domingo, 8 de mayo de 2022

Es domingo y hace sol


Escribo esta entrada en el aeropuerto de Frankfurt. Estoy asombrado de que tengamos una temperatura de 25 grados. Parece que hubiera llegado ya el verano. Veo a mucha gente danzando de un sitio para otro. No en vano este es, según datos de 2019 (el año anterior a la pandemia), el cuarto aeropuerto más transitado de Europa, después de Londres-Heathrow, París-Charles de Gaulle y Amsterdam-Schiphol. Le sigue Madrid-Barajas. 

La compañía Lufthansa me ofrece 250 euros si renuncio a mi vuelo y acepto embarcar en otro esta misma noche o mañana por la mañana. Declino el ofrecimiento porque voy con el tiempo justo. Veo que hay algunos pasajeros que se aprovechan de la oferta. Está claro que estamos entrado en temporada alta. Los controles no son tan estrictos como el año pasado.


El Evangelio de este IV Domingo de Pascua es escueto. Me quedo con la última afirmación de Jesús: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10.30). Hoy no suelen abundar los comentarios sobre una frase tan provocativa. Lo primero que dicen los exégetas es que no es atribuible a Jesús. Le cargan el muerto al autor del cuarto Evangelio o algún redactor posterior. Y se quedan tan frescos. 

Admiro la crítica textual, pero casi nunca nos lleva demasiado lejos. Se parece a esos niños que desarman con avidez un juguete y luego no saben qué hacer con las piezas. Lo que necesitamos es saber qué tiene que ver esa frase con nosotros, en qué nos afecta, qué cambiaría si corriera en otra dirección. ¿Qué relación se establece entre Dios Padre y Jesús?


La frase no está lejos de aquella otra dirigida al apóstol Felipe: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,19). Más allá de lo que nos diga la crítica textual, lo que está en juego es la verdadera identidad de Jesús. Este asunto no puede depender de un manojo de palabras en griego de procedencia incierta. La fe de la Iglesia es clara. Jesús no es solo un hombre singular que ha tenido una experiencia intensa de Dios. En él se manifiesta el Dios escondido. Él es el Hijo de Dios. A nuestros contemporáneos les resulta increíble que pueda suceder algo así, pero precisamente en esa dificultad para creer algo que desborda nuestra razón reside el carácter insólito de Jesús y su fuerza salvadora. Si el cristianismo renunciara a esta confesión perdería su razón de ser.

Varios amigos me han enviado felicitaciones con motivo del Domingo del Buen Pastor que tradicionalmente se celebra en este IV Domingo de Pascua. Desde aquí les doy las gracias de corazón. No es fácil ser hoy pastor “según el corazón de Dios”. Pidamos que el Señor nos los conceda con abundancia.


sábado, 7 de mayo de 2022

Encuentros que marcan


Dentro de ocho horas regresaré a Madrid. Han sido dos semanas intensas por tierras polacas y alemanas. Aquí llegan con más fuerza los ecos de la guerra en Ucrania, aunque a medida que pasa el tiempo parece que nos vamos acostumbrando a lo inevitable. No podemos vivir sobresaltados a todas horas. Cuando comparo mi espléndido refugio bávaro con los sótanos en los que se apilan muchos ucranianos siento vergüenza. Nunca entenderemos por qué unos vivimos bien y otros sobreviven a duras penas.

No olvido que hoy, 7 de mayo, es el 72 aniversario de la canonización de san Antonio María Claret y el 49 de la muerte de Arcadio María Larraona Saralegi, el primer cardenal claretiano, un navarro de pro que pasó casi toda su vida en Roma. Aunque no soy un nostálgico de la historia, creo que no podemos olvidar a las personas que, de una manera u otra, han marcado nuestro camino. En mi caso, es evidente que sin Claret yo no sería quien soy. Nunca entenderemos bien por qué se producen en la vida ciertos encuentros que cambian nuestra trayectoria.


Hay varios modos de interpretar la película de nuestra vida. Uno de los más fecundos es hacerlo a partir de los encuentros que la han marcado. A lo largo de los años nos encontramos con muchas personas. La mayoría pasan por nosotros sin dejar rastro visible. Puede que hayamos tenido un trato cordial e incluso asiduo, pero eso no significa que nos hayan “marcado”. Otras, por el contrario, aunque solo las hayamos visto una vez, han dejado un trazo indeleble. 

A principio de los años 90 escribí, solo para mi uso, una galería con los nombres de 33 personas que me habían marcado hasta ese momento. Ahora he planeado escribir otra con los 33 nombres (o más) de los últimos 30 años. Quizá me aproxime a las 100 personas. En ese número no cuento a las personas famosas con las cuales me he “encontrado” a través del estudio o de la lectura. Solo incluyo a hombres y mujeres de carne y hueso con los que me he encontrado físicamente. Me sorprendo al comprobar que en la lista apenas hay algún personaje famoso. Las personas que más me han “marcado” están muy alejadas del brillo mediático.


Siempre me he preguntado por qué algunas personas provocan en nosotros un cosquilleo interior que en ocasiones se parece al enamoramiento, pero que en la mayoría de los casos tiene que ver con la fuerza de la autenticidad. Cuando alguien se muestra como es, sin los filtros de la buena educación o los convencionalismos sociales, entonces se produce el milagro del encuentro. La autenticidad llama a la autenticidad. Y más en tiempos como los actuales en los que la impostura se ha convertido en un juego socialmente aceptado.

En el fondo, somos los que las personas que nos han marcado nos han enseñado a ser. Por nuestro río interior fluyen las aguas de muchos arroyos que las han vertido en nuestro cauce a lo largo del tiempo. Ya no podemos distinguirlas con precisión porque se han fundido con otras, pero eso no significa que no sigan presentes. Hoy, en el recuerdo de Claret, doy gracias a Dios por las personas (vivas o difuntas) que han “marcado” mi vida y hacia las cuales nutro una profunda gratitud. Parafraseando la frase de Ortega y Gasset, podría decir que “yo soy yo y mis amigos”. Infinitas gracias.

viernes, 6 de mayo de 2022

Tiempo de callar


Fue una coincidencia. Ayer abrí el blog a eso de las 3 de la tarde y me encontré con que el contador de visitas registraba un número capicúa: 739.937. Tomé nota. Son muchas las personas que se acercan diariamente a este Rincón. Mis visitas no se cuentan. Si no, se alteraría el significado de los números.

La de hoy hace la entrada número 1.992. Faltan ya solo ocho para llegar a las 2.000. Cuando alcance esta cifra redonda dejaré de escribir, pero no cerraré el blog. Creo que es bueno hacer una pausa. Yo la necesito y muchos lectores la estarán deseando. Las actividades previstas para el mes de junio no me van a permitir atender diariamente mi cita con los lectores. Pondré el cartelito de Cerrado por vacaciones (quiero decir, por mutaciones).


Por otra parte, seis años escribiendo y leyendo casi todos los días el mismo Rincón puede hacerse pesado. Esperemos que la interrupción me ayude a descubrir nuevos modos y perspectivas. Hoy la gente se inclina más por Tik-Tok, Youtube y otras plataformas, por mensajes audiovisuales, breves, incisivos y a menudo un tanto insustanciales. Cada vez se hace más cuesta arriba leer un articulito de 500 palabras. Vivimos en la cultura de la velocidad y la superficialidad.

O quizás es mejor callar. No es necesario estar todo el tiempo hablando y escribiendo. Como dice el Eclesiastés, “hay tiempo de hablar y tiempo de callar” (Ecle 4,7). En el silencio maduran las cosas importantes. Veremos lo que depara el paso del tiempo.


Hoy viernes termino mi taller en Weissenhorn. No ha resultado exactamente como había programado, pero puede que haya sido más provechoso. Nunca antes había vivido una experiencia de placentera reclusión como esta. Me gusta mucho estar con la gente, pero también disfruto con la soledad. Cada cosa a su tiempo. Hoy ha amanecido con lluvia primaveral. 

Mientras organizo mi viaje a Frankfurt y mi regreso a Madrid pienso que, si todos tuviéramos al año tres o cuatro días para pararnos, reflexionar sobre lo que estamos viviendo, compartirlo con otros y tomar alguna resolución de futuro, seguramente todo iría mucho mejor. 

Pero, por desgracia, no es fácil. A menudo no se dan las condiciones externas (tiempo, lugar, recursos económicos, etc.), pero con más frecuencia nos faltan las disposiciones internas (pereza, apatía, miedo, etc.). Internet nos brinda muchas posibilidades de hacer encuentros online. Aunque no tienen la fuerza de los presenciales, pueden suplir algunos de sus objetivos.


En Alemania he revivido el valor de la “dulce rutina”. Acostumbrado a ir de un lugar a otro, encontrarme con gentes diversas y realizar actividades variadas, durante esta semana he disfrutado del silencio, la soledad y la repetición cadenciosa de acciones sencillas. 

Por las tres ventanas de mi amplia habitación veía los tejados de las casas vecinas y, a lo lejos, un bosquecillo que rodea los campos de cultivo. Sobre el verde del trigo, divisaba las manchas amarillas de los sembrados de colza. Como en Alemania no suele haber persianas en las ventanas, me entraba la luz desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la tarde. Podría decir que las noches se me han hecho cortas. No he necesitado reloj. El ciclo natural  luz-oscuridad ha sido mi referencia. Con él he recordado una lección necesaria para la vida: tras la noche, viene siempre el amanecer. Nunca hay que perder la esperanza.



jueves, 5 de mayo de 2022

Líderes tranquilos


No vi ayer el partido del Real Madrid contra el Manchester City, pero los entendidos dicen que no es fácilmente explicable una remontada épica (otra más) como la que se vivió anoche en el Bernabéu. Parece que el vídeo energético que Ancelotti le puso a la plantilla antes del encuentro y la llamada “magia de Bernabéu” surtieron efecto. El vídeo recogía otras remontadas gloriosas del equipo en la actual temporada. El caso es que, sea como fuere, el 28 de mayo el Real Madrid disputará la final de la Champions League contra el Liverpool en París. Aunque el mérito principal recae en los jugadores, que son quienes sudan la camiseta, alguno tendrá también su técnico sesentón. 

Con un discurso menos épico pero bien trabado, me sorprendió también el tono y el contenido de la intervención de Alberto Núñez Feijoo en un acto organizado por el periódico El Debate. Frente a la política espectáculo, el líder gallego del PP apostó por el cambio tranquilo y por la gestión persuasiva. Reivindicó su edad y su trayectoria política como avales para ser el próximo presidente del gobierno español si gana las elecciones generales. 

Parece que está pasando la moda de los políticos jovencísimos, apuestos  e inexpertos. Varios se han quemado en poquísimo tiempo, desde Pablo Iglesias a Pablo Casado pasando por Albert Rivera, etc. A casi todos les gustaba lanzar cohetes, pero ya se sabe que, en el caso de los fuegos artificiales, tras el resplandor inicial, en poco tiempo no queda nada. Los restos se precipitan al suelo.


Me parece que tanto el italiano Carlo Ancelotti como el gallego Alberto Núñez Feijoo son, cada uno a su modo, dos líderes tranquilos. Ambos frisan la sesentena. Ya no tienen necesidad, como los líderes jóvenes, de llamar la atención y venderse a cualquier precio para ser famosos. Ambos son bien conocidos y han demostrado de lo que son capaces en sus respectivos campos, aunque, como es natural, no sean del gusto de todos. No los traigo a colación como modelos de nada, sino por el mero hecho de que, en una sociedad que ensalza lo juvenil hasta el paroxismo, ambos reivindican el papel de las personas maduras en funciones de liderazgo. Uno es entrenador de fútbol al máximo nivel (con cinco ligas ganadas en diferentes países) y otro es un político autonómico (con tres mayorías consecutivas en Galicia) que aspira a ser presidente del gobierno central.

Creo que en los últimos años hemos pagado el precio de un excesivo rejuvenecimiento en la política. Líderes que apenas sobrepasaban la treintena, con poca o nula experiencia de gestión, han saltado en poco tiempo al primer plano de la política y con igual premura han desaparecido o están a punto de hacerlo. Su osadía no estaba al mismo nivel que su preparación y su experiencia. No basta con ser. Hay que saber estar y resistir. Un buen liderazgo no se nutre solo de cualidades sobresalientes y mucho menos de operaciones mediáticas y algunas performances espectaculares. Por lo general, estos líderes artificiales son flor de un día. 

Los buenos líderes, como el buen vino, necesitan tiempo para envejecer y madurar. Hay vinos jóvenes (en torno a un año de conservación) y vinos crianza (entre cuatro y cinco años), reserva (entro ocho y diez años) y gran reserva (quince años o más). Me parece que, tras los numerosos experimentos fallidos con políticos “jóvenes” (sin apenas experiencia), ha llegado el momento de descorchar algunos políticos “reserva” o “gran reserva” que ayuden a poner templanza y buen gusto en un panorama político convulso y avinagrado. Es hora de recuperar figuras que fueron orilladas en los últimos años y que pueden aportar una gran contribución a la vida social desde la competencia, la experiencia, la integridad y la serenidad. No es poca cosa en los tiempos que corren. Nos libraríamos de muchas torpezas que hemos pagado caro.


La apariencia física y la fotogenia suelen decrecer con la edad. La sabiduría y la templanza suelen aumentar. No creo que ahora necesitemos productos de mercadotecnia, sino personas (hombres o mujeres) sabias y templadas, como lo fue Angela Merkel en Alemania o como lo es ahora Mario Draghi en Italia. Para tiempos movidos, necesitamos líderes tranquilos. De agitar las masas y luego manipularlas y desencantarlas ya se encargan algunos cantamañanas. 

miércoles, 4 de mayo de 2022

La vida desde la ventana


Llevo un par de días recluido sin salir de mi habitación, aunque conectado a través de Zoom con las personas a las que estoy acompañando en un taller sobre liderazgo. Veo el mundo a través de cuatro ventanas: las tres de mi amplia habitación bávara y la ventana digital de Internet. No sé cuánto tiempo podría resistir así, pero caigo en la cuenta de que estoy cómodo. No se me caen las paredes encima. Consigo organizar bien las distintas horas del día, hasta el punto de que siempre estoy ocupado. 

Cuando tengo algo de tiempo libre, hago un recorrido por los periódicos digitales para mantenerme informado. O manipulado, que uno no sabe bien con qué carta quedarse. Siempre albergo la secreta esperanza de que algunas cabeceras famosas digan lo contrario de lo que intuyo que van a decir, pero casi nunca acierto. Con frecuencia, los periódicos son más fieles a su ideología y a sus intereses corporativos que a la desnuda realidad y a la inteligencia de sus lectores.


De entre las muchas noticias, espigo una “secundaria” (aunque para mí mucho más interesante que las referidas a los amoríos, casorios y divorcios de los famosos) que me ha llamado la atención. Se está celebrando estos días en Madrid un congreso para conmemorar el centenario de la publicación de una de las obras más conocidas del filósofo José Ortega y Gasset (1983-1955). Me refiero a La España invertebrada, publicada por primera vez con gran éxito en mayo de 1922, cuando España todavía arrastraba el pesimismo de la generación de 1898

“Un pueblo –escribió Ortega y Gasset en esa obra memorable– vive de lo mismo que le dio la vida: la aspiración. Para mantenerlo unido es preciso tener siempre ante sus ojos un proyecto sugestivo de vida en común. Solo grandes, audaces empresas despiertan los profundos instintos vitales de las grandes masas humanas. No el pasado, sino el futuro; no la tradición, sino el afán”. Estas palabras de Ortega, a quien en mis tiempos de estudiante leí con fruición y de quien tal vez he heredado la afición a la escritura, siguen inspirándonos hoy. Cuando contemplo la realidad española (y la europea), veo la ingente cantidad de energía intelectual y emocional que gastamos en reinterpretar una y otra vez el pasado (a veces como arma arrojadiza) cuando lo que nos daría alas sería imaginar el futuro. Solo los ancianos se fijan más en el pasado que en el porvenir. Los jóvenes tienen su patria en el futuro. Lo pienso cuando veo desde mi ventana a los niños y adolescentes que acuden a este centro de Weissenhorn con sus mochilas de colores a las 7 de la mañana.


Si soy sincero, a mí ni se me pasa por la cabeza añorar las grandezas del reino de Castilla por más que haya nacido en una tierra que perteneció a ese antiguo reino medieval. Tampoco me entusiasma revivir la Corona de Castilla o la España imperial de los siglos posteriores. Aprecio la historia, me gusta saber de dónde venimos, recojo algunas claves y tradiciones, pero enseguida miro al presente y al futuro. No tiene mucho sentido que idealice el Toledo de las tres culturas (cristiana, judía y musulmana), por ejemplo, cuando lo que importa es cómo vamos a construir ahora una España y una Europa verdaderamente interculturales. Concentro mis fuerzas en imaginar “un proyecto sugestivo de vida en común” dentro de la pluralidad antes de que los nostálgicos de turno pretendan regresar a un imposible pasado o los nacionalistas de todo pelaje aspiren a proyectos sectoriales, excluyentes y, en el fondo, anacrónicos.

A Europa le pesa demasiado su historia. En vez de vivirla como un trampolín, la vive como un lastre. Mientras los Estados Unidos (hace décadas) y China, India y algunos países islámicos (hoy) imaginan un mundo diferente y se preparan para él, Europa se dedica a dar vueltas a la noria de su esplendoroso (y conflictivo) pasado y a disfrutar de su relativo bienestar. Se enreda en el ovillo de las mil interpretaciones y desempolva sus viejos reinos de taifas. 


Quien sueña un proyecto nuevo alienta la esperanza, estimula y favorece el nacimiento de nuevos hijos, se propone metas. Quien ya no sueña se limita a gestionar el presente con más o menos eficacia mientras se va hundiendo poco a poco en un fango viscoso de pesimismo nihilista. ¡Y, para colmo, considera que el aborto y la eutanasia son un derecho!

¿Puede todavía la fe cristiana alimentar “un proyecto sugestivo de vida en común” en Europa? Yo lo creo, aunque no como lo hizo en la etapa de la cristiandad, sino en diálogo con otras visiones de la vida que están presentes en nuestro continente. Pero para eso se necesita retirar las cenizas de la rutina y soplar sobre las brasas de una experiencia personal de encuentro con el Resucitado. Desde mi ventana abuhardillada veo que aún es posible, pero para ello tenemos que despertarnos de la modorra y languidez con las que vivimos, pensar un poco más y divagar menos, arremangarnos con ganas y abandonar el derrotismo. ¡Hoy es siempre todavía!


martes, 3 de mayo de 2022

Tú me levantas


Mientras en Madrid celebraban la fiesta de la comunidad, aquí en Weissenhorn, como en el resto de Baviera, ayer celebramos la fiesta de la Virgen, “patrona Bavariae”. En realidad, tendríamos que haberla celebrado el día 1, pero, como este año cayó en domingo, se trasladó al lunes. La población de Baviera, el mayor y más rico estado de la Alemania federal, es de mayoría católica. Aquí se conservan con mucha fuerza las tradiciones. Se nota por todas partes. 

Ayer por la tarde me di un paseo por los campos de este pueblo en el que me encuentro, situado en la región de Suabia. Su población ronda los 14.000 habitantes. Los claretianos estamos aquí desde el año 1923. Durante mucho tiempo tuvimos un colegio y fuimos los responsables de la parroquia. Ahora tenemos un centro de retiros y convivencias que usan mucho los jóvenes de la diócesis. Se respiraba un aire primaveral y mucha tranquilidad. Costaba imaginar que a unos cientos de kilómetros al este se estuviese desarrollando una guerra cruel.


Alemania es un país que me gusta, no solo por su desarrollo económico y social, sino por algo que puede parecer sencillo: porque las cosas funcionan. Los trenes son puntuales, las ventanas ajustan, las calles están limpias y, por regla general, la palabra se cumple. Es probable que le falte una pizca de alegría a la hora de afrontar la vida y una mayor flexibilidad en la gestión de las relaciones y los compromisos, pero esto significa muy poco en comparación con la seriedad con la que afrontan las cosas. 

Es lo contrario a la cultura de la chapuza y la improvisación que tanto abunda en los países mediterráneos. No sé si me gustaría vivir aquí, pero disfruto con algunas estancias temporales. Durante toda la semana trabajaré con el gobierno de esta provincia claretiana. Ayer comenzamos con buen pie.

Os dejo con una preciosa versión del célebre canto “You raise me up”. Nos ayuda a levantarnos en estos momentos de dificultad. Dios nunca nos deja de su mano. Cuando todo va bien, se nos olvida. En momentos de dificultad, lo recordamos con gratitud.


ENGLISH

ESPAÑOL



When I am down and,
oh my soul, so weary

When troubles come
and my heart burdened be

Then, I am still
and wait here in the silence

Until You come
and sit awhile with me.

You raise me up,
so I can stand on mountains

You raise me up,
 to walk on stormy seas

I am strong,
when I am on your shoulders

You raise me up
to more than I can be

You raise me up,
so I can stand on mountains

You raise me up,
to walk on stormy seas

I am strong,
when I am on your shoulders

You raise me up
to more than I can be.

You raise me up, so I can stand on mountains

You raise me up,
to walk on stormy seas

I am strong,
when I am on your shoulders

You raise me up
to more than I can be.

You raise me up, so I can stand on mountains

You raise me up,
to walk on stormy seas

I am strong, when I am on your shoulders

You raise me up
to more than I can be.

You raise me up
to more than I can be.



Cuando estoy abatido y,
oh alma mía, tan cansado

Cuando los problemas vienen
 mi corazón se carga

Entonces, me quedo quieto y
 espero aquí en el silencio

Hasta que Tú vengas
y te sientes un rato conmigo

Tú me levantas, para que pueda estar de pie en las montañas

Me levantas, para caminar sobre mares tormentosos

Soy fuerte,
cuando estoy sobre tus hombros

Tú me levantas,
para ser más de lo que puedo ser

Tú me levantas, para que pueda estar de pie en las montañas

Me levantas, para caminar
sobre mares tormentosos

Soy fuerte,
cuando estoy sobre tus hombros

Tú me levantas
a más de lo que puedo ser

Tú me levantas, para que pueda estar de pie en las montañas

Me levantas, para caminar
sobre mares tormentosos

Soy fuerte,
cuando estoy sobre tus hombros

Me elevas
a más de lo que puedo ser.

Tú me levantas, para que pueda estar de pie en las montañas

Me levantas, para caminar
sobre mares tormentosos

Soy fuerte,
cuando estoy sobre tus hombros

Me elevas
a más de lo que puedo ser.

Me elevas
a más de lo que puedo ser.





domingo, 1 de mayo de 2022

Hay más peces a la derecha


Celebro la Eucaristía de este Tercer Domingo de Pascua en nuestra comunidad formativa de Wroclaw antes de salir para Frankfurt. Mayo empieza florido y luminoso, aunque un poco fresco. Creo que ayer un famoso equipo de fútbol ganó la Liga española con autoridad. ¡Y ya van 35 veces desde el lejano 1932! No revelo su nombre para que no se me enfaden mis amigos del Atlético de Madrid o del Barça. 

En España y algún otro país se celebra el Día de la Madre. Más allá de su carácter comercial, es una fiesta para agradecer la única relación humana que es incondicional, la que mejor refleja el amor de Dios.


El Evangelio de hoy tiene dos partes. A la segunda hice referencia en la entrada de ayer. Me fijo en algún detalle de la primera. Cuando los apóstoles regresan a Galilea y vuelven a su oficio de siempre tras el “fracaso” de la aventura con Jesús, lanzan la red como siempre lo habían hecho. El resultado es una pesca infructuosa. Solo cuando la lanzan hacia la derecha -es decir, hacia donde les indica Jesús- consiguen capturar ciento cincuenta y tres peces. 

Simbolismos aparte, la clave del fruto está siempre en seguir la palabra de Jesús, no nuestras rutinas y gustos. Espero que ningún lector interprete eso de “echar las redes a la derecha” en clave política, como si Jesús estuviera defendiendo una determinada orientación.


No nos resulta fácil explorar nuevas maneras de hacer. En general, todos tendemos a refugiarnos en lo que siempre hacemos, en las costumbres que nos dan seguridad. El resultado suele ser la ineficacia. Haciendo siempre lo mismo obtenemos siempre los mismos resultados. 

Jesús invita a sus apóstoles a no volver a los viejos hábitos, a abrirse a la novedad de la resurrección, a creer en su presencia misteriosa. Tienen sus dudas hasta que descubren que es el Señor, que es verdad que él está vivo. Nosotros no estamos lejos de una situación semejante. Lo pienso mientras oigo la campana de la iglesita cercana. Me gusta empezar el domingo con este toque cantarín.