martes, 8 de marzo de 2022

Los ideales fuertes

Los amaneceres están siendo muy fríos en Roma. Hoy nos hemos despertado con 0 grados. El cielo está limpio, luce el sol y sopla un viento gélido. Repasando la prensa digital de hoy, me encuentro con algunas cosas simpáticas (aunque discutibles) y con otras que me parecen un despropósito, como el sermón que se marcó el pasado domingo Kirill, el patriarca ortodoxo de Moscú. En él justificaba la invasión rusa de Ucrania como si fuera una especie de cruzada contra los países que apoyan los derechos de los homosexuales. Mezclar una cuestión moral con un ataque bélico me parece muy peligroso, además de confuso. Comprendo que pueda poner objeciones a lo que él considera el declive moral de Occidente o el ocaso de la civilización cristiana, pero eso no justifica en ningún caso una guerra con su cohorte de injusticias. 

Varios periódicos dedican artículos y editoriales al Día Internacional de la Mujer. Algunos van al fondo de la cuestión; otros ironizan sobre esta jornada y su deriva populista. Yo doy gracias, un año más, por todas las mujeres que forman parte de mi vida y de las cuales aprendo a achicar la distancia entre lo que pienso y lo que hago. La concreción femenina me libera de mi tendencia masculina a perderme en el mundo de las ideas. Siempre he admirado en las mujeres su capacidad para comprometerse hasta el fondo con aquello en lo que creen.

Tendría que volver sobre el asunto de la guerra de Ucrania, pero estamos sufriendo tal saturación mediática que es saludable desconectar de vez en cuando y practicar el ayuno digital. El exceso de información no significa un aumento del compromiso. Fijo mi atención a la Cuaresma en curso, aunque voy a conectar también con un extraño fenómeno que está ligado a la guerra. 

Más de una vez me he preguntado cómo afrontaría yo la vida si no fuera cristiano. ¿Me sentiría atraído por la persona de Jesús y su Evangelio hasta el punto de empezar un catecumenado de adultos que me condujese al Bautismo? ¿Formaría parte de esas personas que, tras años de confusión y de búsqueda, se sienten iluminadas por la luz de Dios? Con la visión del mundo que tengo ahora, ¿encontraría en la fe cristiana una respuesta cabal a las inquietudes que me habitan o engrosaría el número de quienes no necesitan creer en Dios para manejarse razonablemente bien (el adverbio en cursiva es muy usado por el expresidente Felipe González) en la vida? Son preguntas sin respuesta. 

Soy hijo de una biografía que ya no puedo reescribir. Si hago este ejercicio de imaginación es solo para tomar conciencia de que la fe cristiana es un ideal demasiado “fuerte” en los tiempos “débiles” que vivimos. Y ahora conecto con la guerra en Ucrania. Me sorprende que un buen número de jóvenes de diversos países, la mayoría sin preparación militar, se alistepara luchar contra el invasor ruso. Es probable que algunos estén “zumbaos” (como suele decirse coloquialmente), pero no deja de ser un indicador de la necesidad que los seres humanos tenemos de luchar por algo valioso, incluso hasta el extremo de dar la vida. Cuando nada ni nadie nos merece esta dedicación, la misma vida queda devaluada. Jesús lo dijo con otras palabras que admiten varias lecturas: “Quien quiera salvar su propia vida la perderá, pero quien la pierde por mí la salvará” (Mt 16,25).

Confieso que a veces tengo la impresión de que nuestra obsesión contemporánea por “salvar la propia vida” a toda costa es un poco enfermiza. Se traduce en una preocupación excesiva por la salud, el cultivo del cuerpo, el equilibrio emocional, un trabajo estable y bien remunerado, pocos o ningún hijo que estorben la tranquilidad personal, disminución drástica de compromisos que nos impidan disfrutar de la vida, etc. El resultado no es, por lo general, una vida plena y feliz, sino una vida lánguida que necesita abrevarse continuamente en pequeñas experiencias placenteras (un fin de semana en una casa rural, una cena en un restaurante caro, un capricho informático, una entrada para el fútbol o el cine, un viaje con los amigos, etc.). 

Jesús nos advierte de que solo quien “pierde su vida por él” la salvará; es decir, solo quien no ponga en primer plano sus intereses y deseos, sino los de Dios, encontrará la realización plena. Esto pasa a menudo por renuncias, sacrificios, cambio de planes y una cierta soledad, pero el balance final no tiene precio. Es la satisfacción de encontrar sentido a la propia existencia, la alegría suave de quien sabe que merece la pena desvivirse para vivir, de que no hay nada mejor en la vida que cumplir la voluntad de Dios, aunque no siempre la entendamos.

Estos ideales “fuertes” en tiempos de imperio “soft” son los que el Evangelio nos propone y que la Cuaresma nos recuerda. Si no logramos descubrirlos, no me extraña que haya jóvenes que prefieran irse a hacer la guerra antes que matar el tiempo a base de videojuegos, tabaco, alcohol y aburrimiento.

1 comentario:

  1. Mas de una vez me estoy imaginando el mundo, como un gran teatro con escenas de todo tipo. Interesa la escena de la guerra, desaparece la de la pandemia.... y así con muchos temas candentes que se van alternando el protagonismo.
    Hoy, 8 de marzo, no deja de ser una escena más de este teatro... Parece que con dedicar un día "a la mujer trabajadora", ya se cumple... Y ¿si nos planteáramos de trabajar solo un día al año?... El papel de la mujer, en ninguna sociedad está valorado... y en muchas está muy discriminada y parece ser solo un objeto.
    Hay muchos interrogantes en la entrada de hoy que no me atrevo a afrontarlos... Paso a paso, lo iré haciendo... Gracias porque nos ofreces un buen camino de Cuaresma.

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