sábado, 18 de octubre de 2025

La verdad en el amor


Le tengo mucha simpatía al evangelista Lucas, cuya fiesta celebramos hoy. Mi abuelo paterno llevaba también este nombre de origen griego que significa “luminoso”, aunque también se lo interpreta como gentilicio de la región italiana de Lucania. Parece que Lucas nació en Antioquía en una fecha desconocida del siglo I. A partir del año 50, fue fiel compañero de Pablo de Tarso, quien se refiere a él como “el médico amado” (Col 4,14). Aunque algunos eruditos cuestionan la autoría lucana del tercer evangelio, son más poderosas las razones a favor, empezando por una tradición antigua y consistente. El autor, ciertamente, es una persona erudita, maneja un griego culto y es muy preciso en lo que escribe. 

El comienzo de su evangelio indica con claridad su propósito y su método: “Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,1-4). Es importante subrayar que la investigación meticulosa y la elaboración sistemática tienen como objetivo mostrar la solidez de las enseñanzas cristianas, hacer ver que la persona de Jesús y su mensaje no pertenecen al género mítico, sino que están bien enraizados en la historia.


Me pregunto qué hubiera sido del Evangelio si hubiéramos dependido solo de la tradición oral. Es probable que, tras dos mil años, hubiera sufrido una deformación semejante a la que sufren los mensajes que se transmiten en el famoso juego del “teléfono descompuesto” (o escacharrado). La expresión escrita permite conservar una referencia objetiva que traspasa los siglos y sirve de complemento (y, a veces, de contrapunto) a las experiencias subjetivas. 

Gracias a evangelios como el de Lucas, podemos purificar nuestra imagen de Dios ateniéndonos a la experiencia y a las palabras de Jesús, descubrimos la fuerza del Espíritu Santo que abre la comunidad a un horizonte misionero universal, conocemos mejor a María “la madre de Jesús”, vemos a los pobres y a los pecadores como los destinatarios principales de la misericordia divina, corregimos nuestra tendencia etnocéntrica, sabemos de la existencia de mujeres discípulas que siguen a Jesús, creemos y somos testigos de que “en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,47).


Estoy convencido de que muchos de los problemas personales y comunitarios que hoy tenemos en relación con la fe se deben, en buena medida, a nuestro escaso conocimiento del Evangelio. En una cultura tan egocéntrica como la nuestra, las opiniones subjetivas acaban teniendo más peso que la fuerza de la tradición objetiva. Nos hemos tomado tan en serio el ilustrado “aude sapere” (atrévete a saber por ti mismo) que recelamos de todo aquello que hemos recibido bajo la inspiración del Espíritu Santo. Ponemos al mismo nivel una ocurrencia que un dogma de fe, una opinión personal que el peso de la tradición, una hipótesis de un estudioso que la “regla de fe” de la comunidad eclesial. El resultado suele ser una fe desvaída, poco enraizada en la historia, incapaz de conjugar la fuerza del “acontecimiento Jesucristo” y los vaivenes históricos a los que nos vemos sometidos. 

Profundizar en el evangelio de Lucas (o en cualquiera de los otros tres) ancla nuestra fe en el mar de la tradición, al mismo tiempo que nos ayuda a desplegar las velas de nuestra barquichuela con el viento del Espíritu. Quizás nunca como hoy necesitamos tanto el anclaje de la Escritura “para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo” (Ef 4,14-15).

1 comentario:

  1. Gracias por ayudarnos a descubrir, hoy, al evangelista Lucas, y también a ir profundizando en los cuatro evangelios. Cada evangelista pone su acento sobre lo vivido y descubierto a nivel personal y estoy percibiendo como, según el momento que estoy viviendo comprendo más a uno que a otro. Entre los cuatro se complementan. Cuanto más profundizamos en los cuatro Evangelios, más nos sentimos cercanos a Dios.
    Gracias Gonzalo por ir compartiendo.

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