lunes, 12 de agosto de 2024

Lo pequeño y lo grande


La Cuenca
es una pequeñísima localidad soriana perteneciente al municipio de Golmayo. Escondida entre pequeños bosques de pino negral y de sabinas, sorprende por su caserío de piedra y maderas entretejidas que se conserva como en el siglo XVIII. Ayer, a las siete y media de la tarde, en la también pequeña y remozada iglesia románica de la Asunción, tuvo lugar un concierto por parte del dúo Lavanda, formado por dos chicas jóvenes. Ana Bueno tocaba el clarinete y Cristina Rampérez, autora de un libro titulado Suerte de pinos, tocaba el fagot. 

Allí me presenté acompañado por una de mis hermanas y Patrick, un francés afincado en Vinuesa. El concierto comenzó a la hora señalada con tres arias del Barbero de Sevilla de Rossini. Creo que es la primera vez que asisto a un concierto de clarinete y fagot. La ejecución me sorprendió por el precioso juego contrapuntístico y por el virtuosismo de las dos jóvenes intérpretes de la tierra. El concierto siguió con piezas de Beethoven, Poulenc y Tausch. Se cerró con él dúo para fagot y violonchelo (sustituido por el clarinete en este caso), K.V. 292 de Mozart. Como el público que nos habíamos congregado en la pequeña iglesia románica proseguíamos con los aplausos, el dúo nos regaló un par de piezas de la Carmen de Bizet.


De vuelta a casa, con el sol poniente golpeando la parte izquierda de nuestro coche, sentí que la felicidad tiene que ver con la belleza de las cosas pequeñas. En la pequeña iglesia de un pequeño pueblo, un pequeño grupo (solo dos personas) fue capaz de deleitarnos con la belleza del clarinete y el fagot persiguiéndose en inusitada armonía. No es necesario ir al Auditorio Nacional de Madrid o a cualquier otro templo musical para saborear el placer de la buena música. 

Sin etiqueta ni artificial protocolo, estas dos chicas sorianas fueron capaces de hacernos soñar en medio de una calurosa tarde de agosto. Todos experimentamos la belleza de lo pequeño. Patrick, el amigo francés, buen experto en música, estaba entusiasmado. Le costaba creer que estos milagros pudieran producirse en un pequeñísimo pueblo de la vieja Castilla. ¡Y además gratis!


Llegado a casa, encendí el televisor para ver la ceremonia final de los Juegos Olímpicos de París. El contraste fue abrumador. Por la pantalla aparecía un despliegue monumental de prodigios escenográficos en el Estadio Nacional de París. No faltaba nada de lo que la técnica moderna puede ofrecer. Era como vivir una película de ciencia ficción con personajes de carne y hueso ataviados con los trajes de sus respectivos países. Uno se queda deslumbrado y, sin embargo, al cabo de una hora se me hizo insoportablemente largo y hasta soporífero. De hecho, no aguanté hasta el final. Lo grande puede deslumbrar, pero no seduce como lo pequeño. 

Cuando comparaba el concierto de clarinete y fagot en la iglesia románica de La Cuenca con la clausura de los Juegos Olímpicos de París, comprendí una vez más por qué Jesús eligió el camino de lo pequeño para hablarnos de Dios y del Reino. Podría haber hecho un despliegue semejante al de los Juegos en Roma, la capital del imperio. Podría haber sido un mesías a lo grande, como hoy nos gusta. Sin embargo, prefirió vivir en Nazaret y anunciar el Reino en el entorno del lago de Genesaret. Aunque se relacionó con todos, sus amigos fueron, sobre todo, “los pequeños”. Solo fue a Jerusalén para morir. La lección es bastante clara.





1 comentario:

  1. Gracias por ayudarnos a valorar lo pequeño que va bien hacerlo ante situaciones difíciles que nos presenta la vida. A través de emociones pequeñas aprendemos a valorar la vida porque nos ayudan a descubrir la realidad.
    Realmente, los pequeños, con su manera de hablar y hacer nos acercan a Dios. Es la experiencia que tenemos los abuelos con nuestros nietos y nietas.
    Gonzalo, disfruta de todo lo que te está llevando la vida en estas vacaciones y gracias por compartirlo.

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