jueves, 30 de septiembre de 2021

Menos libros, más lecturas


Hay muchos libros en mi biblioteca personal que dormían el sueño de los justos. Me he dado cuenta a la hora de seleccionar cuáles me llevo y cuáles dejo en Roma. La balanza se inclina por el segundo platillo. Dejo casi todos porque me he dado cuenta de que no los voy a utilizar. Con los medios electrónicos de que hoy disponemos no tiene mucho sentido almacenar muchos libros en papel, por más que pertenezca a la generación de quienes disfrutan acariciando las hojas de un libro y pasando sus páginas con los dedos. Me gustaría disponer de una pequeña biblioteca reducida a lo esencial. Si tuviera que apurar más, el único libro esencial es la Biblia. Se trata, en realidad, de una colección de escritos agrupados en un solo volumen. 

Lo digo precisamente hoy, 30 de septiembre, que celebramos la memoria de un enamorado de la Escritura: san Jerónimo, un dálmata fallecido en Belén en el 420. Cada año, cuando llega esta fecha, los predicadores suelen citar su célebre frase: “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”. A Cristo lo podemos encontrar en diversos “lugares”: desde nuestro corazón hasta la persona necesitada, pasando por la Eucaristía y la comunidad. Pero hay, ciertamente, una mediación muy especial: la Biblia. Todos los “lugares” forman una especie de sinfonía y se enriquecen unos a otros. La Escritura es como la clave que permite dar un sentido al resto de las notas del pentagrama.

Creo que en casi todos los hogares católicos hay algún ejemplar de la Biblia en traducciones más o menos acertadas. Lo ideal sería que todos pudiéramos leer los libros en su original hebreo o griego, pero esto está reservado a un numero pequeñísimo de personas, así que tenemos que contentarnos con disponer de buenas traducciones. En español contamos con muchas de prestigio: desde la célebre Biblia de Jerusalén hasta la Biblia de la Conferencia Episcopal Española pasando por la Biblia de nuestro pueblo (en sus versiones española y latinoamericana) o la Biblia interconfesional. No podemos quejarnos de falta de ejemplares. 

Lo que necesitamos es introducirnos crítica y sapiencialmente en su lectura y convertirla en hábito diario. Aquí queda un gran camino por recorrer. Se van dando pasos muy significativos, pero tengo la impresión de que todavía un buen número de católicos carece de la necesaria competencia bíblica como para que la Biblia no se les caiga de las manos. En varias ocasiones he aludido al Proyecto Biblia o al Portal Bíblico Claretiano como plataformas adecuadas para una formación bíblica a través de Internet. Algunas parroquias y comunidades organizan cursos bíblicos a diversos niveles o encuentros de oración con la Biblia. El papa Francisco ha instituido el Domingo de la Palabra. Todo es poco para ayudarnos a alimentar nuestra fe con la Palabra que da vida y que es más dulce que la miel (Sal 119,103).

Todo esto me ha venido sugerido por el hecho de estar dedicándome a seleccionar y empaquetar libros. Mi convicción es que necesitamos menos ejemplares y más tiempo de lectura. Cada vez me aburren más los libros puramente decorativos. Ocupan espacio, acumulan polvo, crean la falsa sensación de ser entendido en algo y no sirven para nada. En la práctica, son más un estorbo que un acicate intelectual o un placer estético. Siempre he creído que se publican muchos más libros de los necesarios y aun de los recomendables. Podríamos ahorrarnos montañas de celulosa si hubiera más discernimiento a la hora de editar nuevas obras y nos sirviéramos cada vez más de los soportes electrónicos. 

Dicen que los grandes lectores y escritores, a medida que envejecen, cada vez leen menos libros nuevos. Vuelven una y otra vez sobre los clásicos. No sé si yo he entrado en esta etapa, pero siento una pereza enorme a la hora de enfrentarme a los best sellers. Vuelvo sobre aquellas obras pocas que me han emocionado de veras o han dilatado mucho mi horizonte intelectual. Confieso que entre ellas no están los libros de Dan Brown ni los tochos de algunos autores famosos de teología. Pero sí están Paul Tillich, Karl Rahner, Antonio Machado, Romano Guardini, Marcel Légaut, Henri de Lubac, Gerald Hopkins, Federico García Lorca, Miguel de Cervantes, Susanna Tamaro, Miguel de Unamuno… y otros muchos. A ver si este otoño me da por sumergirme en algunos de sus libros saboreando una buena taza de café.

1 comentario:

  1. Respecto a la lectura, en general, ha cambiado muchísimo, incluso el tema de encontrar librerías buenas… Las grandes superficies y la compra por internet se lo llevan todo, por lo que tampoco hoy en día, encontramos vendedores que sepan informar.
    Gracias por animarnos a la lectura… Hay una etapa de la vida en la que “devoramos” libros y otra en que los dejamos descansar un poco.
    No, no es lo mismo leer en papel que en “pantalla”… supongo que tendremos que ir acostumbrándonos a ello. A veces pienso que, cuando pase nuestra generación, cuántos libros serán pasto del fuego… no interesarán a nadie.
    Reconozco que tú, Gonzalo, nos has ido y supongo que continuarás allanándonos el camino en la lectura de la Biblia… Como bien dices, cuando hablas del encuentro con Cristo: “La Escritura es como la clave que permite dar un sentido al resto de las notas del pentagrama” ,.. y añades: “Lo que necesitamos es introducirnos crítica y sapiencialmente en su lectura y convertirla en hábito diario”.
    Los cristianos de a pie, necesitamos ayudas para poder descifrar bien esta clave ya que nos falta mucha información histórica y bíblica para comprenderla.
    Gracias por tu animación… Un abrazo.

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