sábado, 5 de mayo de 2018

De la obligación a la necesidad

Hay dos mandamientos de la santa Madre Iglesia que, leídos con ojos modernos, suenan muy extraños. El primero se refiere a la participación en la Eucaristía dominical: “Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. A muchos bautizados se les antoja un fardo pesado. El domingo siempre hay cosas más interesantes que “oír [¡atención a este verbo!] misa”. Uno puede quedarse en la cama más tiempo, dar un paseo, salir con los amigos, asistir a un espectáculo, practicar un deporte… o lavar el coche. Así debió de ser en el pasado; de otro modo, cuesta entender la gravedad de este mandamiento. ¿Por qué se convirtió en obligación algo tan hermoso y necesario? Cuando comparto la Eucaristía dominical con muchas comunidades cristianas en América y, sobre todo, en Asia y África, no tengo la impresión de que los cristianos participen en ella “porque está mandado”, sino porque disfrutan con este sacramento. Se encuentran con toda la comunidad, escuchan la Palabra de Dios, reciben el pan eucarístico, cantan, danzan, conversan, ofrecen sus donativos; en una palabra, se sienten Iglesia viva. La participación en la Eucaristía dominical no es para ellos ni una obligación ni una mera apetencia: es una necesidad para mantener viva su fe. ¿Cómo es posible que esto sea así en comunidades jóvenes y se haya casi perdido en aquellas que llevan siglos de tradición? 

El segundo mandamiento reza así: “Confesar los pecados mortales al menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar”. Varias personas amigas, incluso algunas de las que se sienten comprometidas en la Iglesia, me han dicho que hace años que no celebran el sacramento de la Reconciliación, que para ellas es suficiente “entenderse con Dios” y, a lo más, arrepentirse al comienzo de cada Eucaristía. No le ven sentido a arrodillarse (o sentarse) ante un sacerdote y “decirle los pecados”. Les parece un procedimiento infantil, casi irrespetuoso de la propia conciencia adulta. En algunos casos, no saben ya qué significa la experiencia del pecado. Les parece un concepto ajeno a nuestro actual modo de vivir. Uno puede hablar de limitaciones, fallos, incoherencias… ¿pero pecado? ¿Qué demonios significa eso de “pecar”? ¿No llevamos décadas defendiendo a capa y espada la misericordia de Dios? ¿Qué más le da a Él si uno va o no a misa el domingo, si se masturba o mantiene relaciones con una persona amiga, si miente un poco para conseguir alguna ventajilla en el trabajo o si se escaquea a la hora de hacer la declaración de la renta? ¿Es posible que el Dios infinito entre en estas minucias de la vida humana? ¿Por qué la Iglesia se empeña en que, al menos una vez al año, todo el mundo pase por taquilla? ¿No es una forma sutil de mantener acogotadas las conciencias?

Todo sacramento hunde sus raíces en una experiencia humana fundamental. Cuando ésta se desdibuja o se evapora, la gracia de Dios carece de asidero para alcanzarnos. La Eucaristía es una celebración del encuentro con Jesucristo en la experiencia humana de convivialidad. Cuando una comunidad no experimenta esto, no sabe por qué se reúne. La Eucaristía se convierte en una especie de autoservicio para consumo individual, en un medio para fortalecer la propia relación con Jesús al margen de la relación con los demás y del compromiso en el mundo. La Reconciliación es una celebración del encuentro con Jesucristo en la experiencia humana de la fragilidad. Cuando uno se siente autosuficiente, cuando ha hecho de la mediocridad su estilo de vida, no experimenta la necesidad de ser perdonado.

Me parece, pues, que el principal problema no es la pobreza ritual (incluso estética) de muchas de nuestras celebraciones sacramentales, sino el déficit de experiencia humana y la dificultad de comprender que el encuentro con Jesucristo se condensa en algunos símbolos portadores de gracia. Pasar de la mera obligación a experimentar la necesidad y descubrir la belleza es un desafío todavía pendiente en la evangelización de muchos cristianos europeos y americanos. Pero nunca es tarde. Lo que a primera vista parece un problema es, en realidad, un enorme desafío que nos obliga a todos a ir a la raíz de la experiencia de fe y de su expresión sacramental. Y nos estimula a cultivar aquellas experiencias humanas básicas sobre las que se asientan los sacramentos

3 comentarios:

  1. Gracias Gonzalo por tu reflexión. Creo que cuando hablas del sacramento de la Reconciliación, la clave está en cuando dices que: En algunos casos, no saben ya qué significa la experiencia del pecado... Uno puede hablar de limitaciones, fallos, incoherencias… ¿pero pecado?

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  2. Mi cordial saludo.
    Muchas gracias por tu bondad espiritual y continua labor evangelizadora, a través de su admirable misión: Guiarnos en el Camino del Señor. Soy su fiel y diario discípulo! Por todo, doy gracias a Dios, y encomiendo su ministerio sacerdotal!
    Fraternalmente,
    Rigoberto Granada Montes
    rigogramas@gmail.com
    Manizales. Colombia

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, Rigoberto, por participar en este foro. Me interesa mucho escuchar la voz que proviene de América latina. la Iglesia es universal y sinfónica. Muchas gracias también por su oración. Feliz domingo.

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