domingo, 27 de mayo de 2018

Las tres eles

La palabra Trinidad no aparece en la Biblia, lo cual no obsta para que hoy celebremos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Este misterio específicamente cristiano (los cristianos no nos referimos a él como si fuera un enigma o problema) les resulta incomprensible y hasta escandaloso a judíos y musulmanes, para quienes la unidad monolítica de Dios es un principio absoluto. La Iglesia ha meditado mucho sobre él a lo largo de los siglos. La historia está llena de esfuerzos doctrinales y de testimonios vitales, desde los concilios ecuménicos de los primeros siglos hasta las experiencias místicas de Santa Isabel de la Trinidad. Hace once años, el escritor norteamericano William P. Young se atrevió a novelar el misterio de la Trinidad en un libro que leí con interés poco tiempo después de su publicación. Su título –La cabaña (The Shack)– despista al más pintado. La novela tuvo bastante éxito (¡quién lo diría tratando de lo que trata!). Acabó transformándose en película el año pasado. Resulta tierna y provocativa a un tiempo. Desde luego, no es un tratado catequético. Tampoco yo estoy para muchas músicas en la entrada de hoy. No tengo tiempo para esbozar siquiera lo que la Iglesia confiesa cuando afirma creer en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

Dentro de un rato voy a celebrar la misa en Jaffna con los claretianos de esta pequeña comunidad y algunos adolescentes que participan en Clasika, un programa puesto en marcha hace diez años por los claretianos de Sri Lanka para ayudar a los niños afectados por las consecuencias de la guerra. Teniendo en cuenta el público, les voy a hablar de las tres eles: Love (amor), Light (luz) y Life (vida). Me parece que de esta forma recordarán con más facilidad lo que significa Dios para los cristianos. Cuando tenía ya pergeñada la estructura de la homilía de hoy en torno a las tres eles, leo que las últimas palabras de Santa Isabel de la Trinidad poco antes de morir fueron estas: “¡Voy al encuentro de la Luz, del Amor, de la Vida!”. Casi me da un patatús. No podía creer que se hubiera producido una coincidencia tan exacta, pero me alegré mucho. 

Dios es Amor. Lo leemos literalmente en la primera carta de Juan (cf. 1 Jn 4,8). Hablar de él como Padre es una forma humana de referirnos a él como un amor generador y providente. Jesús es la Luz del mundo. Él mismo lo ha dicho (cf. Jn 8,12). Hablar de él como el Hijo es una manera de expresar que él es un signo visible, luminoso, del amor de Dios. Al Espíritu Santo lo confesamos en el Credo como “Señor y dador de Vida” (dominum et vivificantem). Jesús mismo lo ha dicho: “El Espíritu es el que da la vida” (Jn 6,63). Hablar del Espíritu Santo como dador de vida supone que reconocer que sin él no es posible la existencia nueva. Dios se convierte en un mito, Jesús en un personaje del pasado, la Iglesia en una multinacional de servicios religiosos y los sacramentos en ritos mágicos. Sí, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es un Misterio de Amor, Luz y Vida. Las tres palabras se quedan cortas para expresarlo, pero, al menos, apuntan en la dirección correcta, tal como nos propone la Escritura. Nos ayudan a no dejarnos dominar por imágenes falsas. 

Mientras tecleo apresuradamente estas notas a las cinco de la mañana, repaso las imágenes que viví ayer por la tarde mientras visitaba un asentamiento de desplazados por la guerra. Está formado por 370 familias, algunas de las cuales llevan allí desde 1991. El gobierno de Sri Lanka ha comenzado ya los planes de realojo, pero llevará tiempo ubicar a todos. Mientras, seguirán viviendo en improvisadas viviendas hechas con madera, planchas de cinc y material de desecho. Algunos jóvenes y niños han nacido allí. No conocen otro mundo, aunque casi todos están escolarizados. A un grupo de 70 familias católicas las acompaña un anciano sacerdote esrilanqués que ha pasado 32 años en Londres. Ahora ha vuelto al país porque quiere dedicar sus últimos años a caminar con su pueblo en el proceso de reconstrucción. Tomé un té apresurado con él y con algunos cristianos. Comprendí que el Evangelio siempre es fuente de esperanza, incluso en los momentos más difíciles.

El viaje continuó por la costa de un mar serenísimo hasta Point Pedro, el punto más septentrional del país. En torno a él se agrupan varias iglesias católicas. Su hermosura arquitectónica quedó deslucida cuando me enteré de que hay tantas iglesias cercanas (walking distance) porque cada una está destinada a una casta distinta. Es como si de repente el Dios Amor, Luz y Vida se hubiera oscurecido. ¿Cómo es posible confesar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y, al mismo tiempo, separar las mesas eucarísticas para que no haya “contaminación”? Es un ejemplo más de nuestras múltiples contradicciones. Es evidente que todavía no acabamos de creer en el Dios que Jesús nos reveló. Es demasiado grande y revolucionario como para hacerlo compatible con nuestras pequeñeces y mezquindades. Regresé a Jaffna ya de noche. El sol se ocultó por poniente en pocos minutos. Ni siquiera un helado con frutas consiguió quitarme el regusto de una experiencia amarga. Hay que seguir trabajando más las tres eles.

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