miércoles, 7 de mayo de 2025

El soliloquio de las lágrimas


Uno a uno, los 133 cardenales, siguiendo el protocolo previsto, han depositado su papeleta en la urna mientras pronunciaban las palabras de rigor: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”. Cuando ese “elegido” ha superado los dos tercios de los votos, son convocados a la Capilla Sixtina el secretario del colegio de los cardenales y el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias. 

Entonces el primero de los cardenales por orden y antigüedad le pregunta al elegido: “¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?”. Él ha respondido sí. Su voz era firme y humilde a un tiempo. Tras su aceptación, el decano le pregunta: “¿Cómo quieres ser llamado?”. Se hace silencio. El nombre elegido sorprende a la mayoría. Pronto empiezan a conjeturar lo que esconde. El maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias llama a dos ceremonieros y los tres levantan acta de la aceptación del nuevo Pontífice y del nombre que ha escogido.


Antes de que los cardenales se acerquen uno a uno para mostrar un gesto de respeto y obediencia al nuevo Pontífice y de que juntos entonen el Te Deum de acción de gracias, el nuevo Papa se retira a la “salita de las lágrimas” contigua a la Capilla Sixtina. En ella hay tres sotanas blancas y tres solideos de tallas distintas, varios pares de zapatos rojos, algunos roquetes, una muceta roja y una estola también roja, profusamente bordada. 

No hay mucho tiempo disponible, ni siquiera para derramar algunas lágrimas que justifiquen el nombre de este pequeño recinto. Al nuevo Papa se le cruzan las emociones y los pensamientos como ráfagas de fuego. No puede hablar con nadie. Se desahoga con Cristo mientras el sastre le ayuda a vestirse y le ajusta bien la sotana blanca.


Señor, ¿por qué te has fijado en mí? ¿Por qué me complicas la vida de esta manera cuando yo tenía ya mis planes hechos? Me cuesta creer que también a mí me diriges las palabras que dirigiste a tu primer apóstol: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella” (Mt. 16, 18). No es lo mismo edificar una Iglesia con cuatro gatos que con miles de millones. ¿Cómo empiezo? ¿Me calzo los zapatos rojos que me ofrecen o me quedo con los míos, como hizo Francisco? Bueno, de momento los zapatos no salen en televisión. 

¿Qué hago con la muceta? Es lo primero en lo que se van a fijar nada más que salga al balcón de san Pedro. Si me la pongo, muchos pensarán que soy un papa que regreso al pasado y que me gustan las antiguallas. Si prescindo de ella, a otros les parecerá que he sucumbido al “efecto Francisco”. Ayúdame a hacer lo que quieres Tú. No dejes que me derroten las opiniones ajenas y menos las de los medios de comunicación social. Ya sé que van a analizar con lupa hasta el último gesto que haga (o no haga) y todas las palabras que pronuncie (o no pronuncie). Ayúdame a hacer lo que quieres Tú.

¿Qué quieres que diga en el balcón? ¿Debo empezar diciendo Buona sera (para parecer informal y campechano) o es mejor que diga Lodato sia Gesù Cristo (para que Tú seas lo primero)? Voy a tener que tomar decisiones desde este momento. No me has preparado para ello. Solo te pido que protejas a tu Iglesia de este Papa frágil, vanidoso, inseguro y asustadizo. No quiero que todos hablen de mí, sino de Ti. No permitas que atraiga la atención sobre este hijo tuyo, “demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes”. Hazme tu testigo. Si has pensado en mí es para que yo viva para Ti, hable de Ti, acerque a los hombres a Ti. Si fuiste misericordioso con Pedro, estoy seguro de que lo serás conmigo. Perdonarás mis cobardías y traiciones. No te pido que me hagas perfecto. Te pido solo que me ayudes a amarte hasta el final. Sí, Señor, Tú sabes que te quiero.


Unas lágrimas de niño emocionado corren por las mejillas del nuevo Papa mientras se ajusta la estola roja. El “soliloquio de las lágrimas” le ha liberado de un peso excesivo para sus débiles hombros. Se dirige al balcón de la logia con paso decidido. Los ceremonieros se sorprenden de esa ligereza. Cae la noche sobre Roma.

martes, 6 de mayo de 2025

Más allá de la noria


Llueve, sale el sol, vuelve a llover, baja la temperatura, sube ligeramente… En estos primeros días del mes de mayo el tiempo parece una noria que no para de dar vueltas. Algo parecido está sucediendo con las noticias que llegan de Roma. Según los periódicos que uno lea, los papables son unos u otros. Hay nombres comunes, pero se suele poner más el acento en lo que los periodistas desean que suceda que en lo que de hecho puede suceder, cosa que, por otra parte, nadie sabe. No hay encuestas que puedan deshacer esta incertidumbre. 

Y esto es precisamente lo que atrae a muchas personas que ni siquiera pertenecen a la Iglesia: el caos que precede al orden, la imposibilidad de reducir todo a cálculos humanos. En tiempos en los que aspiramos a programar y controlar todo, nos sentimos seducidos por lo incontrolable. Los creyentes hablamos de la misteriosa acción del Espíritu Santo en la conciencia de los electores. Los no creyentes hablan del azar y la necesidad.


Mañana comienza el cónclave. La Capilla Sixtina se puede cerrar “con llave” (que eso es lo que significa cónclave), pero el Espíritu Santo es un insumiso. No hay llave que pueda encerrarlo. No me gustaría estar en la piel de los 133 electores. Y mucho menos en la de quien resulte elegido tras varios -¿cuántos?- escrutinios. Hay algo de sobrehumano en este procedimiento. La escenografía renacentista refuerza y embellece la solemnidad de un acto que ya de por sí resulta tremendo y fascinante. 

He leído que hay casi 7.000 periodistas acreditados para cubrir la información de los acontecimientos de los próximos días. Imagino que las redacciones de los medios de comunicación estarán preparando las biografías de los más papables de los papables para lanzar la del elegido en cuanto asome el humo blanco por la pequeña chimenea. 

A diferencia de lo que sucedió en marzo de 2013, esta vez no podré estar en la plaza de san Pedro para ser testigo de uno de esos momentos que se quedan guardados en la memoria. Procuraré seguirlo por televisión o por internet. Preveo que tendremos que incluirlo en el programa del retiro que comenzaremos el viernes 9 por la tarde con un grupo de amigos de este Rincón.


Tomando un poco de distancia del ruido mediático, me pregunto de qué manera afecta la elección de un Papa a nuestra vida cotidiana. No creo que ninguno de nosotros vaya a cambiar sus hábitos de vida una vez que conozcamos quién es el 267 sucesor de san Pedro. Seguiremos pensando, sintiendo y actuando como venimos haciéndolo hasta ahora. Y, sin embargo, aunque apenas nos demos cuenta, el estilo de vida y el magisterio de cada Papa nos influyen más de lo que a primera vista pudiera parecer. 

A veces nos llegan de forma directa; la mayoría, a través de la liturgia, de las prácticas diocesanas y parroquiales, de los libros que leemos, del lenguaje que se privilegia y, en general, de la atmósfera eclesial que se crea en cada pontificado. Los papas no ejercen solo su liderazgo a base de documentos y nombramientos -como se decía tradicionalmente-, sino también mediante una nueva gestualidad que, en tiempos digitales, llega hasta los más recónditos lugares del mundo. Quizás por eso tenemos tanta curiosidad por saber quién será esa persona que nos va a pastorear en los próximos años. Mientras tanto, oremos “más allá de la noria”.


lunes, 5 de mayo de 2025

Intra omnes


En las últimas semanas casi todos hemos obtenido un B1 en Vaticanología. Los medios nos han inundado con explicaciones de todo tipo sobre lo que estaba sucediendo en el Vaticano. Ahora ya sabemos qué significa sede vacante, qué son los novendiales (nueve días de luto y oración por la muerte del Papa) y cómo se organiza un cónclave. Sabemos también que el próximo miércoles 7 de mayo por la tarde, una vez que todos los cardenales hayan entrado en la Capilla Sixtina, el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, antes de cerrar las puertas, pronunciará el famoso “extra omnes” (todos fuera). Tendremos oportunidad de refrescar nuestros conocimientos del latín. 

A partir de ese cierre físico y simbólico, no sabremos lo que sucederá dentro de uno de los espacios más sugestivos y sobrecogedores del mundo. Bajo la atenta mirada de los personajes que aparecen en el Juicio Final de Miguel Ángel y, en definitiva, de Dios mismo, los cardenales electores, tras un discernimiento ponderado, elegirán al nuevo sucesor de Pedro. Solo las famosas “fumatas” nos irán diciendo si el candidato ha alcanzado los dos tercios requeridos o no. Ese “semáforo vaticano” no juega con luces verdes, amarillas y rojas, sino con humo negro (en el caso de no alcanzar la mayoría) o blanco (en el caso de lograrla). ¿Cuándo será ese momento? Quizás a lo largo del viernes 9, pero no hay nadie que pueda saberlo con certeza.


Un grupo de católicos italianos (26 en concreto) han difundido un escrito que juega con el famoso extra omnes. Ellos han sustituido la palabra “extra” (fuera) por el término “intra” (dentro). Su carta colectiva a 26 voces se titula Intra omnes (todos dentro). Aunque canónicamente a la Capilla Sixtina solo puedan entrar los cardenales electores y algunos ayudantes bajo juramento de secreto, simbólicamente todos los cristianos podemos/debemos entrar, aunque solo sea por la aplicación del clásico principio: Quod omnes tangit, ab omnibus tractari et adprobari debet (Lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos).

Estoy convencido de que en el futuro la Iglesia irá arbitrando modos más participativos de elegir al Papa. Por el momento, esta responsabilidad recae sobre los cardenales menores de 80 años. Este colegio formado en la actualidad por 135 varones (aunque solo 133 entrarán en el cónclave), provenientes de muchos países, nos representa simbólicamente a todos, aun cuando no se pueda hablar de “representantes” en sentido canónico. El “intra omnes” significa que todos los católicos asumimos la tarea de suplicar al Espíritu Santo el don del discernimiento para nuestros hermanos cardenales, de compartir nuestros puntos de vista sobre lo que nos parece más necesario en este momento de la Iglesia y de aceptar con responsable obediencia el resultado final del discernimiento. No se trata de suspirar por que sea elegido un Papa de mi cuerda, según mis gustos, sino de asegurar que se siga un proceso electivo honrado, espiritual y limpio.


En los últimos siglos la Iglesia ha procurado defenderse de las injerencias de los poderes políticos, económicos y mediáticos para asegurar su libertad (de ahí el “extra omnes”). En las próximas décadas es deseable que imagine nuevos modos de elección para favorecer de alguna manera la participación de todos los miembros de la Iglesia (de ahí el “intra omnes”).

Mientras llega ese momento en el que varones y mujeres, clérigos y laicos, puedan compartir esa responsabilidad, podemos entrar espiritualmente en la Capilla Sixtina para acompañar con nuestra oración y nuestros criterios a nuestros hermanos cardenales. Estaremos también atentos a otra expresión latina que resonará desde el balcón de la basílica vaticana, quizás el viernes 9: “Habemus papam”. Con un poco de suerte, terminaremos este mes de mayo con un C1 en Vaticanología.


domingo, 4 de mayo de 2025

Un tríptico junto al lago


El evangelio de este III Domingo de Pascua es largo, hermoso y muy simbólico. A mí me recuerda a esos trípticos detallistas y llenos de colorido de la escuela flamenca. Si lo leyéramos desde esta clave, veríamos tres tablas. La primera está centrada en la pesca en el lago de Tiberíades; la segunda, en el almuerzo en la playa; la tercera, en el diálogo de Jesús con Pedro. 

Merece la pena explorarlas con detalle y, sobre todo, contemplarlas desde nuestra situación actual. Cada uno de nosotros somos ese “discípulo amado” que está llamado a reconocer al Señor en el tríptico de Tiberíades.


Primera tabla: la pesca en el lago

En la escena aparecen siete discípulos: Pedro, Tomás, Natanael, Juan, Santiago y otros dos anónimos. ¡Ojo al número 7! Está amaneciendo después de una noche de pesca infructuosa. Jesús se presenta en la orilla del lago. En el recuento joánico, es la tercera vez que se aparece como resucitado. ¡Ojo al número 3! 

No lo reconocen. Les pide pescado. Como tienen nada, les sugiere que echen la red a la derecha de la barca. Se llena de tal manera que “no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces”. El recuento arroja una cifra misteriosa. ¡Ojo al número 153! El discípulo amado le confiesa a Pedro que ese misterioso peregrino “es el Señor”. Primera confesión de fe individual.


Segunda tabla: el almuerzo en la playa

Mientras ellos regresan Jesús ha preparado fuego. Asan algunos peces y comparten el pan. Jesús los invita a almorzar y les reparte el pan y el pescado. Momento de comensalidad que prosigue la cadena de comidas de Jesús. 

Nadie pregunta nada porque “todos sabían bien que era el Señor”. Segunda confesión (silenciosa) de fe comunitaria.


Tercera tabla: el diálogo de sobremesa

Mientras quizá los demás dormitan un poco, Jesús se pone a hablar con Pedro. Con ligeras variantes, le hace por tres veces la misma pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. ¡Ojo de nuevo al número 3! La triple respuesta de Pedro es sincera y contundente: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Imposible no acordarse de la triple negación antes de la muerte de Jesús. Tercera confesión de fe/amor de Pedro como representante de todos. 

Jesús le confía a Pedro la misión de apacentar/pastorear a las ovejas y corderos. No le exige ninguna cualidad especial y ningún entrenamiento. Lo que cuenta es el amor incondicional. Eso sí: le advierte que el ministerio de pastor comporta guiar y dejarse guiar. Y de nuevo la misma llamada que al principio de esta historia de amor/seguimiento: “Sígueme”.


Estamos viviendo días de discernimiento eclesial. Tras la muerte del papa Francisco, la Iglesia busca un nuevo sucesor de Pedro. Los periódicos hablan del perfil ideal del nuevo pastor. Seguramente también los cardenales están haciendo algo parecido en sus reuniones. 

En este contexto resuena la voz de Jesús. La única pregunta decisiva sigue siendo: “¿Me amas?”. La misión de pastorear a la comunidad se fundamenta en un inquebrantable amor a Jesucristo. Sin él, todas las demás cualidades sirven muy poco. Solo quien ama reconoce al Señor en el claroscuro del alba, se fía de su palabra para lanzar la red “a la derecha de la barca” y comparte el almuerzo con sus hermanos. Todo verdadero pastor que quiera conducir a la comunidad “en nombre de Jesús” tienen que aprender a guiar con la fuerza del amor, pero también con la humildad de quien “se deja guiar”. 

El liderazgo cristiano se parece muy poco al que predomina en el mundo. Ya lo había anticipado Jesús: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo” (Mt 20,25-27).

El tríptico de Tiberíades se convierte en un espejo en el que podemos mirarnos para saber cómo afrontar este desafiante momento de la Iglesia. Lo que importa es que, en medio de todas las contradicciones, sepamos descubrir, como nuevos discípulos amados, la presencia misteriosa del Señor resucitado.







sábado, 3 de mayo de 2025

Cristianos incómodos


Muchos de mis amigos están de puente. Yo me he quedado en Madrid. La tranquilidad de estos cuatro primeros días de mayo me está permitiendo rematar trabajos pendientes. Mientras buscaba información sobre un asunto, me he topado por casualidad con una volcánica entrevista hecha al filósofo anarcocristiano Carlos Díaz, a quien he saludado en varias ocasiones, pero con quien, a diferencia de algunos de mis compañeros claretianos,  no he tenido ningún trato personal. Se siente tan identificado con el pensamiento personalista de Emmanuel Mounier que hasta le gustaría llamarse Carlos Díaz Mounier. 

Carlos, que ha cumplido ya 80 años, es de una fecundidad literaria casi inabarcable. De sus alrededor de 400 libros, creo que solo he leído Contra Prometeo (1980), La juventud a examen (1982) y Sabiduría y locura. El cristianismo como lúcida ingenuidad (1984). Hace muchos años que le había perdido la pista. Ya no se prodiga en los medios de comunicación. Él mismo dice con amargura que es un autor silenciado o evaporado. En un momento dado de la entrevista, se refiere al sacerdote Marcelino Legido (1935-2016), una figura singular dentro del clero español de las últimas décadas. Aunaba una rigurosa formación filológica, filosófica y teológica con una profunda espiritualidad cristocéntrica y un gran sentido pastoral.


No pensaba escribir sobre ninguna de estas figuras, pero me han saltado como “apariciones” pascuales. Me alegro mucho porque en ambos casos se trata de cristianos lúcidos, críticos y muy comprometidos, de esos que con su testimonio y su palabra desenmascaran la reducción burguesa a la que a menudo hemos sometido el evangelio. 

Hoy vivimos otros tiempos, no sé si mejores o peores. Lo que me parece evidente es que muchos de quienes hoy lideran la animación de nuestras comunidades carecen del vigor intelectual, espiritual y social que se descubre en creyentes como Carlos Díaz (laico) y Marcelino Legido (sacerdote). 

La espiritualidad de El Corte Inglés, por llamarla de alguna manera, ha ido reduciendo la fe a una especie de analgésico para hacer más llevaderos los sinsabores de nuestra vida burguesa. Hoy podemos leer el evangelio sin modificar lo más mínimo nuestros hábitos consumistas y sin rebelarnos contra un estado cada vez más invasivo y una sociedad digitalizada que nos controla hasta los últimos movimientos. La espiritualidad que debería nutrir la llamada a la insubordinación acaba siendo una especie de placentero sedante envuelto en un esteticismo vacío. Nos cuesta entender por qué mataron a Cristo y por qué la historia de la Iglesia está regada con sangre de mártires.


Creo que a todos nos conviene de vez en cuando acercarnos a la biografía de hombres y mujeres de ayer y de hoy que no se han resignado a lo que somos y tenemos, que se han tomado en serio la fe en Jesús, que se han sentido “incómodos” miembros de la Iglesia. La mayoría de ellos son un poco exagerados, hasta desequilibrados, pero imprescindibles. Gracias a Dios, en cada generación podemos encontrar algunos testigos que nos remueven por dentro y que nos despiertan de la modorra intelectual, espiritual y pastoral. 

¡Ojalá estos días que preceden a la elección de un nuevo papa no nos dejemos marear por las especulaciones periodísticas y nos preguntemos qué estamos haciendo con nuestra fe! Si todo encaja a la perfección, si podemos seguir yendo a misa el domingo y mirando para otro lado cuando vemos una injusticia, si debatimos acerca de la necesidad de un Papa conservador o liberal y luego acomodamos la moral a nuestras necesidades... entonces tal vez deberíamos preguntarnos si no nos hemos fabricado un Dios a nuestra imagen y semejanza y una espiritualidad prêt-à-porter.


viernes, 2 de mayo de 2025

El principio Gamaliel


La pasada noche ha sido tormentosa. Desde mi cama oía los truenos y la fuerte lluvia que caían sobre Madrid. Hoy, fiesta de la comunidad autónoma, se prevé pasado por agua, aunque con algunos intervalos de sol. La temperatura es suave. En medio de la tormenta meteorológica y de la tormenta mediática que rodea al próximo cónclave, la primera lectura de la misa de hoy nos ofrece un criterio de discernimiento que es útil para este caso y también para afrontar la proliferación de grupos cristianos de diverso signo que reivindican ser los intérpretes seguros del evangelio. 

La experiencia nos dice que a menudo líderes y grupos que se presentan como adalides de la ortodoxia, que tienen un gran tirón inicial, esconden turbios intereses y son nido de manipulaciones y abusos. No hay que pensar solo en el Sodalicio de Vida Cristiana recientemente suprimido por la Santa Sede. Por eso, no conviene precipitar el juicio. Desde los primeros compases de la historia de la Iglesia se ha dado mucha importancia al “principio Gamaliel”; es decir, al criterio que este prudente fariseo, doctor de la ley, ofreció a los miembros del sanedrín judío en relación con los cristianos. Los Hechos de los Apóstoles lo resumen con estas palabras: “No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios”.


En la exhortación apostólica Evangelii gaudium el papa Francisco formula cuatro principios que nos ayudan a discernir la compleja realidad actual. Uno de ellos se formula así: “El tiempo es superior al espacio” (nn. 222-225). Lo explica con estas palabras: “Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo”. 

A veces, emitimos juicios rápidos sobre personas e instituciones sin esperar un tiempo prudente para ver cómo evolucionan. Otras queremos recoger frutos inmediatos de nuestra siembra pastoral sin tener la paciencia del labrador que sabe aguardar el tiempo oportuno. Hay que saber esperar para que el paso del tiempo vaya cribando lo verdadero de lo falso, lo aparente de lo consistente, lo popular de lo auténtico. La Iglesia aplica este principio a muchas situaciones. Por eso se dice que, a diferencia de otros grupos humanos, mide el tiempo por siglos, no por días o por años. Puede tomar decisiones equivocadas, pero, por lo general, tiene la flexibilidad suficiente para andar sobre sus pasos. Por eso, con la ayuda del Espíritu Santo, sigue más viva que nunca después de veinte siglos. Esto no lo entienden quienes llevan certificando su defunción desde hace mucho tiempo.


El “principio Gamaliel” es útil también para la educación de los hijos, el acompañamiento de grupos y comunidades, los frutos del camino sinodal de la Iglesia, etc. Muchos padres y pastores quisieran que los cambios se produjeran automáticamente a golpe de órdenes y decretos, pero la vida no funciona así. Todo verdadero crecimiento exige tiempo y paciencia. La carta de Santiago lo resume así: “Por tanto, hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca” (Sant 5,8). 

Es muy probable que el paso de una cultura agrícola y rural (acostumbrada a la espera paciente) a otra industrial y urbana (acelerada y productivista) nos haya ido incapacitando para vivir sin ansiedad y para acompañar con sabiduría los procesos de crecimiento personales, familiares e institucionales. En tiempos en que los medios de comunicación digitales quieren que todo se produzca al instante, el “principio Gamaliel” es más necesario que nunca.



jueves, 1 de mayo de 2025

Agua de mayo


Mayo comienza con el cielo nublado y una lluvia suave. Despedimos abril con los ecos de la muerte del papa Francisco. Hacia el final de la segunda semana de mayo tendremos probablemente un nuevo Papa. Desde el punto de vista mediático, se está produciendo un fenómeno curioso. Tras los panegíricos quizá excesivos de los primeros días (como los que suele publicar la página Religión Digital), están apareciendo artículos cada vez más críticos sobre el papado de Francisco, tanto en los medios generalistas como en las publicaciones católicas. O, por lo menos, más neutrales, como el que escribe el obispo estadounidense Robert Barron titulado Francis in Full (algo así como Francisco al completo). 

Algo parecido sucede con los papables del próximo cónclave. Los medios están hinchando y luego desinflando nombres como Parolin, Tagle, Zuppi, Aveline, Pizzaballa, Erdo, Arborelius, Grech, Ranjith, Ambongo, Prevost o Dolan. Todo esto pertenece a estrategias comunicativas y, en algunos casos, a verdaderas campañas de ensalzamiento o desprestigio que persiguen intereses corporativos de signo opuesto. También muchos no católicos hacen sus apuestas. Esperemos que el precónclave largo preparare un cónclave corto. 

En cualquier caso, la vida de la Iglesia sigue adelante. Nadie duda del significado del “ministerio petrino” y del estilo que cada Papa le imprime, pero, aun siendo esto importante, no tiene por qué condicionar en exceso la vida de fe de las personas y comunidades. Si pudimos creer con Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, podremos seguir haciéndolo con el próximo Papa. Me parece un poco infantil hacer depender la vida de la Iglesia del perfil del Papa de turno.


El Papa es elegido por el colegio de cardenales electores, no por el Espíritu Santo. Cuando invocamos durante estos días al Espíritu no es para que sustituya “mecánicamente” a los cardenales, sino para que les dé el don del discernimiento, de forma que puedan elegir a la persona que mejor contribuya a pastorear la Iglesia universal en este momento. Eso no significa que el elegido tenga que ser el más santo, el más inteligente, el mejor teólogo, el mejor pastor, el mejor organizador, el más políglota o el más comprometido con los pobres. 

En cualquier caso, tiene que ser alguien enamorado de Cristo y servidor de su Iglesia. La pregunta que Jesús le formula a Pedro después de la resurrección no es si ha hecho una terapia de rehabilitación tras su huida o si ha realizado un curso de liderazgo, sino si lo ama de verdad.

Este enfoque puede sonar demasiado simplista, pero pone el acento en lo esencial: el amor. Todas las demás cualidades pueden ayudar a ejercer el ministerio petrino si están ancladas en ese amor incondicional a Jesús, que es el verdadero centro. Por otra parte, el ejercicio fiel y eficaz de la responsabilidad del sucesor de Pedro pasa también por el nombramiento de buenos colaboradores. 

Hoy, en una Iglesia tan grande y multicultural, es impensable ejercer el ministerio de forma personalista, por más que el Código de Derecho Canónico siga centrando todo en la figura del Papa: “El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente” (c. 331).


El 1 de mayo está ligado también a la figura de san José obrero, al Día Internacional de los Trabajadores, al comienzo del “mes de María” en algunas regiones del mundo y este año al comienzo de un largo puente que muchos aprovecharán para salir de sus residencias habituales. Necesitamos desconectar porque el ritmo laboral es para muchos trabajadores bastante insatisfactorio. 

No es fácil encontrar personas que estén contentas con su trabajo. Casi siempre algo funciona mal: el ambiente con los compañeros y jefes, la remuneración económica, la salvaguarda de los derechos, la realización de las expectativas, la conciliación con la vida familiar, etc. En pocas empresas se logra una combinación equilibrada de todos estos elementos. Por otra parte, no es fácil alcanzarla en un contexto social en el que la productividad se suele colocar casi siempre por encima de la persona, pero este es otro cantar.