jueves, 20 de julio de 2017

Dinero y poder, cóctel letal

Mi regreso a Roma ha estado marcado, una vez más, por noticias que tienen que ver con el virus de la corrupción. A la detención de Ángel María Villar -presidente de la Federación Española de Fútbol- siguió la noticia de la muerte de Miguel Blesa -expresidente de Caja Madrid- en una finca de Córdoba. Ambos están relacionados con diversos casos de corrupción. A ambos quiero aplicarles un criterio que las Constituciones de mi Congregación prescriben para cuando hay que afrontar un caso de infidelidad: “Excusen la intención aun cuando no puedan justificar la obra”. No me corresponde a mí juzgar la conciencia de estas dos personas. Pero parece que algunas de sus acciones estuvieron marcadas por la corrupción. Más allá de estos casos singulares, que se unen a los muchos otros que se van conociendo (y algunos juzgando), me importa reflexionar sobre la cuestión de fondo: ¿Por qué somos corruptos? ¿Por qué el dinero y el poder constituyen drogas tan poderosas? ¿Por qué muchas personas se sienten tentadas de beber este peligroso cóctel a sabiendas de que solo conduce a la autodestrucción, el descrédito social y en ocasiones a la muerte? No sé cuántas veces he abordado este tema en el blog. Reconozco que es casi una obsesión. Creo que la última fue el pasado 24 de abril. La actualidad me empuja a volver a la carga.

La lucha contra la corrupción tiene que ver, en primer lugar, con los valores y la conciencia. Si la verdad y la justicia son sustituidas por la mentira y el afán de dominio, no cabe esperar más que avidez y engaño. En tiempos de la maldita posverdad, todo es permisible con tal de lograr lo que uno se propone. Que se lo pregunten a Mr. Trump, el mentiroso. Pero tiene que ver también con el ambiente social y con las instituciones. La corrupción abunda porque el ambiente social es proclive a ella, porque se nos ha inoculado el virus de que para ser alguien hay que ser rico pronto y como sea. Muchas personas se guían por este falso principio. Aspiran a escalar puestos en la escala social porque intuyen que así tendrán más posibilidades de medrar. La dinámica es siempre la misma: aprovecharse de las oportunidades que otorga el cargo o la situación para enriquecerse o ganar cotas de poder, aunque esto suponga falsificar, engañar y practicar toda suerte de ingenierías financieras y fiscales con apariencia legal. La corrupción es una estafa a la sociedad y, sobre todo, a los más pobres, que son quienes más dependen de la solidaridad de todos. El dinero de los impuestos debería ir destinado. sobre todo, a cubrir las necesidades básicas de quienes no se bastan por sí mismos, no a llenar los bolsillos de quienes ya tienen más de lo necesario. Parece algo elemental, pero todavía no forma parte de nuestra mentalidad.

Por eso es tan necesario promover desde niños una cultura de la verdad, la transparencia, la justicia y la solidaridad, de modo que cualquier caso de corrupción represente una sombra inaceptable y repugne moralmente. ¡Basta de aplaudir a los sinvergüenzas! ¡Basta de proponer modelos de vida basados en la apariencia, el lujo y el derroche! Necesitamos aprender a ser transparentes y responsables de lo que hacemos, a dar cuenta de nuestra gestión, sobre todo cuando se trata de manejar dinero público. También necesitamos dotarnos de instituciones fuertes que impidan o dificulten mucho los comportamientos corruptos y que, en caso de que se produzcan, actúen con eficacia para castigarlos. Los países y organizaciones que poseen este tipo de instituciones no dependen tanto de los comportamientos individuales. Desarrollan leyes, normas y prácticas de higiene democrática que, poco a poco, crean una cultura de la honradez. No se comprende, por ejemplo, cómo en los estatutos de la Federación Española de Fútbol no haya un artículo que impida permanecer en el cargo de presidente más de dos o tres períodos.

¿Por qué solo las personas sencillas han descubierto que no hay nada más satisfactorio que una conciencia tranquila? ¿De qué sirve exhibirse con un coche de alta gama, veranear en Sotogrande o hacer un crucero por el Caribe si todo eso es producto de la injusticia? ¿Qué satisfacción puede sentir un ser humano en disfrutar de lo obtenido con engaño? No hace falta ser una persona muy espiritual para caer en la cuenta de que el cóctel dinero-poder (al que a menudo se añade el ingrediente del sexo), seductor como pocos, es también el más letal de todos. Basta vivir a ras de suelo, abrir los ojos, examinar la trayectoria de las personas felices y las desgraciadas, avivar la conciencia. Sueño con una generación de jóvenes que, hartos de esta cultura podrida, adobada a veces con ingredientes religiosos, reivindiquen las cosas más sencillas y más necesarias para el ser humano, las que lo hacen feliz en cualquier circunstancia: la verdad, la bondad y la belleza. Los trascendentales del ser siguen siendo la brújula que nos indica el camino correcto. Todo lo que vaya en la dirección de la mentira, la maldad y la fealdad solo puede acabar en el estercolero de la vida, aunque a veces produzca algunos beneficios efímeros que tanto tientan a muchas personas, aparentemente listas, pero, en el fondo, ridículamente ingenuas. 


2 comentarios:

  1. Gonzalo. Gracias por este reiterado comentario que nos cae muy bien hoy en Colombia, cuando celebramos la fiesta nacional llamado "el grito de independencia", cuando ahora somos clasificados como uno de los países más desiguales del mundo...escándalos de corrupción de Overbrecht, los falsos funcionarios de la justicia, las mentiras de los políticos y un largo etc. que confirman tu reflexión. Gracias

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