lunes, 18 de junio de 2018

La solidaridad escondida

¡Por fin conseguí ver un elefante en los bosques de Kerala! Quise bajarme del vehículo para fotografiarlo con mi teléfono móvil, pero el conductor me lo desaconsejó. Los elefantes en manada no suelen ser peligrosos; uno solo, si se siente agredido, puede atacar. No era cuestión de ponerlo a prueba, así que me quedé con las ganas. De todas formas, disfruté del verde intenso de las plantaciones de té y del aire fresco de la montaña. Las cuatro horas que duró el viaje desde la misión de Mannarkad a la de Cheeral me permitieron reflexionar sobre un fin de semana muy intenso. El sábado escribí sobre “un joven obispo de 80 años”. Ha sido la entrada más leída de todo el mes de junio. Se aproxima ya a las 1.000 visitas. Eso significa que el P. Aquilino Bocos Merino es muy querido en varias partes del mundo. Su ordenación episcopal fue motivo de alegría y gratitud. Pero, casi a esa misma hora, me llegaban noticias muy preocupantes que me obligaron a solicitar a algunas personas cercanas una oración intensa. Cada vez creo más en el poder misterioso de la oración. Son las dos caras de la vida.

Hoy lunes arranca otra semana de viajes continuos. Cada día o cada dos días tendré que preparar mi pequeña maleta y mi mochila para trasladarme a una nueva misión. El próximo fin de semana dejaré el estado de Kerala. Viajaré a Bangalore (la capital del estado de Karnataka), una ciudad que he visitado en varias ocasiones. En cada lugar se repiten los mismos ritos: carteles de bienvenida (“Hearty welcome dear Fr Gonzalo”), ramo de flores, pequeño discurso de agradecimiento y el inevitable té con leche antes de empezar la faena. Cuando estoy en Roma, echo de menos este estilo de vida itinerante, pero cuando llevo más de un mes fuera, comienza a hacérseme un poco cuesta arriba. Sin embargo, basta una conversación de una hora con un misionero para que todo adquiera sentido y proporción. ¿Qué les impulsa a dos jóvenes misioneros menores de 40 años a vivir en medio del bosque, en un centro –Claret Care Home– que se ocupa de afectados por el VHS? Me sorprende muy positivamente la ola de solidaridad que se ha despertado en España con los inmigrantes del barco Aquarius, pero algo por dentro me dice que una solidaridad tan organizada y mediática corre el riesgo de convertirse en una herramienta política de consecuencias imprevisibles. No me gusta que la mano izquierda se entere de lo que hace la derecha, aunque tal vez es inevitable un cierto grado de difusión en el tipo de sociedad en la que vivimos. Comprendo que ayuda a tomar conciencia de un grave problema y a suscitar una respuesta coral por parte de la sociedad. No obstante, soy más partidario de la solidaridad escondida de quienes, sin ningún despliegue publicitario, consagran su vida (no un día, o una semana, o un mes) a ocuparse de los últimos. A este lugar del bosque malabar no llegan los servicios públicos de salud ni tampoco los medios de comunicación. Los portadores del VHS son los nuevos leprosos, personas marginadas incluso por sus familias. Alguien tiene que ocuparse de ellos.

La sociedad europea, en general, responde con gran generosidad cuando se produce una catástrofe natural o hay que apoyar una causa humanitaria. Se pueden aducir muchos ejemplos en los últimos años. La solidaridad se ha hecho cultura. Es un signo de altura moral, pero revela también una mala conciencia, como si la solidaridad actual fuera el modo inconsciente de compensar la explotación pasada. Tenemos que combatir los síntomas, y, al mismo tiempo, erradicar las causas que conducen a millones de personas a la pobreza y a la vulneración de sus derechos. Mientras tanto, toda la ayuda será poca. Aquí en la India llama mucho la atención que los musulmanes pobres de África se dirijan a Europa y no a los riquísimos países del Golfo Pérsico. Pareciera que la fraternidad islámica cuenta menos que las ansias de libertad y respeto de los derechos humanos. Otra paradoja de esas que nos dejan desconcertados. ¿Para qué sirve el dinero del petróleo? ¿Sólo para crear lujosísimos paraísos en el desierto y financiar mezquitas que ayuden a la difusión del Islam en el mundo?

Os dejo con un vídeo de José Mujica, el expresidente de Uruguay, que, más allá de las simpatías o antipatías que despierte el personaje, hace pensar.




1 comentario:

  1. José María Vegas18 de junio de 2018, 23:23

    He escuchado con mucho interés lo que dice este viejo político, que ha sido un ejemplo de coherencia. Pero no por ello puedo dejar de encontrar una buena cantidad de demagogia en su reflexión. Los muchos emigrantes que viajaron a América en los siglos XIX y XX no se pueden comparar con la emigración ilegal que tiene lugar en Europa en nuestro días Aquella era emigración legal, promovida por los propios países receptores. ¿Admitían ellos a emigrantes ilegales que entraban en los países sin papeles? Es sólo una pregunta. Aunque se puede entender con facilidad por qué no tenían pateras. En Europa, desde mitad del siglo XX se ha dado una emigración legal tan o más masiva que la que se produjo a América. Son muchos millones en toda Europa. Es con esta con la que hay que comparar lo que cita Múgica. Y respecto de la emigración ilegal, quitando excepciones, se rescata a los náufragos, se les atiende, la mayoría se quedan. Si lo hacen en situación ilegal, muchos tiene no obstante cobertura social. ¿Se puede hablar de egoísmo europeo? Es una generalización injusta. Se habla además de la rica (e insolidaria) Europa cuando se menciona la emigración ilegal. Pero cuando se habla de las políticas internas, se hace referencia a los muchos que viven en el umbral de la pobreza, a los millones de desempleados, a los que trabajan por salarios miserables... ¿Por qué se cambia la tecla según de qué se hable? Eso, con todos los respetos, se llama demagogia. Por fin, un mal endémico en la economía de los países europeos del sur es la economía sumergida, que es la que engorda la emigración ilegal. En fin, que los problemas son muy complejos, y los discursos sentimentales y demagógicos, lejos de ayudar a resolverlos, los empeoran. Solidaridad, sí, pero, por favor, con inteligencia.

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