jueves, 17 de mayo de 2018

El poder de una mosca

Llegué anoche a Kurunegala. A pocos kilómetros, rodeado por un bosque de palmeras, mangos y otros árboles tropicales, se encuentra el noviciado claretiano de Sri Lanka. Este año hay novicios locales y otros venidos de Filipinas, Uganda y Kenia. Es una comunidad internacional e intercultural. Por razones prácticas, la lengua común es el inglés. Ellos, sus formadores y quienes trabajan en la casa me recibieron con los ritos típicos de este lugar: arco de palmeras, guirnaldas de flores, encendido de la lámpara y cantos. Lo que más me sorprendió fue la danza de una niñita de unos cinco años. Es hija de un matrimonio budista que vive en una casa contigua al noviciado. La relación de los novicios con sus vecinos budistas es excelente. Compartieron con nosotros el rito de bienvenida y la cena. Esto es lo que los obispos asiáticos llaman “diálogo de vida”. No se necesita escribir muchos libros sobre la convivencia entre religiones, sino practicar la mutua hospitalidad y compartir el esfuerzo por hacer este mundo más humano y habitable. Al fin y al cabo, ese es el sueño de Dios para la humanidad. 

Caí en la cama rendido. La lluvia refrescó algo el ambiente. La temperatura descendió a unos 25 grados. Esta mañana se respiraba un ambiente más fresco. Es hermoso orar en una capilla situada en medio del jardín. Por las ventanas entra el frescor de las plantas y el canto de los muchos pájaros que revolotean por entre las palmeras. Descalzo sobre la moqueta, sentado en una posición cómoda, me dispuse a poner en manos de Dios una nueva jornada. Todo discurría con placidez. Pero, como nada es perfecto en este valle de lágrimas, enseguida una mosca (o tal vez varias) comenzó a planear a mi alrededor. Iba posándose en diversas partes del cuerpo. Al principio reaccioné con indiferencia. Procuré no distraerme con sus vuelos rasantes. Como esta actitud budista no dio el más mínimo resultado, comencé a inquietarme un poco. De vez en cuando desplegaba manotazos para ver si conseguía alejar a la estúpida mosca. La incomodidad fue in crescendo. Me acordé del invierno romano, de lo feliz que yo era cuando no había moscas que resistieran el frío, del placer que se siente cuando uno puede dormir cubierto por algunas mantas… En fin, procuré compensar el fastidio del insecto con pensamientos agradables, pero todo fue en vano. Al final, un novicio vino en mi socorro. Encendió una barrita de incienso frente al altar. Al poco tiempo, todas las moscas huyeron. 

Más de una vez he pensado que la única utilidad de moscas y mosquitos es hacer la vida imposible a los seres humanos y, de paso, ayudarnos a crecer en paciencia. Una diminuta mosca puede arruinar la entereza del más pintado. ¿De qué sirven horas, meses, años de entrenamiento ascético si al final una mosca osada consigue ponernos nerviosos y distraernos de lo esencial? El “poder de la mosca” es uno de los más fuertes del universo. Con poco esfuerzo consigue grandes resultados. Me pregunto si no sucede algo parecido en el mundo de los humanos. Hay personas “diminutas” que con su actitud tóxica e insistente consiguen desequilibrar a quienes parecen compactos y seguros. ¿Quién no ha tenido experiencia de verse rodeado alguna vez por personas que son como moscas? Parece que se cruzan en nuestro camino con el solo propósito de ponernos nerviosos y hacer que salgan a la luz nuestros puntos débiles. En fin, que una mosca srilankesa ha conseguido infiltrarse en este Rincón sin pedir permiso. No me extraña que el bueno de Antonio Machado, harto de estos animalitos, les dedicara también un poema. Os dejo con él y con la versión musical de Joan Manuel Serrat. Conviene empezar la jornada con buen humor. 

Vosotras, las familiares 
inevitables golosas, 
vosotras, moscas vulgares 
me evocáis todas las cosas. 

¡Oh, viejas moscas voraces 
como abejas en abril, 
viejas moscas pertinaces 
sobre mi calva infantil! 

Moscas de todas las horas 
de infancia y adolescencia, 
de mi juventud dorada; 
de esta segunda inocencia, 
que da en no creer en nada, 
en nada. 

¡Moscas del primer hastío 
en el salón familiar, 
las claras tardes de estío 
en que yo empecé a soñar! 

Y en la aborrecida escuela 
raudas moscas divertidas, 
perseguidas, perseguidas 
por amor de lo que vuela. 

Yo sé que os habéis posado 
sobre el juguete encantado, 
sobre el librote cerrado, 
sobre la carta de amor, 
sobre los párpados yertos 
de los muertos. 

Inevitables golosas, 
que ni labráis como abejas, 
ni brilláis cual mariposas; 
pequeñitas, revoltosas, 
vosotras, amigas viejas, 
me evocáis todas las cosas.


1 comentario:

  1. P.Gonzalo.
    Mi cordial saludo fraternal!
    Muchas gracias por compartirnos tantas bendiciones de Dios, através de tu palabra y admirables experiencias! ! Dialogando con la vida!!

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.