martes, 20 de diciembre de 2016

Alepo y Belén

Aunque hace más de cuatro años que se lleva hablando de Alepo como uno de los principales campos de batalla de la guerra de Siria, en los últimos días ha saltado de nuevo a la actualidad porque las tropas gubernamentales han reconquistado la ciudad a los rebeldes. Parece que esto puede significar el fin de las hostilidades, pero queda todo por hacer en una ciudad arrasada que se ha convertido en un nuevo símbolo de la barbarie humana. En la Carta de los Hermanos Maristas de Alepo, fechada el pasado 12 de diciembre, leemos: “Se escuchan voces que hablan de que antes de Navidad toda la ciudad de Alepo estará reunificada. Esperamos que ello signifique el fin de las hostilidades, el fin de la pesadilla, el fin del terror y, especialmente, la instauración de la paz tan esperada desde hace casi cinco años”. En el momento de escribir estas líneas, me entero de que se ha reanudado la evacuación tras los ataques a un convoy en la zona controlada por el régimen de Bashar al-Asad. Muchos analistas concuerdan en que las riquezas de Alepo han significado su condena. Todos querían hacerse con la ciudad más rica de Siria. Una vez más, la codicia está en el origen de la mayoría de los enfrentamientos humanos.

No conozco con detalle todo lo que está sucediendo en Siria. Por otra parte, como sucede en toda guerra, es difícil acudir a fuentes independientes. Los intereses de cada parte sesgan y controlan los datos. La propaganda sustituye a la información. Pero, más allá de las interpretaciones, hay un hecho claro: miles de personas inocentes han sufrido y muerto a causa de la guerra. Esto sucede en los primeros años del siglo XXI, cuando disponemos de muchos medios para resolver los conflictos de manera no violenta. Alepo es el reverso de Belén. Dentro de unos días celebraremos, un año más, el nacimiento de Jesús en Belén, la ciudad de David. Y volveremos a cantar, casi como un mantra, Noche de paz, a sabiendas de que la guerra sigue viva en muchos puntos calientes del mundo, no solo en Alepo o en Siria. Y entonces volveremos a experimentar la crisis de todos los años: ¿Merece la pena cantar a la paz cuando el mundo sigue en guerra? ¿Qué ha aportado Jesús, el Príncipe de la paz, a la resolución de los conflictos si, a lo largo de estos veinte siglos desde su nacimiento, se han sucedido innumerables guerras, muchas de ellas en su nombre? ¿Es más poderoso el instinto bélico que la paz que él trae? El próximo día 1 de enero de 2017, el papa Francisco nos invitará a practicar “la no violencia: un estilo de política para la paz”. ¿Caerán sus palabras en el vacío?

Alepo se ha convertido en símbolo de una violencia que no está demasiado lejos de nosotros. A otra escala, se da en las familias que rompen relaciones por causa de una herencia, en amigos que dejan de serlo por cuestiones laborales, en matrimonios que se agreden por culpa de los celos, en países que se afirman odiando a los demás, en empresas que no dudan en recurrir a cualquier método con tal de obtener mayores beneficios… Es como si el ser humano tuviera una contraprogramación para la guerra. Solo quien experimenta a Dios como fuente de su paz no necesita recurrir a la violencia para vivir sereno, para no ver a los demás como competidores sino como hermanos. La semilla de Belén tiene que acabar fructificando en Alepo. 

La antífona de hoy, 20 de diciembre, presenta al Mesías como Llave que abre y nadie puede cerrar. Le pedimos a Jesús que nos libre a todos los que vivimos en tinieblas y en sombras de muerte, a quienes tenemos la impresión de que la vida es una cárcel. Hay muchas personas que no encuentran motivos suficientes para levantarse cada mañana, que se sienten prisioneras de la depresión o la desesperanza. En este tiempo de Adviento, Jesús viene a sus vidas como llave. No es una llave mágica que abre cualquier puerta. Es la llave que abre la puerta de la salvación.



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