
Las lecturas de este III Domingo de Cuaresma juegan con elementos del mundo vegetal: una zarza y una higuera. Ambos elementos se comportan de una manera extraña. Moisés se sorprende de ver que “la zarza ardía sin consumirse” (primera lectura) y el agricultor de la parábola de Jesús que tenía una higuera plantada en su viña “fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró” (evangelio).
El Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios que es y será, se manifiesta en una zarza ardiente. Ante este fuego abrasador Moisés tiene que descalzarse, que es lo mismo que deshacerse de sus planes y seguridades. Solo entonces está preparado para recibir una misión. A diferencia de lo que hizo Moisés cuando estaba en Egipto y vio cómo maltrataban a uno de su pueblo, ahora es Dios mismo quien hace su análisis de la realidad: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos”. Ese mismo Dios que “ve” el sufrimiento del pueblo es el que emprende una misión en la que quiere involucrar a Moisés: “Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”.

En el evangelio, Jesús comienza hablando de dos sucesos de crónica negra: el asesinato de unos galileos por parte de Pilatos (y la mezcla sacrílega de su sangre con la de los animales del sacrificio), y la muerte de dieciocho habitantes de Jerusalén aplastados por el derrumbamiento de la torre de Siloé. En contra de la opinión popular, estas desgracias no fueron consecuencia del pecado de sus víctimas. En realidad, todos somos pecadores. El mensaje es claro: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”.
La parábola que sigue nos da la clave de actuación. El viñador que cuida la viña (y dentro de ella la higuera seca), le da al dueño, desesperado por no encontrar los esperados frutos, un criterio nacido de la experiencia: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto”. Habla de una paciencia operativa. Hay que saber esperar mientras se abona el terreno. Paciencia y compromiso van de la mano.

No es difícil iluminar lo que hoy vivimos desde la Palabra de Dios. También hoy necesitamos que sea Dios quien tome la iniciativa, que nos abra los ojos para ver el sufrimiento de la gente como él lo ve. Nuestros análisis de realidad (sociológicos, políticos, económicos e incluso religiosos) son miopes. Solo el Dios que es y será nos ayuda a comprender la realidad desde la compasión, no desde la mera indignación o desde nuestros intereses. Todo lo que nosotros hagamos solo tendrá sentido si participa de la “misión de Dios”; es decir, si nos sentimos enviados. Donde no hay envío, no hay fruto de liberación.
Naturalmente, esta misión requiere mucha paciencia porque -como el dueño de la higuera- “tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro”. Nosotros quisiéramos ver enseguida el futo de nuestros esfuerzos. Cuando no llegan en los plazos que consideramos razonables, nos desesperamos y tenemos la tentación de cortar por lo sano. Jesús nos invita a mantener la paciencia del agricultor sabio y a no cruzarnos de brazos: a seguir abonando el terreno y haciendo lo que tenemos que hacer. En el momento oportuno llegarán los frutos.
Me pregunto: ¿cuántas manifestaciones de Dios nos pasan desapercibidas, porque no nos llegan como esperamos?
ResponderEliminarUna reflexión pendiente: ¿me siento enviada?
Me sorprende cuando leo: “Donde no hay envío, no hay fruto de liberación”.
Gracias Gonzalo por ayudarnos en la reflexión de las lecturas de hoy, que no son fáciles de interpretar.