martes, 19 de junio de 2018

Creer por los pies

¡Por fin pude ver una familia de elefantes como Dios manda! Ayer por la tarde nos internamos en uno de los bosques protegidos y ¡zas!, cuando menos lo pensábamos, aparecieron a nuestra derecha siete hermosos elefantes: cinco adultos y dos crías. Estaban tomando tranquilamente su “té de las cuatro” en una zona pantanosa. Bajamos de nuestro jeep Mahindra y, sin ningún temor, tomamos unas cuantas fotos. Luego proseguimos nuestro camino. De vez en cuando aparecían algunos antílopes, pero ni rastros del tigre, terror de los poblados. A eso de las seis de la tarde llegamos a la misión de Vythiri, en la zona norte de Kerala. Caía una lluvia suave que, a ratos, se volvía un poco más intensa. La misión está a unos 700 metros sobre el nivel del mar. Esto nos permite gozar de una temperatura agradable: Very pleasant, father, very pleasant, repiten las personas que encuentro merodeando por la misión. Aquí tenemos un colegio –St. Claret Public School– en el que más del 80% son alumnos musulmanes, y dos parroquias: St. George y St. Thomas. Acabo de celebrar la Eucaristía –Holy Qurbana– en rito siro-malabar. Y, como es costumbre, he permanecido todo el tiempo descalzo.

Llevo ya más de un mes descalzándome cada vez que entro en una iglesia o una capilla. Lo que al principio puede resultar un poco molesto acaba convirtiéndose en algo apetecible. Y no solo por cuestiones climáticas, sino, sobre todo, por su profundo significado religioso. Es inevitable acordarse de las palabras que Dios dirige a Moisés cuando éste pretende acercarse a la zarza ardiente: “Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado” (Ex 3,5). En Oriente, descalzarse en los espacios sagrados es una práctica común a hindúes, budistas, musulmanes y cristianos. Despojarse del calzado es todo un símbolo de un despojo interior mucho más profundo. Durante estas semanas en Sri Lanka y en la India procuro hacer un ejercicio reflejo cada vez que me desprendo de las sandalias. Es como si dejara a la puerta de la iglesia mis prejuicios, planes, temores, ansiedades y sueños. Dios me quiere en contacto directo con la tierra y abierto a sus inspiraciones. Pisar con los pies desnudos la fría baldosa, la rugosa alfombra de mimbre o la suave moqueta proporciona una sensación de contacto directo con la realidad. Nos convertimos en personas “con los pies en la tierra”; es decir, personas que no huyen de esta vida, sino que la perciben, la tocan, desde el extremo más inferior de nuestro cuerpo. Frente a los idealismos que nacen de la cabeza, nosotros percibimos el mundo por los pies. Nunca hubiera imaginado que este cambio de órgano sensorial tuviera tantas consecuencias prácticas.

Como es natural, pienso en nuestras celebraciones en Europa. No me imagino a la gente dejando sus elegantes zapatos o sus pesadas botas en el atrio de la iglesia. Nuestros pies delicados, protegidos con medias y calcetines, no están preparados para muchos experimentos, y menos cuando llega el crudo invierno. Nos hemos vuelto demasiado sensibles y pudorosos. Tampoco los suelos fríos de nuestras viejas iglesias permiten muchas alegrías. “Quítate eso enseguida. Los catarros comienzan por los pies”, me decía mi madre cuando era niño y llegaba a casa con el calzado mojado. ¿Y si tuviéramos que aprender a descalzarnos para recuperar una experiencia de fe genuina y vigorosa? Descalzarnos materialmente sí, pero, sobre todo, descalzarnos de los muchos prejuicios, apegos y rutinas que hemos ido acumulando a lo largo d nuestra vida. No podemos pretender acercarnos a Dios cargados con “nuestras cosas”, como si no nos atreviéramos a colocarnos desnudos ante su Misterio.

Descalzarse es una señal de respeto y adoración, pero es antes una actitud de vaciamiento. Significa dejar fuera nuestras innumerables especulaciones mentales y percibir la realidad como la perciben los niños, a quienes les encanta caminar descalzos. Por los pies percibimos de otra manera la belleza y la dureza de la vida. Por los pies sentimos que somos todo y no somos nada, que el Misterio nos sobrecoge y nos abraza, que somos hijos pero no dominadores, que estamos hechos del mismo material de la tierra y que la superamos infinitamente. Descalzos ante Dios y ante los demás, nos mostramos como somos, sin los muchos aditamentos que opacan nuestro ser y nos impiden gozar de nuestra condición de personas libres. Creer por los pies puede ser un nuevo modo de evangelización en nuestra protegida Europa. Por algo se empieza.  De abajo arriba. De la tierra al cielo. Lanzo la idea. No se pierde nada por probar. Descálzate. Verás que tu fe comienza a encenderse un poco.

Por cierto, no me he olvidado de la familia de elefantes. Mirad qué elegantes y disciplinados desfilan.



3 comentarios:

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