viernes, 4 de febrero de 2022

La pastoral de las distancias cortas

He desayunado con un comboniano italiano que trabaja en pastoral juvenil. Tenía interés en conocer cómo están las cosas en el norte de Italia. Me ha confirmado lo que me temía. Hoy no es nada fácil entrar en el mundo de los jóvenes. Son muy pocos los que sienten interés por la Iglesia. Y esos pocos son, más bien, inconstantes. No les gustan las propuestas que incluyan encuentros regulares (por ejemplo, cada semana) o un tipo de pertenencia que les suponga ataduras. Participan en las actividades cuando les parece bien y dejan de hacerlo cuando se aburren o encuentran algo que les gusta más. 

Hace mucho tiempo que no trabajo directamente con jóvenes, así que no puedo valorar lo que me decía el italiano Antonio. Intuyo que lleva bastante razón, pero no me contento con levantar acta de un hecho. Me pregunto cuáles son las raíces y qué podemos aprender. A veces, hago el esfuerzo mental de imaginarme teniendo 18 o 20 años, lo que no deja de ser un ejercicio muy arriesgado. ¿Qué buscaría yo si tuviera esa edad en el año 2022? ¿Cuáles serían mis intereses? ¿Cómo vería el presente y el futuro?

Estoy seguro de que me sentiría muy atrapado por la tecnología. El mundo virtual sería “mi mundo”. Tendría amigos y amigas en las redes sociales. Intercambiaría mensajes rápidos, divertidos, insustanciales, llenos de anacolutos y stickers. Sustituiría el cara a cara por videoclips de cortísima duración. Quizá de vez en cuando surgiría una relación “especial” que dejaría de serlo al poco tiempo. Sentiría aprecio por mi familia, pero imaginaría que, tarde o temprano, se podría romper, así que no pondría demasiadas esperanzas en que el matrimonio de mis padres fuera para toda la vida o que siempre fuéramos a estar cerca unos de otros. Vería el futuro con mucha incertidumbre. Me costaría saber qué quiero hacer con mi vida porque sentiría que todo es un laberinto y que no tiene mucho sentido pensar en un camino en línea recta. Lo más probable es que tuviera que ir de curro en curro, tratando de sobrevivir con lo justo y dándome algunos caprichos cuando fuera posible. No creería mucho en que una carrera podría resolverme el futuro laboral y económico.

La Iglesia me parecería una institución trasnochada y corrompida. A fin y al cabo, así es como la presentan muchos medios de comunicación y así es como probablemente debe de ser. No sabría si creo en Dios o no. Ni siquiera me rompería la cabeza con esas cuestiones, aunque no estaría cerrado a una espiritualidad difusa que no exigiera fuertes compromisos dogmáticos, éticos o rituales. Difícilmente me apuntaría a un grupo que se reuniera todas las semanas y que organizase actividades formativas, litúrgicas o sociales. Las pertenencias rígidas me darían grima. 

Si yo fuera como el personaje que he descrito, ¿qué podría sacarme de mi pequeño mundo? ¿Qué rompería mi inercia? Creo que solo una cosa: el encuentro con alguien que me llegara al corazón y que, con su vida, no tanto con sus palabras, me hiciera ver que “otra vida es posible”. Creo que ese encuentro abriría un boquete en la corteza de mi autosuficiencia y de mi inseguridad. Si me sintiera aceptado, comprendido, no sermoneado, es muy probable que me atreviera a compartir mis vacíos y mis anhelos, mis sueños y mis frustraciones. No sé lo que sucedería luego, pero intuyo que podría ser el comienzo de un camino de descubrimientos y de posibles transformaciones. 

Creo en la pastoral de las “distancias cortas”, en esa que favorece el acercamiento a cada persona, que no tiene miedo del tú a tú. Creo en una pastoral vulnerable, que baja al terreno de las personas de carne y hueso y “pierde mucho tiempo” en escuchar historias y en crear las condiciones para que las personas (sobre todo, los jóvenes) puedan compartir lo que viven sin miedo a ser juzgados o incomprendidos. Esta pastoral tiene sus riesgos, pero se parece bastante a lo que Jesús hacía cuando entraba a saco en la vida de las personas, sobre todo de aquellas que se sentían en los márgenes o que experimentaban en sus carnes la exclusión.

No sé si estamos preparados para esta pastoral juvenil de las distancias cortas, pero a ese imaginario joven es la única que podría llegarle. ¡Lástima que el distanciamiento social impuesto por la pandemia haga las cosas todavía más difíciles! Quizás es un tiempo de desierto y preparación para un nuevo tipo de encuentro



2 comentarios:

  1. Creo que para los que ya estamos en ciertas edades, es difícil entrar en las dinámicas de los jóvenes de hoy y más en el tema de la espiritualidad porque lo valoramos desde nuestra experiencia… Sí que es muy importante que, como dices: “… puedan compartir lo que viven sin miedo a ser juzgados o incomprendidos”… En este punto también se encuentran muchos adultos.
    Que gratificante que es poderte expresar sin miedo a ser juzgados y así poder ver la vida de otro color.

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  2. Esa visión de la pastoral de las distancias cortas, sin presiones y persecución, se puede hacer desde la enseñanza concertada por las congregaciones religiosas, en la fundación de escuelas, en contra de lo que señalabas en tu Gundisalvus del miércoles pasado. La esponja cerebral de los alumnos tiene que captar la enseñanza del amor que se debe transmitir en su formación, para que pueda luego fructificar o no en esa juventud que tan acertadamente describes.
    Buena música...

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