miércoles, 30 de mayo de 2018

Más difícil todavía

El vuelo desde Colombo a Cochín, en el estado indio de Kerala, dura poco más de una hora. Tras las semanas pasadas en Sri Lanka comienzo una etapa de cincuenta días por tierras indias. Siento, a partes iguales, pereza y curiosidad. Supongo que, una vez situado, el ritmo de los acontecimientos me irá metiendo de nuevo en la vida de este fascinante país. Mientras, esbozo una reflexión sobre las noticias que me llegan de los dos países europeos con los que me siento más vinculado: España e Italia. Recuerdo que, en las pocas ocasiones que fui al circo siendo niño, el presentador que anunciaba los números de los trapecistas solía animar al público con la expresión “más difícil todavía”. Todos conteníamos la respiración en espera de algo extraordinario. Pues bien, esa es la impresión que tengo al examinar la situación política que están atravesando en los últimos meses (¿o años?) España e Italia. Si uno pensaba que casi todo estaba dicho y ensayado, pronto cae en la cuenta de que está muy equivocado. Enseguida surge un nuevo escándalo o se ponen en marcha una acusación demoledora, una maniobra torticera, una estrategia esperpéntica o un viraje que deja a todos desorientados, hastiados y cada vez más enfadados. ¿Es posible hacerlo peor? ¡Sí, es posible, los próximos días o las próximas semanas lo demostrarán a las claras! 

A unos (tras múltiples ocurrencias, a cual más esperpéntica) se les ocurre plantar cruces amarillas en las playas, a otros hacer consultas a las bases de su partido acerca de la adquisición de un chalé. El presidente italiano Mattarella veta a un ministro antieuropeísta y saca de quicio a casi todos, excepto a las autoridades de Bruselas. Algunos políticos, devenidos expertos en corrupción, van a la cárcel tras una sentencia demoledora. Las bolsas de España e Italia sufren fuertes pérdidas. En fin, la ristra de noticias podría alargarse. No sueño con políticos impolutos. Me hago cargo de que la gestión de la cosa pública implica, a veces, mancharse las manos, pero no hasta los límites actuales. ¿No va a surgir una generación de políticos competentes y honrados que barra tanta estulticia y ponga el bien común en el centro de sus preocupaciones? Si no se produce una verdadera regeneración democrática, irán creciendo a marchas agigantadas los extremismos y populismos. No es necesario decir adónde suelen conducir fenómenos de este tipo. 

Mientras me irrito con estos pensamientos, doy gracias a Dios por la vida de una cantante, María Dolores Pradera, que murió ayer a la edad de 93 años. Llevo en mi móvil muchas de sus mejores canciones. De hecho, cuando me entra un poco de nostalgia por las noches, me duermo escuchando alguno de sus señoriales boleros. En pocos cantantes he encontrado una dicción tan perfecta –se nota que era actriz– como en María Dolores Pradera. Más que cantar, interpreta las canciones. En ella se fusionan la actriz y la cantante dando lugar a una obra de arte sin pretensiones exhibicionistas. Es la mujer del gesto contenido. No ha necesitado llamar la atención a base escándalos o salidas de tono para darse a conocer, porque su mejor carta de presentación ha sido el arte que nos ha regalado. Es raro que una artista se mantenga activa más de setenta años y que concite la admiración de varias generaciones, desde las que crecieron al ritmo de boleros hasta las que bailan hip-hop, rock o salsa. Creo que María Dolores Pradera lo ha conseguido. Os dejo con una de sus perlas. Es una forma de poner cordura y belleza en un mundo que está perdiendo ambas a una velocidad vertiginosa.


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