domingo, 3 de junio de 2018

El suyo no fue un cuerpo 10

En la liturgia de la Iglesia no hay ninguna fiesta dedicada al “alma” de Cristo, pero sí a su “cuerpo”. Hoy, primer domingo de junio, celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Hace unos minutos he celebrado la misa en la parroquia de San Francisco Javier, una pequeña comunidad de pescadores pertenecientes a la casta baja. Son de rito latino. La iglesia está muy cerca de la orilla del mar. La humedad impregna todo. Desde ayer por la mañana estoy en la capital del estado de Kerala, situada al sur, casi en la punta meridional de la India. Su nombre es muy fácil de recordar y pronunciar: Thiruvananthapuram. La verdad es que conviene hacer varios ejercicios antes de lanzarse a pronunciar el nombre en público. Quizás por su longitud, los ingleses prefirieron llamarla Trivandrum. Tiene cerca de 800.000 habitantes, lo que no es gran cosa para tratarse de una ciudad india. Pues bien, aquí, en este remoto lugar, contemplando a los cristianos sentados en el suelo, descalzos, he pensado en el significado del “cuerpo” de Cristo en nuestro mundo. 

Hoy en Occidente vivimos el culto al cuerpo. Pasaron ya los siglos en los que se consideraba que el cuerpo era poco menos que la cárcel del alma. Hoy, el cuerpo se cuida, se entrena, se embellece, se exhibe. Por todas partes se prodigan los gimnasios para ponerse en forma, las clínicas de cirugía estética, los centros de belleza y de dietética y las tiendas de moda. Muchas personas hacen dietas especiales, corren por las mañanas o por las tardes, se someten a trasplantes de cabello o a reducción de la grasa abdominal. En fin, que alcanzar un cuerpo 10 exige muchos sacrificios y una buena cantidad de dinero. Las motivaciones son tantas como las personas: salud, autoestima, estética, seducción… Si no se consigue un cuerpo 10 a base de ascética y cirugía, siempre se pueden hacer unos retoques con Photoshop para que el resultado final sea el soñado. Al fin y al cabo, como decía hace años la revista satírica Hermano Lobo, “hazte una bonita foto y, si sales, es que existes”. No importa mucho lo que uno sea en realidad, sino lo que aparece. Importa que la apariencia sea atractiva, impactante. Por aquí nos movemos. No hace falta insistir en que este extraordinario interés por el cuerpo alimenta un negocio millonario. 

Cuando Jesús habla de su cuerpo en la cena de despedida con sus discípulos no habla de un cuerpo 10. Mostrando el pan, dice: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros”. El adjetivo que mejor le cuadra a un cuerpo cristiano no es hermoso, sano, atlético o atractivo. El adjetivo cristiano por excelencia es “entregado”. Y cuando uno concentra sus energías en entregarse no tiene demasiado tiempo para retoques estéticos. De hecho, las personas entregadas casi nunca responden a los cánones estéticos dictados por la moda. ¿Era Teresa de Calcuta una mujer atractiva con un cuerpo 10? No, de ninguna manera. ¿Lo son los misioneros que andan de un sitio para otro, comiendo lo que pueden y durmiendo donde los acogen? No, de ninguna manera. ¿Lo son las personas que se dedican a cuidar a los ancianos y enfermos?... Como es natural, no estoy en contra del cuidado del cuerpo. Más aún, creo que es un deber hacerlo, pero no desde la obsesión actual. El cuerpo no está para ser exhibido, como si fuera un objeto de museo o de culto, sino para ser entregado, para devenir pan repartido en la Eucaristía de la vida. Las personas hermosas nos seducen. Solo las personas entregadas nos arrastran. 


Jesús entregó su cuerpo y quiso que lo recordáramos así, como cuerpo que se entrega, como pan que se rompe y vino que se derrama. Admiro las procesiones del Corpus Christi que salen a las calles en muchos lugares del mundo, las alfombras de flores, las custodias relucientes, las carrozas, las músicas… pero todo eso es puro cartón-piedra si no estimula nuestra vocación de entrega. Nos alimentamos del Cuerpo eucarístico de Cristo para reconocer su presencia misteriosa en los muchos “cuerpos” necesitados y hacer del nuestro una ofrenda permanente. Es probable que Jesús no tuviera un cuerpo 10, pero de lo que no hay duda es de que el suyo fue un Cuerpo “entregado” por nosotros y por nuestra salvación.

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