domingo, 18 de mayo de 2025

Peace & Love


Ayer se vivió en Roma una eclosión de religiosidad popular con el Jubileo de las Cofradías. Me impresionó ver al sevillano Cristo del Cachorro, a la malagueña Virgen de la Esperanza y al leonés Nazareno desfilando ante la mole del Coliseo. Es como si los mártires de ayer y los testigos de hoy se abrazaran en una procesión de singular belleza.

Hoy la religiosidad popular ha cedido paso a la celebración litúrgica del inicio del ministerio petrino del papa León XIV en la plaza de san Pedro. He seguido la ceremonia por televisión. El rostro del Papa transmitía una mezcla de preocupación y emoción, como si no acabase de creerse que él era el elegido para suceder al apóstol Pedro. 

Después de recibir el palio y el anillo del pescador, ha pronunciado una homilía breve y sustancial. Me parece que este es su estilo. No es necesario multiplicar las palabras para transmitir la esencia del Evangelio. Como era de esperar, ha puesto el centro en el amor. Este es precisamente el mensaje del V Domingo de Pascua. Las palabras de Jesús son claras: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn 13,34-35).


Es verdad que la fe cristiana implica la aceptación de algunos dogmas, la práctica de algunos preceptos morales y la celebración de algunos ritos. Pero es más verdad todavía que el dogma, la moral, la liturgia y el derecho solo tienen sentido cuando son expresión del amor con el que Jesús nos ha amado. El mero cumplimiento no es suficiente para decirnos cristianos. Nadie se dará cuenta de que somos verdaderos discípulos de Jesús si no nos amamos unos a otros. 

La homilía de León XIV ha acentuado esta centralidad del amor. El Papa se ha atrevido a soñar cómo sería el mundo si tomáramos en serio este “mandamiento nuevo” de Jesús. En realidad, más que una orden de Jesús es una revelación. Es como si Jesús nos dijera: “Os sentiréis tentados de entender la vida desde la riqueza, el placer y el poder. No os engañéis. Ninguno de esos caminos os va a hacer felices. Dejadme que os revele el secreto. Lo único que os va a ayudar a vivir en paz es el amor, porque es la única realidad que refleja el misterio de Dios”.


El inicio oficial del pontificado de León XIV coincide con una ola de violencia en varias partes del mundo y con un repunte de la carrera armamentística justificada por la excusa de “asegurar la paz preparándonos para la guerra” (si vis pacem, para bellum). No es de extrañar que, desde su saludo inicial hasta la homilía de hoy, el Papa haya subrayado tanto la necesidad de la paz. Incluso ha ofrecido el Vaticano como espacio físico para un encuentro entre Putin y Zelenski que ponga fin a la guerra de Ucrania. 

Los cristianos no tenemos una varita mágica para eliminar la violencia, pero somos -como ha recordado León XIV en su homilía- levadura en medio de la masa del mundo: En estos tiempos nuestros, todavía vemos demasiadas discordias, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a la diversidad, un paradigma económico que explota los recursos de la Tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión, de fraternidad. Queremos decir al mundo, con humildad y con alegría: ¡Mirad a Cristo! ¡Acercaos a Él! ¡Recibid su Palabra que ilumina y consuela!. 

Con la fuerza del Evangelio podemos fermentar la sociedad. Igual que la violencia sale de nuestro interior y contamina las relaciones familiares, laborales, sociales, económicas y políticas, también el don de la paz puede propagarse desde el corazón de cada uno hasta el extremo del mundo. 

¿Cómo podemos ser artífices de paz si no la llevamos dentro, si no nos dejamos pacificar por la fuerza Jesús, el “príncipe de la paz”? Aquí, como en otras esferas de la vida, nadie da lo que no tiene.



jueves, 15 de mayo de 2025

Un labrador en la ciudad

 

Ayer, cuando salía del colegio de las Concepcionistas de Princesa después de celebrar la misa matutina, vi a muchos niños que entraban a clase vestidos de “chulapos”. El colegio se convertía por un día en una prolongación de la pradera de san Isidro donde hoy se celebrará una misa de campaña. Como manda la tradición, también este año la fiesta viene empapada en agua. No deja de ser curioso que al patrono de una gran ciudad moderna como Madrid sea un agricultor medieval. No encuentro muchas similitudes entre aquel Mayrit musulmán y este Madrid cosmopolita. 

Entre el 15 de mayo de 2022 y el 15 de mayo de 2023 se celebró el Año Jubilar de san Isidro con motivo del cuarto centenario de su canonización. Entonces pude ver su cuerpo incorrupto expuesto en la colegiata que lleva su nombre. Como se sabe, fue canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, junto con san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila, san Francisco Javier y san Felipe Neri. Parece que por Roma corría este chascarrillo malicioso: “Han canonizado a cuatro españoles y un santo”. Se non è vero, è ben trovato.


Este año quiero ir a la pradera de san Isidro para sentirme un madrileño más junto a cientos de chulapos y chulapas y miles de esos madrileños que hemos nacido en otros lugares de España y del mundo, pero que nos sentimos muy a gusto en esta ciudad, “donde se cruzan los caminos / donde el mar no se puede concebir / donde regresa siempre el fugitivo / pongamos que hablo de Madrid”. Cuanto más grande es una ciudad, más necesita algunos puntos de referencia que creen identidad y que escapen al control político. 

San Isidro, tan alejado en el tiempo, nos ayuda a poner el acento en algunos valores que, por haber atravesado los siglos, no están sujetos al deterioro de lo efímero. Como nos recordaba el año pasado el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, san Isidro fue un santo que aprendió a ser discípulo de Cristo en la vida cotidiana. Supo relacionarse con la creación desde su condición de agricultor. Él veía la tierra, los pájaros, y la lluvia como miembros de una única familia. Fue un santo ecológico antes de que esta palabra se convirtiera en moda para los urbanitas que reducimos nuestro contacto con la naturaleza a paseos ocasionales.


De Isidro recordamos su condición de trabajador del campo, pero también de esposo de santa María de la Cabeza, de padre de san Illán, de vecino de musulmanes y de miembro de la pequeña comunidad cristiana del viejo Madrid. Donde no llega la historia, la tradición se encarga de rellenar los vacíos. No deja de ser sorprendente que un santo como él sea tan popular no solo en la villa de Madrid, sino en muchos pueblos de España, Hispanoamérica y Filipinas que lo tienen por patrono. 

El agricultor de alta estatura y rasgos afrodescendientes murió, según estudios forenses, entre los 35 y los 45 años. Su cuerpo se conserva incorrupto en una urna de la colegiata, pero su espíritu se ha hecho universal. Como reza uno de los himnos litúrgicos de su fiesta, “¿qué labrador ha sabido / fructificar sufrimientos? / ¿Quién en la tierra ha escondido / tanto cielo, que a sedientos / campos haya humedecido?

Feliz fiesta de san Isidro a todos los habitantes de Madrid.




miércoles, 14 de mayo de 2025

Con flores a porfía


Ayer terminamos la oración matutina de mi comunidad cantando un viejo canto que hacía tiempo que no sacábamos de nuestra bodega interior. Inevitablemente me llevó a mis años de infancia cuando, llegado el mes de mayo, teníamos todos los días un momento de oración mariana que siempre comenzaba así: “Venid y vamos todos / con flores a porfía /, con flores a María / que madre nuestra es”. 

Casi todos tropezábamos en la famosa palabra -porfía- porque no sabíamos lo que significaba. Imagino que más de uno la sustituiría por Porfiria u otros términos semejantes. La locución adverbial “a porfía” significa “con emulación y competencia”. O sea, que lo que quería decir la vieja expresión era que todos rivalizábamos para ver quién llevaba más flores a María, no a una desconocida señora llamada Porfiria o a otros innombrables destinatarios.


Tengo la impresión de que el mes de mayo ha perdido la aureola de mes mariano por excelencia. Es verdad que en algunos colegios católicos y parroquias se siguen organizando rosarios de la aurora y actos semejantes, pero no con la frecuencia e intensidad de antaño. Pasa el tiempo. Cambian los modos. Lo que importa es no perder de vista el significado de María en la comunidad de los discípulos de ayer y de hoy. 

La Iglesia no es la comunidad de Jesús si no tiene en cuenta el “principio mariano”. ¿Cómo expresamos hoy nuestra relación personal con la madre de Jesús? ¿Cuáles son las nuevas expresiones de devoción mariana? Muchas personas siguen recitando a menudo el rosario. Esa oración repetitiva les parece el mejor modo de sumergirse en los misterios de Jesús acompañados por su madre. La repetición -lejos de resultarles cansina y aburrida- les ayuda a pacificar el espíritu. Es como cuando los enamorados repiten el “te quiero” sin prestar atención a las palabras, dejándose llevar por la fuerza de los sentimientos.


Hemos comenzado el mes de mayo con grandes novedades en la vida de la Iglesia. El papa León XIV empezó su pontificado saludándonos con la paz de Cristo resucitado. Esto es precisamente lo que más necesitamos en el actual contexto mundial de confrontación, rearme e incertidumbre: paz. La memoria de la Virgen de Fátima, que celebramos ayer, también está vinculada a la paz en el mundo. 

Dirigiéndose hoy mismo a los participantes en el Jubileo de las Iglesias Orientales, el papa León XIV les ha dicho: “¿Quién más que vosotros puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la violencia? ¿Quién más que vosotros, que conocéis tan bien los horrores de la guerra, que el papa Francisco ha llamado «martiriales» a vuestras Iglesias? Es verdad: de Tierra Santa a Ucrania, del Líbano a Siria, de Oriente Medio a Tigray y al Cáucaso, ¡cuánta violencia! Y sobre todo este horror, sobre las masacres de tantas vidas jóvenes, que deberían provocar indignación, porque, en nombre de la conquista militar, son personas las que mueren, destaca un llamamiento: no tanto el del Papa, sino el de Cristo, que repite: «¡La paz esté con vosotros!» (Jn 20,19.21.26). Y precisa: «Os dejo la paz, os doy mi paz. No como la da el mundo, yo os la doy» (Jn 14,27). La paz de Cristo no es el silencio sepulcral después de un conflicto, no es el resultado de una superación, sino que es un don que mira a las personas y reactiva su vida. Recemos por esta paz, que es reconciliación, perdón, valor para pasar página y volver a empezar”.


Quienes seguimos llevando flores a María “a porfía” le pedimos de manera especial en este tiempo convulso el don de la paz. Hacemos también nuestras las palabras de León XIV: “Los pueblos quieren la paz y yo, con el corazón en la mano, digo a los dirigentes de los pueblos: ¡reunámonos, dialoguemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben callar, porque no resuelven los problemas, sino que los aumentan; porque pasará a la historia quien siembra paz, no quien cosecha víctimas; porque los otros no son ante todo enemigos, sino seres humanos: no villanos a los que odiar, sino personas con las que hablar. Rechazamos las visiones maniqueas típicas de las narrativas violentas, que dividen el mundo en buenos y malos”. Más claro, agua. 

domingo, 11 de mayo de 2025

De pastores y ovejas


Hace una semana sorprendíamos a Jesús preguntándole a Pedro si lo quería. Hoy, IV Domingo de Pascua, tenemos en la Iglesia un nuevo sucesor de Pedro que sigue respondiendo como él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Esta respuesta resuena con especial fuerza en el domingo del Buen Pastor. León XIV es el nuevo pastor de la Iglesia universal que -como Jesús- está dispuesto a dar la vida por las ovejas. 

Parece increíble que en tan pocos días hayan sucedido tantas cosas y que la vida de la comunidad eclesial siga adelante con una esperanza renovada. Los medios de comunicación están escudriñando los gestos y palabras del nuevo Papa. El punto de comparación es Francisco. Parece inevitable, pero León XIV tiene todo el derecho del mundo a ser pastor mirando a Jesús y recreando con libertad, con estilo propio, su modo de servir y guiar a la Iglesia. No está obligado a ser fotocopia de nadie, ni siquiera de su admirado y querido predecesor.


Hoy terminamos nuestro retiro. Tras la granizada de ayer, ha amanecido un día soleado, un hermoso domingo de mayo. Después de una jornada intensa, anoche terminamos viendo y escuchando el testimonio de un hombre de la calle que ha encontrado en Dios fuerza para descubrir el propósito de su vida. Oramos también con las canciones de Juan y Ali, dos de los componentes de Brotes de Olivo. Nos fuimos a la cama cantando desde el corazón: “Hoy, Señor, te daré las gracias por mi vivir / por la tierra y los amigos, / porque siempre fui feliz”. 

El regreso a casa es siempre un desafío. Como los discípulos de Emaús, estamos invitados a escuchar lo que la comunidad tiene que decirnos antes de que nosotros compartamos nuestra experiencia por el camino. No hay encuentro con Jesús que no nos devuelva a la comunidad de la que a veces nos alejamos. Jesús no busca seguidores en solitario, sino en familia. Una de las grandes tentaciones de nuestra espiritualidad contemporánea es fabricarnos un evangelio a nuestra medida, tomando y dejando elementos según nuestro gusto personal. La fe no es tanto una opción cuanto una entrega a un amor más grande que nos atrapa. Es una experiencia personal, pero nunca privada.


Desde la muerte del papa Francisco el pasado 21 de abril hasta la misa de inauguración del pontificado de León XIV el próximo domingo 18, los medios de comunicación de todo el mundo han estado y seguirán hablando de la Iglesia. ¿En qué medida esta sobreexposición mediática habrá ayudado a algunas personas a acercarse a Jesús? ¿Habrá suscitado curiosidad o inquietud por saber qué hay detrás de una comunidad bimilenaria? ¿O todo se habrá reducido a un gran circo mediático que, pasado un tiempo, desmonta la carpa en espera de otro evento que justifique un despliegue descomunal? ¿Buscamos razones o necesitamos espectáculo? 

No me cabe duda de que la liturgia católica puede resultar un atractivo espectáculo que la televisión amplifica, pero no se trata de una representación teatral, de una medida performance, sino de la actualización de un acontecimiento: la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Él es el principio, el medio y el final. Él es mismo ayer, hoy y siempre. Desde el comienzo de su pontificado, me parece haber percibido en León XIV esta centralidad de Jesucristo.


sábado, 10 de mayo de 2025

Solo Tú tienes palabras de vida eterna


Comenzamos ayer por la tarde nuestro retiro de Pascua. Somos un “grupo apostólico” (es decir, doce más uno). Varios de los que estaban inscritos no pudieron acudir por distintas razones. Desde el primer momento nos sentimos como viejos amigos que se vuelven a encontrar. Alguno de los lectores habituales de este Rincón me preguntó si íbamos a transmitir algo en línea. Dado que se trata de una experiencia (y no tanto de un taller) personal y comunitaria, no es fácil vivirla en la red. 

Se requiere la intimidad y discreción de un cenáculo, pero ya habrá formas de compartir la experiencia en las próximas semanas. Esta mañana hemos comenzado la jornada con la oración, el desayuno y una meditación introductoria. Queremos combinar tiempos de reflexión conjunta con otros de silencio, oración personal, diálogo en grupos y celebraciones comunitarias. Como es natural, no nos abstraemos del momento que está viviendo la Iglesia con la reciente elección de León XIV. Su persona y sus primeros mensajes están muy presentes en el retiro.


El día ha amanecido nublado y un poco más frío que ayer, pero se está bien dentro de la casa y es posible pasear por el jardín. Lo que estamos haciendo es un privilegio. Pienso en las muchas personas que no pueden permitirse el lujo de desconectar para conectarse, que no pueden compartir su aventura personal con otras personas, que no disponen de medios económicos para costearse un fin de semana fuera de casa. Por eso, me brota un sentimiento espontáneo de gratitud y de empatía. 

El itinerario que podamos hacer “de quemados a encendidos” es, en el fondo, una preparación para estar más cerca de la gente que necesita compañía, para caminar con otros, para escuchar con mas atención, para estar más disponibles. De lo contrario, un retiro se puede convertir en un pasatiempo y, peor aún, en un ejercicio de ombliguismo individual y colectivo.


En su primera homilía como Papa, León XIV nos recordaba que “no faltan tampoco los contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es reducido solamente a una especie de líder carismático o a un superhombre, y esto no sólo entre los no creyentes, sino incluso entre muchos bautizados, que de ese modo terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho”. ¿Seremos también nosotros “ateos de hecho”? ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Cómo está transformando nuestra vida? 

Estas preguntas nos acompañan desde el primer momento del retiro. El mismo Papa nos lanzó enseguida a la misión: “Este es el mundo que nos ha sido confiado, y en el que, como enseñó muchas veces el Papa Francisco, estamos llamados a dar testimonio de la fe gozosa en Jesús Salvador. Por esto, también para nosotros, es esencial repetir: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16)”. Eso es lo que quisiéramos hacer nosotros, no solo con los labios, sino con nuestra vida entera, de forma que -como nos señala el evangelio de hoy- a la pregunta de Jesús –“¿También vosotros queréis marcharos?- respondamos como Simón Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios!”.

A todos los lectores de este Rincón os pedimos que nos acompañéis con vuestra oración para que este retiro de Pascua sea luminoso y fructífero.

viernes, 9 de mayo de 2025

Muchas gracias, León XIV


Sería muy fácil titular la entrada de hoy “De Chicago (Estados Unidos) a Chiclayo (Perú)” u “Otro religioso en la silla de Pedro” o incluso “De san Ignacio a san Agustín”, pero al final me he inclinado por un título más personal. Robert Francis Prevost fue superior general de la Orden de San Agustín de 2001 a 2013. Yo viví en Roma de 2003 a 2021. El sucesor de Prevost es un amigo mío, el burgalés Alejandro del Moral. En una de mis visitas a la curia general de los Agustinos para charlar con él, compartimos mesa y conversación con el flamante León XIV. Me sorprendieron varias cosas de él: su tímida sonrisa, su sencillez, sus juicios moderados y su español sin acento gringo (lo que suele ser muy raro en hablantes que tienen el inglés americano como lengua materna).

No recuerdo haber tenido más encuentros con él. Ni por asomo podría haber imaginado entonces (creo que fue en 2014) que aquel estadounidense menudo con orígenes franceses, italianos y españoles iba a ser Papa en un futuro no muy lejano. Sin embargo, ayer mismo dediqué parte de la mañana a buscar información sobre él porque tenía la intuición de que podía ser un candidato de consenso entre quienes buscaban un pastor semejante a Francisco, pero con un estilo diferente.


De 4,30 a 6 de la tarde estuve participando en una reunión. Cuando hicimos la pausa, fui corriendo a mi cuarto, abrí el ordenador y vi -¡feliz coincidencia!- que estaba saliendo humo blanco de la famosa chimenea. Rápidamente nos dimos cita 
varios compañeros en la sala de televisión de mi comunidad. Por la experiencia de cónclaves anteriores, sabíamos que normalmente pasa alrededor de una hora entre la fumata blanca y la presentación del nuevo Papa en el balcón de la basílica. Así sucedió también esta vez. 

Hacia las 19,12 hizo aparición el cardenal Dominique Mamberti que con voz clara anunció el nombre del nuevo Papa. Cuando empezó diciendo: Dominum, Dominum Robertum Franciscum (en acusativo) … supe enseguida que el elegido era el cardenal Prevost. Algunos de mis compañeros pensaron que podía haber sido el cardenal guineano Robert Sarah. Como los miles de congregados en la plaza de san Pedro, también yo me puse a aplaudir. Cuando la cámara enfocó el rostro del nuevo Papa, vi que estaba muy emocionado, haciendo un gran esfuerzo por contener las lágrimas. Todo lo demás (lo que dijo, su parlamento en italiano y español, etc.) es de sobra conocido.


Tendremos tiempo de conocer mejor al nuevo Papa. Más allá de su currículo tan rico desde el punto de vista intelectual, misionero, pastoral, curial, etc., lo que me sorprende y me emociona es cómo una comunidad universal como la Iglesia católica puede vivir en pocos días con emoción la despedida de un pastor querido (Francisco) y la elección de uno nuevo (León XIV) sin que se produzcan sobresaltos o divisiones. 

Más allá de los gustos y opiniones personales, hemos vivido una hermoso y plural proceso de discernimiento que no encuentra parangón en otras instituciones. Ya sé que el cónclave puede ser tildado de selectivo, patriarcal y otras lindezas, y que seguramente en el futuro adquirirá nuevas modalidades más inclusivas, pero no deja de ser admirable la combinación de fidelidad a la Tradición y de apertura a las necesidades de presente. 

Una vez más, la mayor parte de los vaticanólogos tuvieron que reconocer que sus previsiones no eran acertadas. Esto también es admirable porque demuestra la imprevisibilidad de un discernimiento cuando es auténtico y no se deja llevar por presiones o conjeturas.



jueves, 8 de mayo de 2025

Pendientes de una chimenea


Tendría que haber escrito algo sobre el 75 aniversario de la canonización de san Antonio María Claret que celebramos ayer, pero la actualidad manda. Millones de personas estamos pendientes de la elección del nuevo Papa. Ayer, a las 17,43, el italiano Diego Ravelli, maestro de las celebraciones litúrgicas pontificas, pronunció el famoso Extra omnes. A partir de ese momento, todos estuvimos pendientes de una chimenea, de un pequeño adminículo de metal que los italianos llaman comignolo. ¿No es fascinante que en la era de los sofisticados medios digitales se anuncie la elección de un nuevo Papa a través de señales de humo como si estuviéramos en medio de una tribu de indígenas americanos del siglo XIX? Y si encima el cogminolo es visitado por algunos gabbiani (gaviotas) ocasionales, el espectáculo es de otros tiempos.

En la plaza de san Pedro hay grandes pantallas sobre las que se podría proyectar un vídeo de Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede o de cualquier otra autoridad vaticana. Se podría dar a conocer la noticia a través de la web oficial del Vaticano y de sus redes sociales. Sin embargo, los canales de comunicación son de otro tiempo y de otro tipo: uno óptico (la famosa fumata blanca desde el tejado de la Sixtina) y otro acústico (el repique de las campanas de san Pedro). Es como para quitarse el sombrero.


A muchos periodistas poco familiarizados con los asuntos de la Iglesia les extraña -y a veces les desconcierta- la combinación de tradición y modernidad, el análisis agudo de lo que sucede hoy (llevado a cabo durante las congregaciones generales de los días previos) y una ritualidad de siglos que rodea la celebración del cónclave, las cabezas bien amuebladas de muchos cardenales y sus ropajes anacrónicos… Todo es opinable, pero creo que si la Iglesia perdiera esa capacidad de desconcertar y se alineara sin más con lo que cada generación espera de ella, perdería su significado profético. Es verdad que la Iglesia debe acercarse al mundo (porque es para el mundo), pero también es verdad que el mundo debe convertirse al Evangelio (porque no todo lo que existe en el mundo es de verdad humano). Este “doble movimiento” está en la esencia de la evangelización. 

Jesús se hace uno de tantos (encarnación) y al mismo tiempo nos abre a un nuevo horizonte y nos pide un cambio de mentalidad (conversión). Por eso, más que hablar de conservadores y progresistas -categorías tan manejadas por políticos y comunicadores- habría que hablar de “encarnados” y “convertidos”. Todo cristiano es, por esencia, tradicional (porque se debe a una Tradición enraizada en Jesús y el Evangelio) y creativo (porque se deja llevar por el Espíritu hacia la verdad plena). Todo cristiano tiene fijos sus ojos en Jesús que es “alfa” (principio) y “omega” (final). Para vivir con intensidad, todo cristiano mira al pasado (con gratitud) y se abre al futuro (con esperanza).


Cuando escribo la entrada de hoy, todavía no sabemos quién será el nuevo Papa. La primera fumata fue negra. Se retrasó hasta pasadas las 9 de la noche de ayer. Seguimos “pendientes de una chimenea”, pero, en realidad, seguimos pendiente de lo que el Espíritu Santo inspire a nuestros hermanos cardenales. La elección del Papa se podría hacer de otra manera (y seguramente se hará en el futuro a través de cauces más sinodales), pero somos hijos de esta época. El principio de la encarnación pasa por la aceptación de las posibilidades y límites del espacio y del tiempo. Fuera de este marco, hacemos de la fe una ideología o una gnosis; es decir, lo más alejado del evangelio encarnado. 

Disfruto oyendo los comentarios de los periodistas y sus invitados. Por superficiales que a veces me parezcan, es bueno oír todas las voces, no solo las de los llamados “expertos”. Lo que a uno le parece obvio a otro puede desconcertarle. Al final, unos y otros, expertos y aficionados, creyentes y buscadores, estamos en estas horas “pendientes de una chimenea”, aunque sepamos que quien inspira todo es el Espíritu Santo. Ver para contarlo.