sábado, 30 de junio de 2018

La promesa solemne

Termina el mes de junio. Lo he pasado entero en la India. Durante este tiempo he tenido la oportunidad de visitar un buen número de escuelas y colegios. En todos, los alumnos comienzan la jornada recitando a voz en grito el National Pledge; o sea, la promesa nacional. Se trata de una especie de declaración solemne que expresa el amor al país y el compromiso de trabajar por él. Fue compuesto originariamente en télugu y luego traducido a otras lenguas de la India. Los niños y jóvenes repiten este Indian Pledge con verdadera pasión. Según me han dicho, no está mandado recitarlo, pero, desde 1963, se ha convertido en una práctica común en la mayoría de las instituciones educativas de todo este inmenso país. Si alguien piensa que esto favorece el uniformismo es que no conoce la India. No existe en el mundo ningún país más diverso que éste en razas, lenguas, religiones, culturas, geografía, tradiciones… Y, sin embargo, hay un fuerte sentido de identidad nacional, un sano patriotismo. Esto no significa que no haya tensiones y hasta algún conflicto aislado. Ayer mismo leí en la prensa que India es el país más peligroso para las mujeres. Puede ser. Abundan las noticias sobre violaciones, bodas forzadas y otros agravios. Pero, en medio de los muchos problemas pendientes, este inmenso país cultiva con gusto la unidad en la diversidad. A otros mucho más pequeños les cuesta encontrar la fórmula.

La famosa promesa suena así en inglés (con una versión al español realizada por mí):


ENGLISH


ESPAÑOL

India is my country
and all Indians
are my brothers and sisters.
I love my country and I am proud 
of its rich and varied heritage.

I shall always strive to be worthy of it.
I shall give my parents, teachers 
and all elders respect 
and treat everyone with courtesy.

To my country and my people,
I pledge my devotion.
In their well-being and prosperity alone,
lies my happiness.


India es mi país
y todos los indios
son mis hermanos y hermanas.
Quiero a mi país y estoy orgulloso
de su rica y variada herencia.

Me esforzaré siempre por ser digno de ella.
Respetaré a mis padres, profesores
y ancianos
y trataré a todos con cortesía.

Prometo mi entrega
a mi país y a mi pueblo.
Mi felicidad reside solo
en su bienestar y prosperidad.

¿Alguno de mis amigos españoles cree que en España se podría proponer algo semejante? Antes de terminar de exponer la propuesta sería tachado de rancio, centralista, patriotero y –por seguir la moda de los últimos años– franquista. No importa que Franco lleve enterrado más de 40 años. Parece que no estamos para himnos, promesas y banderas. Suenan a residuos del pasado. Una persona moderna está por encima de trapos, gorgoritos y emociones colectivas. Y, sin embargo, todo país necesita expresar su unión y su diversidad a través de algunos símbolos que lo identifiquen y que expresen los sentimientos comunes. Por lo general, en todos los países se tiene un gran respeto a la bandera y al himno. He podido comprobarlo de cerca en los Estados Unidos y en muchos países latinoamericanos, africanos y asiáticos. La gente se emociona. Europa –bueno, una parte de este continente– es otro cantar. Vamos de listillos por la vida –de sobrados, dicen los más castizos–, pero luego nos hundimos en miserables luchas intestinas y no sacamos partido de la fuerza de la unidad en la diversidad. Sentimos querencia por el terruño. Podemos ridiculizar a quienes cantan el himno de un país, podemos incluso silbarlo, pero luego se nos caen las lágrimas con el himno de nuestro equipo de fútbol. Un continente que no vibra con algunos símbolos comunes, que los ridiculiza o desprecia, es que hace tiempo que ha perdido los valores y busca solo en los intereses.

La reflexión sobre los símbolos está emparentada con la reflexión sobre los sacramentos. Estoy convencido de que, en buena medida, los sacramentos de la Iglesia han perdido su fuerza en Europa porque hace tiempo que padecemos una gran pobreza simbólica en este continente. Las celebraciones cristianas hunden sus raíces en grandes símbolos cósmicos y humanos (desde el agua, el pan, el vino y el aceite, hasta el perdón, el amor, la vida y la muerte). Por eso, cada vez que vengo a la India, experimento un subidón simbólico. La gente con más formación –precisamente porque la tiene– suele ser también la gente con mayor capacidad simbólica, exactamente lo contrario de lo que sucede en Europa. ¿Sería una peligrosa señal de adoctrinamiento ayudar a los niños a nutrir sentimientos de amor y respeto a su país y a valorar su riqueza y diversidad? Para algunos, sí, sin duda. Para mí sería un camino concreto de reconciliación y de futuro. Todo es discutible. Como repetía con frecuencia mi abuelo, “cada uno habla de la feria según le va en ella”. Lo que importa es examinar los frutos de civilización que produce cada actitud.


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