
Nos vienen como anillo al dedo los mensajes de este III Domingo de Adviento, el reconfortante domingo Gaudete. Como andamos faltos de tiempo y de ganas de leer, los podemos resumir al principio de esta entrada con tres palabras: alegría, paciencia y liberación.
La primera lectura del profeta Isaías exuda alegría por todas partes: “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría… Vendrán a Sion con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán”. La liturgia interpreta que este derroche de alegría se cumple a cabalidad con el nacimiento de Jesús para el que nos preparamos durante el Adviento.
Pero lo que experimentamos a diario es una languidez que contrasta con el anuncio profético. Es verdad que vemos a la gente entretenida, que las terrazas de los bares están llenas, que no cabe un alfiler por la Gran Vía de Madrid y sus cines y teatros, pero luego, en las distancias cortas, mostramos una especie de tristeza pegajosa que no sabemos de dónde procede. Con palabras del himno litúrgico compuesto por Leopoldo Panero, podríamos confesar: “No sé de dónde brota la tristeza que tengo”. No sabemos si es por el peso de la hipoteca, los laberintos afectivos, la vida sin rumbo o sencillamente porque vemos el futuro con gran incertidumbre.

La segunda lectura de la carta de Santiago nos exhorta a la paciencia: “Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca”. Pero Santiago no sabe que ya no vivimos en una cultura agraria, sino digital. No somos labradores acostumbrados a “aguardar pacientes el fruto valioso de la tierra, mientras recibimos la lluvia temprana y tardía”.
Hoy somos hombres y mujeres digitales, habituados a que todo suceda a golpe de clic. Nos ponemos nerviosos cuando no hay WiFi, alguien no responde enseguida a nuestros correos o tardamos más de cinco segundos en descargar un vídeo. Culturalmente impacientes, no estamos para muchas esperas. Queremos una espiritualidad a la carta, de consumo inmediato y de efectos rápidos. Los largos procesos de maduración no van con nosotros. Si el Señor quiere llegar, que lo haga enseguida, que tenemos en nuestra agenda otras cosas más importantes que hacer.

El evangelio habla de Juan el Bautista como el “más grande nacido de mujer”, mensajero y preparador del camino del Señor, pero habla sobre todo de la forma para saber si este Señor ha llegado, que no es otra que contemplar los signos de liberación que produce su venida. ¿Cómo sabemos si Jesús ha llegado a nuestra vida o tenemos que esperar a otro? La respuesta no viene por vía racional ni siquiera afectiva, sino práctica.
Lo más creíble es que observemos que dentro de nosotros se supera la ceguera, la mudez y la parálisis. O sea, que empezamos a ver la vida de otra manera, a escuchar la Palabra que antes solo oíamos y a movernos cuando antes estábamos instalados en nuestra comodidad. Y no solo eso, sino que estos signos de liberación se dan también a nuestro alrededor. Donde hay personas que ven, hablan y se mueven con una perspectiva nueva, allí se está produciendo la llegada del Señor.
Alegría, paciencia y liberación forman un pack que se nos regala en este domingo Gaudete. Parece pensado como un complejo vitamínico para afrontar la languidez, la impaciencia y las adicciones que hoy nos impiden vivir con libertad, sentido y esperanza. Por el momento no se han descrito contraindicaciones.

Ayer se inauguró en Segovia el Año Jubilar Sanjuanista con motivo del tercer centenario de la canonización de San Juan de la Cruz (27 de diciembre de 1726) y del primer centenario de su proclamación como doctor de la Iglesia (24 de agosto de 1926). Él es un verdadero maestro de la alegría y de la paciencia porque experimentó en carne propia la liberación de Dios.
















