgen, que fue trasladado al cercano convento y expuesto para su veneración. Las Carboneras son también conocidas en Madrid por sus afamados dulces.


La capilla está siempre abierta al público. El Santísimo Sacramento permanece expuesto. En el coro hay al menos una monja orando. Cuando yo entré había también media docena de personas haciendo oración y -como no podía ser de otro modo- un grupo de turistas cuchicheando mientras observaban por una de las verjas el pequeño belén que las monjas han montado. Estoy convencido de que para ellos no contaba mucho que el Santísimo estuviera expuesto y que hubiera un grupo de personas orando. Los turistas quieren moverse, ver y hacer fotos. Lo demás es secundario. No siempre distinguen entre una iglesia, un museo o una sala de exposiciones. 


Cuando se hizo silencio completo, me quedé un buen rato contemplando la custodia que se mostraba en la parte inferior del retablo. Me daba la impresión de que el reloj se había detenido. El silencio no era completo porque en la plaza contigua había un generador que alimentaba un potente proyector, pero el ruido era más un murmullo constante que un ruido molesto. 

Es difícil explicar lo que se siente ante la presencia de Cristo sacramentado. El magnetismo es claro. No me extraña que muchos jóvenes hayan redescubierto en los últimos años una forma de relación con Jesús que la gente de mi generación había arrinconado por reacción a los “excesos” de décadas anteriores y quizá también por una teología demasiado esquelética.

Los grandes orantes eucarísticos nos enseñan que en este tipo de oración lo importante es callar y dejarse mirar. No es necesario caer en un sentimentalismo huero. Basta creer que Jesús ha vinculado su presencia a la mediación sacramental. La adoración prolonga la celebración. 


Allí, en la pequeña capilla de las Carboneras, mientras en la vecina plaza Mayor la gente se agolpaba en torno a las casetas navideñas, acontecía una experiencia de encuentro. Yo trataba de poner en orden mis pensamientos y emociones, repasaba los nombres de las personas a las que quiero, me detenía en algunas situaciones problemáticas… Por momentos suspendía toda imagen. Dirigía mis ojos a la custodia iluminada. 

Sin poder explicar su entraña, era consciente de que estaba viviendo un encuentro trasformador. Deposité en Jesús mis cuitas y mis fardos. Recordé sus palabras: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Experimenté una paz serena y una alegría suave. 


Cuando salí a la calle era ya de noche. Estaban encendidas las luces navideñas. Mientras rehacía el camino de vuelta a casa, pensaba que la alegría de la Navidad se parece más a la serenidad experimentada en la capilla de las Carboneras que al jolgorio que a menudo se vive en estos días. Quizás ambas son expresiones son necesarias, pero, a estas alturas de mi vida, yo me quedo con la primera.