martes, 5 de junio de 2018

Casas grandes, calles pequeñas

En mi gira por el Kerala indio, llegué anoche a la pequeña comunidad de Kottarakara, que se ocupa del cuidado pastoral de la parroquia de Santo Tomás. Es una comunidad de rito siro-malabar compuesta por 40 familias. Durante el trayecto fui observando el exuberante paisaje de esta región tropical y las numerosas construcciones que surgen por todas partes. Junto a modestas casitas tradicionales, envejecidas por el paso del tiempo y la intensa humedad, se alzan modernas mansiones que parecen sacadas del catálogo de una inmobiliaria especializada en viviendas de lujo. La mayoría están vacías. Pertenecen a trabajadores que viven en el extranjero (sobre todo, en los países del Golfo Pérsico, en Estados Unidos y Australia) y que rivalizan entre ellos para ver “quién la tiene más grande”. Solo durante las vacaciones se permiten el lujo de habitarlas y de exhibir su prestigio. El resto del año tienen que pagar para mantenerlas. No importa que sean limpiadores en Doha o camareros en Melbourne. Lo que cuenta es que, con su esfuerzo y a menudo con su vida miserable, han acumulado los suficientes dólares como para construirse en su pueblo natal una mansión que es la envidia de los vecinos.

Estas casas, exageradamente grandes, no forman parte de una urbanización diseñada como tal, sino que surgen como hongos que crecen en parcelas familiares sin que nadie se haya preocupado de ordenar el territorio. Esto hace que no existan calles anchas, que el acceso a algunas de estas casas sea una aventura imposible, incluso para vehículos pequeños y que los servicios de electricidad y agua no se puedan ofrecer como es debido. El contraste no puede ser más llamativo: a casas grandes y hasta lujosas se accede por calles diminutas, tortuosas y casi siempre sin asfaltar. Lo privado tiene más importancia que lo público. Lo que importa es que mi espacio sea grande y bonito. Lo demás pasa a un segundo plano. En todo caso, alguien se ocupará. No es de mi incumbencia.

Es probable que mi mente se dispare demasiado, pero, mientras recorríamos los kilómetros que separan Trivandrum de Kottarakara en nuestro pequeño automóvil Tata, pensé que no merece la pena tener casas majestuosas si su construcción ha exigido trabajar doce horas diarias y vivir como un esclavo. ¿No sería suficiente una vivienda más pequeña, ajustada a las verdaderas necesidades, y que no exigiera sacrificar otras dimensiones importantes de la vida, menos vistosas que una mansión rodeada de amplio jardín, pero mucho más importantes? En nuestros países occidentales, esta obsesión por tener una casa propia se traduce en hipotecas muy gravosas que someten a muchas familias a tensiones innecesarias. Por otra parte, ¿qué sentido tiene poseer grandes mansiones en lugares donde faltan los mínimos servicios públicos? Es como si el individuo se adueñara del territorio y no fuera capaz de exigir a las autoridades un plan urbanístico adecuado. El propietario que quiere mantener su casa impoluta y la recarga de adornos para exhibir su poderío económico es el mismo que no tiene inconveniente en arrojar las basuras en una esquina de la callejuela o no es capaz de ceder unos metros de su propiedad para que se construya una calle decente al servicio de todos los vecinos. De nuevo, el contraste entre la sacralidad de lo privado y el descuido de lo público.

En fin, reflexiones de andar por casa mientras uno va de camino y los cielos tropicales descargan su lluvia en esta estación húmeda que acabamos de comenzar. No todos los días suceden cosas de primera magnitud.

1 comentario:

  1. Querido Gonzalo, tu interés por la arquitectura y el urbanismo va más allá de una afición, me ha parecido una análisis muy acertado, propio de un arquitecto con años de experiencia. Y la llamada de atención respecto a lo que sacrificamos por cosas que no merecen la pena, creo que tiene una importancia vital. Gracias por despertarnos y animarnos a valorar lo que verdaderamente es importante, aunque a menudo sigamos despistados con lo que no lo es.

    Un abrazo,


    Iván

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