lunes, 22 de noviembre de 2021

A vueltas con el Sínodo

El jueves pasado participé en una de las conferencias de los jueves del ITVR de Madrid. Estuvo a cargo de Cristina Inogés-Sanz. Esta teóloga laica se hizo más conocida a raíz de su intervención en la apertura del Sínodo el pasado mes de octubre. No voy a entrar ahora en el contenido de su conferencia, titulada “Vida Consagrada sinodal y sinodalidad. Entre el Sínodo de 1994 y el de 2023”, ni voy a expresar mi perplejidad ante alguna de sus afirmaciones. Me limito a hacer breves comentarios a propósito de asuntos que considero urgentes. En un momento dado, de manera sutilmente desafiante, Cristina se dirigió a la asamblea con esta pregunta: “¿A qué categorías de personas nunca se les consulta nada en la Iglesia?”. Hubo algunas respuestas sueltas. Al final, las tres categorías que ella consideraba marginadas eran: las personas divorciadas, los homosexuales (o quizá mejor el colectivo LGTBI) y los sacerdotes secularizados (que me parece que son más de cien mil). 

Más allá de si son estas o no, o de si falta alguna significativa, es evidente que en un camino sinodal todas las voces son importantes. A menudo, lo más profético puede llegarnos de quien menos imaginamos. Si las conversaciones presinodales se limitan a los de siempre, es probable que no quepa mucha novedad. ¿Qué le está diciendo hoy el Espíritu a la Iglesia en la voz de personas que por razones diversas son (o se sienten) excluidas del mainstream de la comunidad?

En la segunda parte en su conferencia, Cristina comentó diez expresiones para comprender el alcance del camino sinodal que hemos emprendido. He aquí su particular “decálogo”: conversión (reciclar el corazón), escucha activa (incluyendo a los que nunca son escuchados), valentía (para no permanecer inoperantes), opciones (porque el miedo paraliza), creativos (hacer casi todo con poco), aprender a ser (sobre todo, libres), compasión (abrazar el cambio incluso cuando no lo hemos propiciado nosotros), sin distancia (saber llamar a todos por su nombre), congruencia (percibir el significado de los cambios) y cuidado (hay mucho y bueno por hacer). 

Estos diez caminos son un potente antídoto contra el virus que mata la sinodalidad: el clericalismo. Este virus, aunque anida en muchos clérigos, no les es exclusivo., Puede afectar a otros cristianos. De hecho, cursa efectos muy nocivos en algunos laicos. Se trata de una actitud que tiende a apropiarse de lo cristiano y que, desde una falsa superioridad moral, mira a los demás por encima del hombro y ejerce sobre ellos un dominio despótico. Contra este virus paralizante se requiere un nuevo y sano anticlericalismo. ¿Cómo se les puede pedir a los laicos que contribuyan al sostenimiento económico de la Iglesia, por ejemplo, si la mayoría sienten que no pintan nada en ella? Es normal que muchos se sientan solo paganos (es decir, los que pagan), no miembros activos y corresponsables.

Siglos de clericalismo han creado una Iglesia pasiva y poco audaz. Ya sé que esta es una afirmación demasiado gruesa y que abundan las excepciones, pero hay veces en que si no se dicen las cosas de manera algo grosera no acabamos de despertarnos del letargo secular. ¿Será el próximo Sínodo la última oportunidad para aprender a valorar cada vocación, caminar juntos y realizar un discernimiento colectivo? No lo creo. La multisecular historia de la Iglesia nos muestra que a veces, cuando damos la batalla por perdida, el Espíritu sabe sacar fuerza de flaqueza y abrir caminos nuevos donde nosotros nos hemos empeñado en construir muro. Habrá muchas más oportunidades en el futuro, pero me parece claro que hay que aprovechar esta que se nos ofrece ahora, a nuestra generación. 

Mucho depende de que los obispos de cada diócesis asuman con responsabilidad (incluso con entusiasmo) la propuesta que la Iglesia nos hace, pero mucho depende también de que todos, a nuestro nivel, insistamos y no nos limitemos a responder mecánicamente algunos cuestionarios. Tenemos dos años para realizar “conversaciones generativas” en las que, en un contexto de escucha y libertad, podamos discernir lo que el Espíritu le está concediendo a la Iglesia en este primer tercio de siglo XXI. No sé si estamos preparados para tanta novedad. Yo no soy de los que piensan que el cristianismo ha agotado ya sus potencialidades y que hemos entrado abiertamente en una época poscristiana. Creo, más bien, lo contrario. En buena medida, el Evangelio está todavía por estrenar. En la vida y las palabras de Jesús hay muchas semillas que todavía no han germinado. En los próximos años podemos cultivar algunas.

Os dejo con la conferencia de Cristina Inogés-Sanz:



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